Zapatero y el Papa, una visita cordial, importante y positiva

El presidente español asegura en Roma que aún no va a reformar la Ley de Libertad Religiosa

(A. Pelayo– Roma) Los hechos primero; después las opiniones. En esta crónica seguiremos esta sabia norma del periodismo que algunos colegas parecen haber olvidado. José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que madrugar el jueves 10 de junio, porque a las 8:10 h. despegaba de Torrejón de Ardoz el Falcon 900 que en dos horas iba a dejarle en el aeropuerto romano de Ciampino. Viajaban con él el secretario de la Presidencia del Gobierno, Bernardino León; el secretario de Estado de Comunicación, Félix Monteira; Milagros Hernando, directora del Departamento de Política Internacional, y otros miembros de su séquito. Durante el vuelo intercambiaron, sin duda, impresiones e informaciones sobre una experiencia –la audiencia con el Papa– que sólo el presidente había conocido ya (el 21 de junio de 2004).

En Ciampino hubiera debido recibirles el ministro de Asuntos Exteriores, pero el vuelo de Miguel Ángel Moratinos procedente de París, donde se había entrevistado a las 7 h. con el canciller cubano Bruno Rodríguez, se retrasó. En su lugar lo hicieron el embajador cerca de la Santa Sede, Francisco Vázquez –auténtico muñidor de este acontecimiento– y su colega ante Italia, Luis Calvo.

Amplia gama de temas

La caravana hizo su entrada en el Patio de San Dámaso del Palacio Apostólico poco antes de las 11 h. Allí esperaban un piquete de honor de la Guardia Suiza y una decena de ‘gentilhombres de Su Santidad’, que le acompañaron hasta la segunda loggia, donde fue recibido por el prefecto de la Casa Pontificia, James M. Harvey. El cortejo se dirigió hacia la Biblioteca Privada. Allí, de pie, Benedicto XVI recibió a su huésped con una amplia sonrisa, y mientras los fotógrafos y reporteros televisivos hacían su trabajo, intercambiaron algunas frases de cortesía: “Le veo en buena forma, Santidad”, “Bah, no tanto”. “Le felicito por su pronunciación del castellano”. Con la llegada del intérprete, monseñor Fernando Chica, responsable de la Sección española de la Secretaría de Estado, se cerraron las puertas. Durante media hora compartieron informaciones y opiniones sobre una amplia gama de temas.

Finalizado el coloquio, hizo su entrada la delegación oficial, a la que ya se había añadido el ministro Moratinos y el séquito (integrado por el ministro consejero de la Embajada, Carlos Bárcena; el consejero de la misma, David Izquierdo; y el consejero de Seguridad y el jefe de Protocolo de la Moncloa, Segundo José Martínez y Miguel Utray, respectivamente). Todos posaron con el Pontífice para la foto bajo el soberbio cuadro de la resurrección de Cristo, obra de Pietro Vannuzzi, el Perugino, y, en un clima más distendido, se procedió al intercambio de regalos. Desde Madrid, el presidente se había traído un magnífico volumen sobre el Real Monasterio del Escorial editado en 1892, al que correspondió Joseph Ratzinger con un bajorrelieve en bronce del siglo XVI que representa el Vaticano. A los comentarios de circunstancias siguieron frases de despedida: “Nos veremos en España”, dijo el presidente, que oyó responder con una franca sonrisa: “Sí, sí, pronto”.

Reorganizado el cortejo, éste se dirigió a la primera planta, donde tiene sus despachos la Secretaría de Estado. En el umbral les recibió el jefe del Protocolo, Fortunatus Nwachukwu, que les llevó hasta el cardenal Tarcisio Bertone y el secretario para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti. Eran las 11:45 h. cuando se sentaron a la mesa el presidente, el ministro, Bernardino León y el embajador Vázquez, de una parte; y de la otra, los dos eclesiásticos citados más Paolo Gualtieri, que habitualmente sigue los temas de España. Tres cuartos de hora duró la amable e interesante conversación.

