La religión pervive en Europa

La mayoría de los europeos se sienten vinculados con algún credo

(Jesús Vicioso) La religiosidad distingue a la Europa del siglo XXI. Los valores religiosos siguen incidiendo, en general, en la vida de los europeos, según se desprende del estudio European Mindset, realizado por la Fundación BBVA, que ha sondeado en catorce países los valores comunes, tanto de carácter público —desde la identidad comunitaria, la política o la economía—, hasta los más privados, como la religión y la ética. Aunque no de manera unívoca, las profundas raíces cristianas que han marcado el devenir histórico del Viejo Continente siguen muy presentes.

La gran mayoría de los ciudadanos de los países analizados —doce de la Unión Europea (Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, Francia, Alemania, Grecia, Italia, Polonia, Portugal, España, Suecia y Reino Unido), más Suiza y Turquía— se sienten ligados a algún credo. Proporción que llega casi al 68% en el caso de la Unión Europea (UE). Nueve de cada diez griegos y polacos afirman abiertamente su pertenencia a alguna religión, casi el total de la población en el caso de los turcos. En España, el porcentaje también es alto: son creyentes siete de cada diez habitantes.

Ahora bien, la práctica religiosa es mucho más desigual: alta en Grecia, Italia, Polonia y Turquía, y baja en Suecia, Dinamarca y Reino Unido. Los españoles tienen un nivel intermedio, prácticamente igual que la media de la UE. La defensa de la libertad de expresión, el respeto a los derechos humanos, la democracia, la tolerancia y los valores cristianos son los principales rasgos identificadores de Europa para sus ciudadanos. No obstante, esta última característica de la identidad comunitaria, la religiosidad, sería menos determinante para los españoles que para el resto.

Los sociólogos Pedro González Blasco, marianista, y Fernando Vidal Fernández, laico y profesor de la Universidad Pontificia Comillas, han valorado para Vida Nueva los resultados del estudio. Blasco señala que el trabajo muestra un fenómeno curioso: “Por una parte, hay una pertenencia sin creencia, que se da en los que podríamos llamar católicos nominales, aquéllos que se definen católicos pero que, en realidad, creen poco. También se da una creencia sin pertenencia: gente que cree en Dios, pero que no pertenece a la Iglesia católica”. “Es verdad también –añade– que en España especialmente, como dice Recio, sigue influyendo la Iglesia en el orden simbólico y ético, aunque la gente se desvincula un tanto de ella. Otro autor, Amando de Miguel, también habla de que la Iglesia sigue teniendo una presencia institucional fuerte. Eso no impide que esa influencia en lo simbólico y ético coincida con una creciente secularización”.

Para Vidal, secularizarse no es acercarse más al resto de países del continente. “Europeizarnos quiere decir hacernos más cooperadores y plurales en lo religioso. El modelo europeo señala claramente en la dirección de un respeto fuerte a la religión, una cooperación importante y una aceptación general de la cultura de valores cristianos. Sin embargo, España se pasa en la secularización. El modelo aquí rebasa al europeo. Parece que muchos identifican secularización con europeización, y no es así; secularizarse no es europeizarse. No es radicalizar la secularización”.

Donde sí hay un gran consenso es en la separación entre el Estado y la religión, disociación avalada por más del 70% de la ciudadanía, que entiende ésta como una de las cuestiones centrales de la arquitectura institucional de Europa. No obstante, hay división entre quienes piensan que el Estado debe o no ayudar a las confesiones religiosas, incluso aun habiendo división entre ambos entes: la mitad de la UE está de acuerdo con el apoyo estatal a las religiones, frente a la otra mitad, que se manifiesta contraria. Los españoles —junto a escandinavos, belgas y franceses— son los que tienen una actitud menos favorable a este respecto. Igualmente, genera controversia en el continente el vínculo entre ética y religión.

