¿Qué opinan los católicos de la reforma laboral?

(Vida Nueva) Más allá de los análisis económicos y políticos de la próxima reforma laboral, ¿qué opinión le merece a los empresarios y trabajadores católicos? Ofrecen sus puntos de vista sobre este tema Pedro Murga, secretario general de Acción Social Empresarial y Mª del Pino Jiménez, presidenta general de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).

No olvidar la dignidad de la persona

(Pedro Murga Ulibarri– Secretario general de Acción Social Empresarial) Reforma, según el diccionario de la RAE, es “lo que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en alguna cosa”. ¿Era o no necesaria la reforma laboral?

El Estatuto de los Trabajadores nació en 1980. Los múltiples añadidos posteriores han permitido que empresarios y trabajadores se hayan servido de él con mayor o menor fortuna. Así, se ha llegado al momento presente, después de Gobiernos de distinto signo, sin que haya existido un proyecto de mejora que diera respuesta a los graves problemas con los que el mundo laboral ha tenido y tiene que convivir.

De modo cansino, el legislador se convirtió en espectador de una negociación entre los agentes sociales, esperando que en algún momento podría otorgar el rango legal preciso al acuerdo al que éstos llegasen. Pero el acuerdo no llegó, y ante la situación generalizada y advertida por todas las instancias internas y externas de gravedad económica, se ha producido el Real Decreto Ley (RDL) 10/2010 de 16 de junio sobre medidas de Reforma del Mercado de Trabajo.

¿Cuáles son los problemas? No el único, ni siquiera el más importante, es la grave falta de trabajo. No parece que esta norma legal vaya a generar empleo.

¿Qué desea el empresario, que es, en definitiva, quien crea empleo? Pues, sencillamente, claridad y concreción, y no un “reglamento de contratos diferentes, plazos, indemnizaciones distintas, temporalidades tampoco bien definidas…”, que son, junto a otras que no enumero, acciones que se contemplan en este RDL y que comienzan con una precipitada aprobación tras más de dos años de negociación, para terminar en una tramitación como proyecto de Ley.

Es decir, un RDL que no ha habido más remedio que poner en el BOE, porque, tras unas estériles negociaciones, el legislador se ha encontrado con que, al no haberle hecho otros su trabajo, y tras una larga noche en la que no hubo “cuchillos largos”, aunque sí, al parecer, borrador con tachaduras, se alumbró una disposición que entró en vigor al día siguiente y que precisa de una guía de interpretación.

¿No parece este recorrido cuando menos decepcionante? ¿Qué desea el trabajador, y con él, la sociedad? Los trabajadores, desde antes de solicitar un puesto de trabajo, demandan situarse en condiciones profesionales de poder acceder al mismo con garantía de éxito, esperando realizarse profesional y personalmente; poder tener una calificación profesional lo más completa posible para responder a las exigencias de una competitividad basada en una exquisita productividad. Tener conocimientos y calificación adecuada es garantía para el comienzo de un trabajo, pero también estar en condiciones de poder cambiar a otro. Desgraciadamente, de esto no está muy sobrada la masa laboral española, y no por culpa suya, sino de quienes no han sido capaces de poner los instrumentos para cualificarla.

No es fácilmente entendible que, tras más de dos años de esperar un acuerdo, se concluya con un RDL que continuará el trámite de discusión como proyecto de Ley en el Parlamento. Por mucha urgencia y cancelación de vacaciones de los señores diputados, una inevitable discusión-negociación llevará bastantes meses, si, como se anuncia, se desea completar. ¿Por qué se puede negociar ahora en no más de dos o tres meses con los representantes del pueblo, y no se ha querido previamente?

Con todo, hay fenómenos no abordados por el RDL. Dejemos de lado las pensiones, que habrá que abordar seguidamente, porque, de lo contrario, en un plazo de 10-15 años el sistema actual no resiste.

La limitación del espacio me hace no abordar temas como productividad, absentismo, negociación colectiva, extinción de los contratos… No obstante, sí debo decir que si la reforma no contempla la necesidad de observar que los sujetos del mercado laboral exigen y esperan que la dignidad humana que ostentan debe ser el principal móvil de cualquier decisión que adoptar, no se habrá iniciado un camino correcto y no se evitará que en el futuro puedan repetirse muchas de las graves situaciones de desempleo, pobreza y vida familiar dificultada por la falta de trabajo, que serán una dura acusación contra una sociedad incapaz de luchar por el bien común de sus miembros.

