Católicos ante el 1º de Mayo: ¿qué hacer por los parados?

(Vida Nueva) La falta de trabajo desafía a los políticos y a cuantos, en la Iglesia, acompañan a los parados en su lucha diaria. ¿qué podemos hacer entre todos por ellos? En los ‘Enfoques’ encontramos las propuestas de Víctor Pidal Menéndez, consiliario de Pastoral Obrera en la Diócesis de Getafe y Eduardo Rojo Torrecilla, catedrático de Derecho del Trabajo de la Autónoma de Barcelona.

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Una historia de lucha y esperanza

(Víctor Pidal Menéndez– Hijo de la Caridad. Consiliario de Pastoral Obrera en la Diócesis de Getafe) El 1º de Mayo no hace sólo referencia a un día puntual, es la celebración de una historia cargada de humanidad, es la historia de unas personas, de un colectivo, en la lucha por su dignidad, por el respeto de unos derechos, por la consecución de una justicia tantas veces negada.

Esta historia, entre nosotros, tiene hitos importantes. En la década de los 60, en muchas ciudades españolas, en barrios muy precarios, se hacinaban hombres y mujeres que habían abandonado el campo para trasladarse a las ciudades en busca de un trabajo y para encontrar una vida más digna para ellos y, sobre todo, para sus hijos.

En aquellos barrios empezaron a nacer, al tiempo, parroquias; allí encontraron un lugar donde compartir su situación, celebrar la fe que traían de sus lugares y sentirse cercanos y solidarios unos con otros.

Años antes habían germinado dentro de la Iglesia los llamados Movimientos Apostólicos Obreros de Acción Católica, la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Estos movimientos apostólicos aportaron una mística y una metodología, la metodología y la mística de la Revisión de Vida. Éste es un reconocimiento que no siempre se ha reivindicado y que, en este momento, es frecuentemente olvidado. Esta Iglesia en el mundo obrero alumbró un tipo de evangelización misionera que después recogería el Concilio Vaticano II. Fue un momento de esperanza.

Hace años de esa historia, han cambiado muchas cosas en el mundo obrero, en España y también en la Iglesia. “Actualmente el conflicto social presenta aspectos nuevos y, tal vez, más preocupantes: los progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de su explotación por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de la productividad”. (Compendio DSI, 269).

La producción y el consumo desenfrenado exigen hoy todo tipo de flexibilidad y de desregularización: la persona en función del mercado. La crisis económica ha hecho emerger miles de personas en condiciones de subsistencia y precariedad, un mundo obrero muy inestable.
Desde el sur de Madrid, desde donde escribo, en las primeras horas de la mañana, cientos de trabajadores, hombres y mujeres, abordan unos trenes de cercanías abarrotados, para trasladarse a sus lugares de trabajo. Hombres y mujeres, de los que muchos de ellos van a trabajos precarios e inseguros, sobre todo las mujeres, muchos jóvenes e inmigrantes. He ahí un mundo obrero que se hace presente en el día a día. A algunos ya no pueden flexibilizarlos más.

¿Cómo son hoy nuestros barrios, los barrios habitados, en su mayoría, por trabajadores? Ante nuestros ojos está naciendo un tipo de barrio distinto. Barrios multirraciales, multiculturales, multireligiosos, con vecinos que tienen otras costumbres, otras lenguas, otra cultura, otra religión. Las comunidades parroquiales y los grupos parroquiales, en esta nueva situación, vuelven a jugar un papel en ese espacio donde han encontrado un hogar y unos hermanos.

En la parroquia de San Eladio (Leganés), se ha creado la Asociación Betania. Hay muchas mujeres inmigrantes solas y con hijos, tienen que ir al trabajo y, a veces, no tienen con quién dejar a sus niños, llevarlos al colegio o recogerlos. A través de la parroquia, diversas personas o familias se hacen cargo de los niños. A través de esas ayudas, se fragua una relación y una solidaridad activa entre las personas. Se crea barrio.

Pero no han sido sólo los inmigrantes los golpeados por la crisis, también los trabajadores de aquí. En una reunión de padres que van a bautizar a sus hijos, Pedro nos decía que es camionero y nos contaba las muchas horas que debía pasar al volante, que tenía que echar, condicionando su vida familiar, viendo poco a sus hijos, los largos recorridos por España y el extranjero, lejos de la familia; y “te tienes que callar, porque si dices algo te contestan que hay otros que están dispuestos a hacerlo”. ¿Cómo conciliar, así, vida familiar y trabajo?

