Otro álbum del horror

Ciudad de vida y muerte

(José L. Celada) Diciembre de 1937. Tras la caída de Beijing y Shanghai, las tropas japonesas invaden la entonces capital china, Nanking, en la peor batalla del conflicto entre ambos países. Mientras se barruntaba el estallido de la II Guerra Mundial, aquel lugar del Extremo Oriente se convertía en la Ciudad de vida y muerte que da título a una de las producciones bélicas recientes más espectaculares y sobrecogedoras.

El joven realizador chino Lu Chuan es el responsable de este personal (¿y partidista?) ajuste de cuentas con la historia que sumerge desde el primer minuto al espectador en un fantasmagórico universo de cadáveres y ruinas, sin casi tiempo para digerir tanta angustia y destrucción. Un desolador escenario, que invita a huir despavoridos, pero cuyo magnetismo visual (la hiriente fotografía en blanco y negro, el color del duelo, es sencillamente deslumbrante) nos hipnotiza y atrapa, ávidos por conocer la suerte de vencedores y vencidos.

Sin apelar a la fuerza de la palabra o al énfasis del sentimiento, con el poder de la imagen desnuda que exhibe este nuevo álbum del horror, apenas hay dudas de que, en tales circunstancias, “vivir es más difícil que morir”. Más de 200.000 personas perdieron la vida en el asedio de Nanking, donde la barbarie se manifestó en sus más diversos registros: fusilamientos, decapitaciones, enterramientos, violaciones… Todo un catálogo de la crueldad humana, que el cineasta transforma en un fresco estremecedor, anegado de situaciones que –como sus protagonistas– se hacinan sin tregua alguna.

Un primer tramo de cinta digno de los grandes clásicos del género –con toda la épica del fragor de la contienda– da paso al drama encarnado en sus principales personajes. Momento que Chuan aprovecha para acercarnos a la lucha por la supervivencia o el tormento de la culpa de estos seres sometidos a contradicciones y a vejaciones (según el caso); inmersos en la pesadilla y el sinsentido, sin ocasión para descubrir el amor, unos y otros se han visto abocados a la brutalidad desatada por uno de los episodios menos conocidos pero igualmente deplorable del siglo XX.

Desde los créditos iniciales hasta su desenlace, en esta Ciudad de vida y muerte, cada plano, cada movimiento de cámara, cada sonido (el crepitar del fuego, el tronar de las armas, el llanto de un niño, el ladrido de un perro o el paso ligero de la soldadesca) sirven al más crudo realismo, aunque sin descuidar un pudoroso respeto por las víctimas. Porque de eso trata esta película: de volver la vista atrás sin filtros y arrojar una mirada dolorosamente bella y sensible sobre hechos que nunca deberían volver a repetirse. Disfrutar de tan conmovedora crónica de aquel infierno puede ser una buena manera de no olvidarnos de cuantos perecieron en él.