Rechazo en España

“Europa, en general, se identifica con la democracia y con los valores cristianos, aunque esto sea compatible con una cierta exclusión del catolicismo de la cultura actual. Los españoles ahí difieren un poco, ya que ellos insisten en el pacifismo. Creo que eso alude al recuerdo de la Guerra Civil, por lo que los españoles dicen que no a más guerras y, entonces, hay un reforzamiento del pacifismo”, señala Blasco, quien también apunta que si España considera que Europa también se caracteriza por el acceso a servicios sociales es porque “esto llegó más tarde a nuestro país”. “En cambio, los españoles le dan menos importancia a los valores cristianos que el resto de europeos en cuanto a su identificación. Se da un cierto rechazo a la relación que ha habido en el pasado cercano de España a una Iglesia muy vinculada al poder. Es como una especie de reacción que tardará en volver a equilibrarse”, añade el marianista.

Para Vidal, la presencia legítima en la vida pública de las religiones es claramente un patrón europeo. “El modelo europeo incluye la cooperación con las religiones. Y también la separación Iglesia-Estado. Pero, en este sentido, los modelos laicistas radicales no son tendencia europea. El laicismo no es la tendencia de Europa”.

Por otro lado, la investigación sociológica muestra que la ética se ha autonomizado de la religión en algunas sociedades europeas. En los países más religiosos —Turquía, Grecia y Polonia— son mayoría los que piensan que es necesario creer en una religión para tener valores y actuar de modo ético. En cambio, esta idea es minoritaria en Suecia, Dinamarca, Francia y España. Más acuerdo hay sobre la existencia de principios claros de lo que está bien y de lo que está mal, es decir, que los europeos no profesan un relativismo ético, aunque sí son partidarios de cierta flexibilidad en la aplicación de criterios y principios comúnmente establecidos.

En otro orden de cosas, el estudio aborda la connotación social de los ritos religiosos (bautizos, bodas, funerales…), hoy, considerados, sobre todo, una costumbre, especialmente en los países escandinavos. La mayoría de los europeos anteponen la tradición al significado de las ceremonias religiosas, si bien su vigencia está asegurada, ya que la mayoría tiene intención de seguir celebrando bautizos y matrimonios religiosos. España concuerda con la media en el caso de los bautizos –6,6 sobre 10– y se sitúa por debajo en los matrimonios –5,9 frente al 6,4 europeo–.

Del mismo modo, el estudio aborda la controversia moral de algunas de las prácticas sociales contemporáneas, estableciendo las que tienen mayor aceptación y rechazo. Así, la vida en pareja sin casarse —con una media de conformidad de 7,7 en una escala de 0 a 10—, el divorcio —7,0— o el ser madre o padre soltero —7,3— son las experiencias más asentadas en las sociedades europeas. A este respecto, Blasco observa que también hay un importante segmento de católicos que acepta estas prácticas. “La tendencia es creciente”, asevera.

Rechazo al aborto

Sin embargo, las opiniones están más encontradas al abordar la eutanasia y, sobre todo, el aborto. La muerte asistida de enfermos terminales genera mayor rechazo en los países más practicantes –Polonia, Grecia y Turquía–, mientras que expresan más conformidad suizos, daneses, suecos y belgas. El caso del aborto es más controvertido: extensamente aprobado en Dinamarca y Suecia —la media es superior al 8 sobre 10—, genera gran división en la mayor parte del resto de países. Grecia, Polonia, Italia y Reino Unido, por debajo del 5 sobre 10, consideran esta conducta más inaceptable. En España, la aceptación de la eutanasia supera, con un 6,8, la media de 6,3, pero lo que divide más es el aborto, con un 5,1 (la media es de un 5,2).

“Hay discrepancias sobre la eutanasia. Esto tiene relación con el horizonte de vida y, sobre todo, con el fuerte hedonismo e individualismo que se están planteando en la sociedad. No se quiere el dolor, no se quiere la vejez… Entonces, hay una tendencia fuerte hacia prácticas como la eutanasia. El aborto es ya menos aceptado, tanto en Europa como en España, pero también depende de países. Este asunto sí que divide a la población, igualmente a la española”, afirma Blasco.

