Saramago o la perplejidad de vivir

(Juan Carlos Rodríguez) Ha muerto Saramago. El Saramago portuñol, el Saramago ibero, el Saramago de Lanzarote, el Saramago de Pilar del Río, el Saramago despedido en Lisboa con honores de jefe de Estado. El que acabó convirtiéndose él mismo en nuestra mala conciencia pública: siempre presente para recordar a quien quisiera oírle que el mundo no iba a ninguna parte, que así no había esperanza.

Pero en Lanzarote ha muerto también ese Saramago que fue capaz de escribir unas cuantas novelas en las que se puede aprender a ser mejores. Otras le sobraron, confundido en guerrear con una imagen falsa de Dios, que marcó toda su vida. Pero esa es la ley de la literatura y de la vida. Unas veces acertamos; otras, no.

Fue escritor cuando quiso serlo; lo dejó de ser cuando intentó también creerse más que un novelista de éxito, un juez que tiene la última palabra. Había también un Saramago íntimo y personal, al que pocos accedieron. Queda para los suyos.

Pero lo que permanecerá con un eco universal serán tres, cuatro, novelas necesarias para conocer la perplejidad de vivir en las dos últimas décadas del siglo XX. Las otras, incluidas las antirreligiosas, serán pasto del olvido.

Más información en el nº 2.713 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje completo aquí.

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