Editorial

Retos de futuro tras la visita de Zapatero al Papa

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Publicado en el nº 2.712 de Vida Nueva (del 19 al 25 de junio de 2010).

El papa Benedicto XVI recibía la pasada semana al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Una visita, solicitada desde hace tiempo por Moncloa, que, según fuentes de Presidencia, se enmarca en la agenda propia de la presidencia europea. Más allá de estas razones, no es extraño que el presidente del Ejecutivo visite al Papa. Ya lo hizo Zapatero al poco tiempo de ser elegido. Su encuentro con Juan Pablo II fue calificado de cordial. Ahora, unos meses antes de la visita del Papa a Santiago de Compostela y a Barcelona en noviembre, y de la que girará a Madrid en agosto de 2011 para la Jornada Mundial de la Juventud, hacen que este encuentro sea más que protocolario. El cambio de agenda motivado por Berlusconi en nada oscurece la visita del día 10, que también se ha desarrollado en los límites de la normalidad y la  cordialidad. Tanto para el Gobierno como para la Iglesia, esta visita es provechosa.

El Gobierno no quiere estar al margen del Vaticano, cabeza espiritual de la mayoría de los españoles. Busca en Roma establecer los puentes que en España no se han querido o no se han sabido reconstruir. Esta visita, en momentos duros para Zapatero, ha sido un balón de oxígeno. La Iglesia está en la vanguardia para ayudar a los damnificados por la crisis económica. La nueva Ley de Libertad Religiosa ha sido aparcada o dilatada en el tiempo. No es prioritaria, se dice desde Moncloa. No es oportuna con las cercanas visitas del Papa. El presidente se escuda en el concepto de “sana laicidad”, acuñado por Joseph Ratzinger en su visita a Francia, para reivindicar un laicismo que desespera a los creyentes y que aún no ha encontrado la horma del zapato. Falta aún mucho espacio de diálogo de forma que las posturas puedan exponerse con respeto para que no haya excesos intencionados por un lado o por otro. Al Gobierno le queda ahora contentar al ala más laicista del PSOE. Tarea ardua, sin duda. Hay espacios de trabajo común que el Gobierno no debe desdeñar.

Pero tampoco la Iglesia puede estar de espaldas al Gobierno y es urgente que se restablezcan los lazos de cordialidad y diálogo. También a ella le interesa esta vía de conciliación para seguir contribuyendo al bien común desde su misión pastoral, con voz profética, pero también con diligencia y operatividad. Las voces de España en Roma son pluriformes y han actuado diligentemente ante las alarmas que anunciaban desencuentros entre la cúpula de la Iglesia española y el Gobierno. La Iglesia puede seguir anunciando su verdad, sin renunciar a su misión, pero usando las maneras de su propia identidad. Y tiene la responsabilidad de aconsejar serenidad a los colectivos más beligerantes en su seno.

Intereses conjuntados que han desembocado en esta visita, con detalles más concretos en la posterior reunión con el cardenal Bertone, buen conocedor de nuestra realidad. Así pues, sana laicidad y sana independencia para seguir creando espacios para el entendimiento. Es responsabilidad del Vaticano y de la Moncloa. No se puede vivir de espaldas a una realidad que muestra un panorama de ciudadanos que votan cada cuatro años y siguen participando como cristianos en la vida de la Iglesia.

Ahora, para que no todo quede en la foto oportunista, es necesario que se reactiven las relaciones, que se fomenten el encuentro y el diálogo y que sigan concretándose los grandes acuerdos entre ambas instituciones. España no puede permitirse prescindir de la Iglesia y ésta no puede vivir ignorando a los gobernantes, unas veces diciéndoles con respeto su verdad; otras, colaborando juntos por el bien común.

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