Frumen Escudero: “Hay que buscar a Dios con la sinceridad del corazón”

Obispo emérito de Puyo (Ecuador)

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Frumen Escudero ingresa muy joven en el Seminario Diocesano de Burgos y estudia hasta 2º de Teología. De Burgos a Roma y de ahí a Madrid, donde hace Filosofía y Psicología en la Universidad Complutense. Tras esta etapa, empieza su “aventura de búsqueda”: comparte con los Hermanitos de Jesús de Carlos de Foucauld en España, Francia y Bélgica. En 1978 viaja a Ecuador como misionero laico, es sacerdote desde hace 25 años y consagrado obispo del Vicariato Apostólico de Puyo.

Llega a Ecuador como laico. La realidad le cambia la vida.

Viajé al Ecuador apoyado por la Diócesis de Madrid. Recuerdo agradecido nombres como José Luis Larrabe, Jesús García o Julián del Olmo. Pensé que la mejor manera de ir como misionero era la de “ser laico”, me sentía más libre, pero sin renunciar a todas las relaciones de amistad y fraternidad que se habían ido dando en mi vida, particularmente con consagrados y consagradas. La amistad con una comunidad de Hermanas Dominicas del Santísimo Sacramento, que trabajaban como misioneras en el Ecuador, hizo posible que me pusiera en contacto con el obispo de Puyo (Misión Dominicana) para trabajar en un proyecto educativo. La vida de la Iglesia en Puyo hizo posible que yo pidiera el sacerdocio.

¿Qué es lo que puede aportar un consagrado ante una situación de verdadera injusticia?

Creo que se queman muchas energías en lo ritual y nos olvidamos de lo que es fundamental: la justicia social y la justicia interna de la comunidad eclesial. Lo primero que podemos aportar es el hecho de ponernos al mismo nivel de los que sufren las consecuencias de la injusticia. Luego, luchar con todas nuestras fuerzas contra las situaciones de injusticia y dar la cara por la verdad.

Hable de su consagración sin pertenecer jurídicamente a una familia religiosa.

Siempre pensé en la Vida Consagrada como ideal de vida y me llegué a identificar con caminos como el Cisterciense o los Hermanitos de Jesús. Por mi parte, me he sentido siempre muy libre, sabiéndome fiel a lo fundamental: buscar a Dios con sinceridad de corazón y, desde ese estilo de vida, acercarme a los más pobres.

¿Cómo fue la etapa de obispo? ¿Por qué presenta la renuncia?

Unas palabras de san Pablo me “ayudaron” a aceptar el episcopado: “No son razones humanas las que guían nuestra vida, sino la gracia de Dios”. Pero, sin olvidar nunca que lo más importante en mi vida no era ser obispo, sino buscar a Dios con sinceridad al lado de los más pobres. Después llegué a entender que presentar la renuncia no suponía un cambio de opción en mi vida, sino un cambio de ritmo, que lo fundamental permanecía y que debía ser consecuente conmigo mismo. Lo cierto es que los más pobres me “empujaron” a presentar la renuncia al servicio episcopal.

Como misionero en Perú, ¿qué aprende?

Soy un hermanito, trabajo en un hospital como auxiliar de enfermería y las tareas que tengo que realizar son muy sencillas. Lo que sin duda he aprendido es a relacionarme de persona a persona, sin poder ni diferencias, he aprendido a ser uno más en el ambiente de trabajo, entre mis vecinos y en la comunidad cristiana con la que comparto mi búsqueda y entrega. He aprendido a compartir con ellos como un pobre lo sabe hacer con otro. Creo que es la mejor manera de evangelizar.

¿Cómo ve la Vida Consagrada? ¿Es un camino posible para los jóvenes?

Quedarnos en el pasado no es bueno. Lo cierto es que debemos buscar a Dios como consagrados en estos tiempos y relativizar formas y estilos de otros tiempos. Hoy todo es más inestable y los compromisos de por vida no gustan mucho, pero… eso no significa que los jóvenes no sean serios. Es arriesgado, pero con un buen compañero, amigo y hermano se pierden todos los miedos.

MIRADA CON LUPA

La Vida Consagrada encierra en sí una capacidad muy especial para compartir y enriquecerse de las distintas formas de seguimiento. No crece frente a otros, sino con todos. En tiempos recios, algunos llegan a creer que pasó el tiempo de la consagración y sólo queda el compromiso en los movimientos. No saben que éstos no perdurarían sin aquéllos que encierran en sí la entrega total, permanente y fecunda de la donación gratuita, y para siempre, de la comunidad religiosa.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.712 de Vida Nueva.

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