El esfuerzo por que los inmigrantes asuman su propio protagonismo es la tarea que está realizando también la HOAC en Parla, iniciando al Movimiento a un grupo de inmigrantes africanos. “Por ellos, con ellos y entre ellos”.

Éste es un recorrido por el ayer y el hoy de la clase trabajadora de nuestra tierra. Esto es lo que celebra el 1º de Mayo.

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Menos reformas laborales y más crear empleo

(Eduardo Rojo Torrecilla– Catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Autónoma de Barcelona) Mientras en España seguimos con el debate sobre la “necesaria reforma laboral”, como si ésta fuera un bálsamo que curara todos los males de nuestro debilitado mercado de trabajo, los ministros del ramo del G-20 se reunían en Washington y aprobaban cinco grandes recomendaciones. Los responsables laborales de los países que suman más de los dos tercios de la población y el 85% de la economía mundial piden que siga estando en el centro del debate mundial la creación de empleo y la adopción de medidas que protejan, si es necesario, a la población trabajadora que ha sufrido, sin comerlo ni beberlo, los envites de la crisis financiera. Más concretamente, demandan acelerar la creación de empleo y asegurar una recuperación sostenible que permita un crecimiento con un elevado nivel de empleo; el refuerzo de los sistemas de protección social y la promoción de las políticas activas de mercado de trabajo; situar el empleo y la prevención de la pobreza en el centro de las estrategias económicas nacionales y globales; la mejora de la calidad de los empleos para la ciudadanía; y, último pero no menos importante, preparar a la población activa para los futuros retos y oportunidades que se contemplan ya en unos casos, y se prevén a corto y medio plazo en otros, en el mercado de trabajo.

¿Estamos debatiendo de todo ello en España en el marco del diálogo social sobre la reforma laboral? Más bien poco, porque parece que todo se limite a reducir las modalidades de contratación laboral y el coste que asume la parte empresarial cuando procede a la extinción del contrato, con el argumento de que así se reducirá la dualidad entre trabajadores estables y los que no disponen de garantías de estabilidad. En el debate también han entrado, como elefantes en una cacharrería, quienes cuestionan los “privilegios” de los empleados públicos en régimen funcionarial y piden que se modifique la normativa que garantiza la estabilidad y que no deja a los denostados funcionarios públicos al pie de los caballos de cualquier cambio político.

A lo largo de mis muchos años de vida profesional, he vivido varias reformas laborales y todas ellas han tenido impacto sobre la creación de empleo, mucho más limitado de lo que los apologetas del cambio radical pretenden ahora.

¿Niego la necesidad de reformas (en plural) en las relaciones laborales en España? En modo alguno, porque hemos de adoptar medidas que incentiven la incorporación de los jóvenes al mundo del trabajo, dotándoles de un grado de cualificación profesional que les permita incorporarse en condiciones dignas; se han de introducir mecanismos en las empresas (aprovechando las posibilidades existentes y explorando otras nuevas) que permitan la adaptación de las condiciones de trabajo a las cada vez más cambiantes realidades económicas y productivas a escala internacional; hemos de prestar especial atención al colectivo, cada vez más importante en España, de trabajadores autónomos y velar por que dispongan de acceso al sistema financiero; y tampoco ha de dar ningún miedo debatir sobre la hipótesis de una reducción del coste de la extinción contractual si ello va acompañado de medidas que potencien la contratación estable de las personas que se incorporen al mercado de trabajo.

En el debate de las reformas laborales echo en falta la voz de los trabajadores afectados en el día a día por la crisis; y no me refiero a los parados, sino a quienes siguen en sus puestos de trabajo. Llevo mucho años impartiendo docencia a personas que combinan su condición de estudiantes con la de trabajadores, y en los últimos dos años he oído historias de flexibilidad real en la vida laboral (algunos, quizás, lo llamaríamos descontrol: o “lo tomas o lo dejas”) que harían sonrojar a muchos de quienes critican las rigideces de nuestras condiciones de trabajo. Pero esas historias no tienen interés para los medios de comunicación.

La apuesta por el futuro debe pasar por una adaptación permanente a los cambios en el sistema productivo y tratar de impulsar el cambio en una dirección que beneficie a los trabajadores. Al iniciar la redacción de este artículo, leía cuáles son las 100 empresas mejores para trabajar en España y sus características, y en todas se habla de buen nivel formativo, de trabajo en equipo, confianza en los directivos, implicación en el trabajo cotidiano de toda la plantilla, en definitiva, confianza en las cosas bien hechas. No he encontrado referencias a precariedad, inseguridad, o miedo al futuro profesional.

Las reformas laborales ayudan a crear empleo, ciertamente, pero no les pidamos lo que no están en condiciones de dar.

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

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