Ahondando en otras conductas, prevalece la desaprobación de prácticas como las madres de alquiler, las bodas homosexuales y la adopción o concepción de hijos por estas parejas. No obstante, los españoles vuelven a desmarcarse de la media y son más condescendientes –con daneses, suecos y belgas– con el matrimonio homosexual (5,7 sobre 10 frente al 4,2 de la media) y a la descendencia entre estas parejas (5,3 frente al 3,9 europeo en el caso de la adopción y un 5,0 frente al 3,6 de la UE en el caso de tener hijos concebidos recurriendo a donantes de semen o de óvulos). “Es llamativo que los matrimonios homosexuales o la descendencia de parejas de igual sexo sean conductas mucho más aceptadas en España que en otros países europeos”, explica Blasco. Por otro lado, lo más reprobado transversalmente es el mantener relaciones sexuales fuera de la pareja, aunque es España la que ofrece una condescendencia más alta (4,3 frente al 3,4 de la media europea).

————

LA CONTROVERSIA DE LOS SÍMBOLOS RELIGIOSOS


El estudio European Mindset también se ocupa de la exhibición de signos religiosos en la esfera pública, especialmente de su presencia en los centros educativos, en lo que también se observan distintas posturas. Así, la posibilidad de mostrar en escuelas o universidades símbolos cristianos como las cruces no suscita la polémica, que sí se genera cuando se trata del velo musulmán o de la kipá judía.

En los países de la Unión Europea (UE), el 54,4% de los ciudadanos está de acuerdo en exteriorizar su fe mediante crucifijos, mientras que los velos y kipás son rechazados por el 52,6% y 44,2%, respectivamente. En esto, la sociedad española iguala la media de la UE: la mitad del país aprueba la exhibición de cruces, igual porcentaje que rechaza el velo. Bulgaria es el país más contrario a enseñar los símbolos, al margen de la confesión que profesen: rechaza con un 58,9% las cruces, las kipás con un 82,4% e, incluso, aún más, los velos, con un 84,3%.  Franceses, alemanes, suizos, belgas y griegos también se oponen fuertemente a que las mujeres se cubran la cabeza en los centros educativos de sus países o que los judíos usen el ‘solideo’ hebreo.

“Estas cifras nos dan cuenta de la poca pluralidad de Europa en lo religioso. Necesitamos trabajar mucho más esa asignatura. Los Estados Unidos lo tienen mucho más solucionado que Europa. Para los estadounidenses, la diversidad es motivo para la fortaleza. Y, sin embargo, los europeos tenemos un modelo en el que la diversidad genera división y no integración. En Europa, hacemos sentir a los musulmanes como no europeos, o que pareciera que el europeo musulmán es menos europeo que el resto. Pero éste no es un problema de inmigrantes; es un problema de europeos. La gente no juzga esto desde el punto de vista de la diversidad, sino de sus actitudes frente a la migración, y lo que hay que hacer es sacar el tema de la diversidad religiosa del ámbito de la extranjería”, resume Fernando Vidal.

En relación con este asunto, recientemente saltó a la palestra mediática la polémica de los símbolos porque una niña de un municipio de Madrid tuvo que cambiarse de instituto por usar el velo islámico debido a que las normas de su anterior centro prohibían que los alumnos se cubrieran la cabeza. “En este caso, no se trata de una inmigrante, sino de una española. Y ése es el problema: que nosotros vemos siempre como que lo cristiano es español y lo otro es extranjero, pero eso no es cierto. Lo musulmán y lo judío son también español. Luego no es un problema de derechos de los inmigrantes, sino de derechos civiles de los europeos”, abunda este sociólogo, quien, por último, incide en que el cristianismo tiene que hacer suya la causa de las otras religiones. “El reconocimiento progresivo de la diversidad religiosa favorece el papel de las religiones en la vida pública; también del cristianismo. La fe católica solamente podrá relegitimar su presencia en la vida pública con un ambicioso plan de diversidad religiosa general”, remarca el profesor de la Universidad Pontificia Comillas.

En el nº 2.707 de Vida Nueva.

Compartir