Pentecostés para lingüistas

(Francisco M. Carriscondo Esquivel– Profesor de la Universidad de Málaga)

“En estos días revivimos el episodio de Pentecostés (Hechos 2, 4): la venida del Espíritu Santo bajo la forma de lenguas de fuego, que goza también de una amplia representación iconográfica. Y en él se nos cuenta cómo los Apóstoles empezaron a hablar en distintas lenguas”

En su fatalismo habitual, la sociedad de Occidente ha considerado siempre un castigo divino la diversidad de lenguas, a partir del episodio de la construcción de la torre de Babel (Génesis 11, 1-9). Con el fin de afrontar la soberbia humana, Dios se vale de un medio: la confusión entre los hombres a la hora de comunicarse. Esta es la imagen, con todo su simbolismo, que ha permanecido hasta ahora, sin tenerse demasiado en cuenta que en Génesis 10, 5, 20 y 31, los hijos de Noé, tras el Diluvio, se dispersan en función, entre otras cosas, de sus respectivas lenguas. Pero, como nos hace pensar Umberto Eco en La búsqueda de la lengua perfecta (1993), ¿qué episodio tiene más carga dramática?, ¿cuál de ellos ha merecido un mayor número de representaciones en la historia del arte, incluido el cine (baste recordar Metrópolis de Fritz Lang)?, ¿qué idea permanece sobre el origen de la confusión en el inconsciente colectivo?

Ahora bien, he aquí que en estos días revivimos el episodio de Pentecostés (Hechos 2, 4): la venida del Espíritu Santo bajo la forma de lenguas de fuego, que goza también de una amplia representación iconográfica. Y en él se nos cuenta cómo los Apóstoles empezaron a hablar en distintas lenguas. Si no el capítulo del Génesis anterior a la confusión babélica, al menos en este de los Hechos parece claro que no hay que ver la multiplicidad de lenguas como un castigo. Y, aunque lo fuera, de nuevo Dios, por medio ahora del Espíritu Santo, parece haberlo redimido de una vez por todas.

fcarriscondo@vidanueva.es

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

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