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Cambio de modelo de organización social

(Mª del Pino Jiménez García– Presidenta general de la Hermandad Obrera de Acción Católica, HOAC) Reducir los costes laborales, liberalizar el despido, vincular los salarios a la productividad, eliminar los trámites judiciales y debilitar a los sindicatos son la hoja de ruta que los empresarios llevan recorriendo muchos años, peldaño a peldaño, con la ayuda de todos los organismos internacionales y nacionales, expertos, medios de comunicación y todos los que están convencidos de que hay que llenar el pesebre de los caballos hasta rebosar, porque así caerá grano al suelo para los pajarillos. Los caballos son los grandes empresarios y financieros; los pajarillos somos nosotros, los trabajadores.

Ésta es la filosofía que está detrás del origen de la crisis mundial y local, y que, a pesar de todo, sigue vigente. Benedicto XVI ya había dejado claro en su última encíclica que “la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas” (Caritas in Veritate, 21).

La presente reforma laboral se hace en un contexto especial. Sindicatos, patronal, Gobierno y Comisión Europea saben que “los mercados” (banca, financieros y grandes empresarios, es decir, la patronal) esperan conocer el contenido de la reforma para hundir al país en la miseria o permitirnos respirar unos meses más. Y muchos medios de comunicación acusan a los sindicatos de ser organizaciones caducas de liberados que sólo piensan en los intereses de éstos. Cuando la reforma laboral se plantea en cualquier momento y ocasión, y sin tener en cuenta su relación con los problemas que pretende resolver, es que no tiene nada que ver con la situación económica y sí con otros intereses, que no se confiesan porque son inconfesables.

Los grupos que defienden esos intereses inconfesables tienen un proyecto para cambiar el modelo de organización social. Básicamente, consiste en terminar de meter al mercado hasta en las últimas rendijas de la existencia humana, de la sociedad y de la naturaleza.

Para ello, les han quitado a los Gobiernos, con su consentimiento, buena parte de la capacidad que tenían para tomar decisiones sobre la política económica y sobre política fiscal. Les han obligado a mercantilizar la universidad y a realizar profundas transformaciones en el modelo productivo y en las relaciones laborales. Esperan que la privatización de los servicios sociales básicos caiga como fruta madura a consecuencia de las políticas de ajuste que están imponiendo. Han creado y difundido un modelo cultural que supone un cambio antropológico sin precedentes, apoyado en la idea de que el ser humano es un ente indefinido sin contenido ni identidad, contenido e identidad que tiene que construirse cada cual a lo largo de su vida, y en eso consiste la libertad. Esta indefinición lo abarca todo, como si cada persona fuera el primer ser humano que habita el planeta.

La última reforma laboral va más allá de las puras relaciones laborales. Se trata de romper el “nosotros”, los lazos comunitarios, para que aparezca el individualista consumidor perfecto, obligado y convencido a  decidir qué sanidad, pensión, educación y condiciones de trabajo prefiere; qué tipo de vivienda y dónde… Todo ello, a un precio de mercado que ellos controlan y que alteran según sus ansias de beneficios.

El problema es que este espejismo de libertad sólo va a ser posible para unos pocos, porque la mayoría de empresarios y trabajadores tendrán que conformarse con trabajo precario, que deberán defender con uñas y dientes, porque “los mercados” tienen nombre y apellidos, pero no corazón, y pueden atacar en cualquier momento. Y de los pobres, ¿quién habla ya de los pobres, con la que está cayendo?

Conviene ahora, más que nunca, recordar las recientes palabras del Papa, quien ha denunciado que “la movilidad laboral, asociada a la desregulación generalizada”, provoca generalmente que “la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la desregulación se hace endémica, surgen formas de inestabilidad psicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida, incluido el del matrimonio (…). Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad” (Caritas in Veritate, 25 b).

En el nº 2.713 de Vida Nueva.

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