La visita concluyó en el Patio de San Dámaso, y los españoles se dirigieron a toda prisa al Palazzo Chigi, donde les esperaba impaciente el presidente Silvio Berlusconi.

A las 13:15 h., la Sala de Prensa de la Santa Sede emitió un comunicado: “Los coloquios permitieron un intercambio de puntos de vista sobre Europa, sobre la actual crisis económica y el papel de la ética. También se hizo referencia a los países de América Central y del Caribe, así como a otras situaciones, en particular, a Oriente Medio. Igualmente se trató sobre las relaciones bilaterales y cuestiones de actualidad e interés para la Iglesia en España, como la eventual presentación de una nueva Ley de Libertad Religiosa, la sacralidad de la vida  desde la concepción y la importancia de la educación. Respecto a las visitas del Santo Padre a Santiago de Compostela y Barcelona este año y a Madrid en 2011 para la Jornada Mundial de la Juventud, se reconoció la completa disponibilidad del Gobierno español a colaborar en su preparación y desarrollo”.

La ‘intromisión’ de Berlusconi

Estos comunicados se elaboran de mutuo acuerdo y a veces sucede que las partes comentan, por separado, lo tratado. Aquí la cosa se complicó por la “intromisión” de Berlusconi, que forzó que, a toda costa, el presidente español fuera a verle. Esta “simultaneidad” no suele gustar a la Santa Sede por evidentes motivos de respeto a su soberanía, pero esta vez transigió.

Se planteó entonces el problema de dónde podría el presidente hacer un comentario “institucional” (así lo llaman en Moncloa). No, desde luego en el Patio de San Dámaso, donde nunca se ha permitido este tipo de comunicación, ni en plena calle (como se hizo en 2004). La Prefectura ofreció la posibilidad de los alrededores del Aula Pablo VI, pero los españoles prefirieron el Palazzo Chigi.

Berlusconi hizo el chistecito de turno, a los que es tan aficionado (“Les dejo con José Luis –dijo a los periodistas–, al que saludo como se saluda a un santo, porque ha recibido la bendición del Papa y ahora está en estado de gracia”). “La visita a Su Santidad el Papa se corresponde –dijo el político español– con una tradición de los presidentes rotatorios de la Unión Europea [UE]. Estas reuniones sirven para tratar los temas que pueden suscitar debate y lo hacemos siempre con respeto y tonos cordiales”.

También el portavoz vaticano subrayó la cordialidad de la entrevista y su importancia. Ante los micrófonos de la COPE, Federico Lombardi aseguró que lo normal es que en estas audiencias “la Iglesia presenta sus preocupaciones y posiciones, que son ya conocidas sin que se tenga que llegar a una discusión en particular”.

Entremos en el terreno de las opiniones. La mía es que la visita ha sido importante y que lo anómalo y descortés por parte de Zapatero hubiera sido no venir al Vaticano, pues lo han hecho todos los presidentes de turno de la UE; y además, Benedicto XVI irá a España próximamente.

El presidente ha venido a ver al Papa, y no con las manos vacías: ha dejado claro que no tiene la más mínima intención de plantear ahora la reforma de la Ley de Libertad Religiosa (la primera página de El País el domingo 13 dando publicidad a un borrador que, oficialmente, no es más que uno entre otros posibles, es la prueba del nueve y la alarma de los sectores más radicales del PSOE de que no estamos ante una promesa para galería). En el mismo lote hay que meter la reiterada disponibilidad del Gobierno a que los viajes pontificios se acompañen por una amplia colaboración.

Nunca es inútil que las personas se conozcan mejor y hablen de lo que les preocupa. Siempre surgen inesperados puntos de reencuentro. En Roma –supongo que también en Madrid– la visita ha dejado buen sabor de boca, que hubiera sido aún mejor si se hubiera preparado con menos zozobras y más tiempo.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.712 de Vida Nueva.

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