María: “El Gobierno es el culpable de que haya niños soldado”

Ex menor combatiente en Colombia

(Texto: María Gómez– Foto: Luis Medina) Cuando el dolor ha sido tanto, es complicado sobreponerse. Si un niño crece pensando que no vale nada, porque le arrebataron su dignidad desde el principio, no sabrá valorar lo que pueda hacerle feliz, porque si uno forja la propia identidad reconociéndose en lo negativo, ¿cómo encontrar el resquicio por el que escapar? Y, sin embargo, se puede. María conoce a cientos de personas que han sufrido mucho; sobre todo mujeres, que acuden a la Fundación Benposta, en Bogotá, buscando un trato humano, que las escuchen y apoyen. “Sienta chévere –asegura esta colombiana de 26 años– saber que lo que no hicieron conmigo, yo lo puedo hacer por otras”.

Apenas cuenta detalles de su experiencia como niña soldado, pero su relato en tercera persona es igualmente inquietante: “La mayoría de chicas que ingresa en el grupo armado tiene 11 ó 12 años. Allí se violan todos los derechos, no se respeta el derecho a la vida, que es el más importante, y niños y niñas son tratadas por igual. La mujer asume un rol masculino: carga los mismos kilos que el hombre, se levanta a las mismas horas para la guardia, para ranchar [preparar el rancho], cargar leña, raspar la coca… Lo que la diferencia es el hecho de parir y el abuso sexual. Eso se ve demasiado en el grupo armado. No es sólo si te cogen y te colocan un cuchillo o una pistola en la cabeza y te violan, o te dejas violar. Muchas chicas se sienten en la obligación de tener relaciones con un comandante para recibir un trato más noble, por buscar cariño o por miedo. Es un trauma muy grande que puede marcar para toda la vida”.

Por suerte, no fue su caso, pero María tiene muy claro que sí se violaron sus derechos como persona y como niña. Y también de quién es la culpa: “El mayor culpable de que un niño o un joven pertenezca a un grupo armado ilegal es el Gobierno. El Gobierno es culpable de que haya violencia intrafamiliar, porque no hay una institución que ayude a las familias a amarse, ni nadie que vigile a las comunidades donde hay violencia. Mientras haya un Gobierno corrupto, como en Colombia, que se queda con las ayudas económicas, siempre va a haber niños en la calle, escuelas que no se terminan, narcotráfico… Mientras exista la corrupción en los gobiernos siempre va a existir esa desigualdad social que empuja a un niño a escapar de ese entorno e ingresar en un grupo armado”.

Ella fue víctima de esta falsa acogida y sabe de lo que habla. Lo increíble es que lo haya superado. “Quedan secuelas imborrables –corrige–, unos traumas psicológicos difíciles de reparar”. Por eso le encanta su trabajo en el proyecto ‘Sembrando vida’ de la Fundación Benposta (que pertenece a la Coalición Española para acabar con la utilización de Niños y Niñas soldado, participada, por Entreculturas o el SJR).

Diez años después de haberse desmilitarizado, y a pesar de que tiene que ocultar su rostro por razones de seguridad, lo admirable en María es cómo ha aprendido a utilizar el pasado para encarar el futuro: “Durante dos años preferí callar y olvidar, y no me funcionó. La solución es poder contar la experiencia y que otros hagan lo mismo”. Y añade: “Si pudiera volver atrás, no ingresaría en el grupo armado. Pero si Dios quiso que pasaran esas situaciones tan feas, es porque quiere que yo deje un mensaje en los demás. O porque quiso que valorara la vida que me ha dado, mi familia, que ha sido el motivo más grande para poder superarme y superar lo que me ha pasado. Antes me avergonzaba de contar cosas así, pero ahora me siento orgullosa de poder salir adelante”.

En esencia

Una película: La virgen de los sicarios, de Barbet Schroeder.

Un libro: Los niños de la guerra, de Guillermo González Uribe.

Una canción: Pies descalzos, de Shakira.

Un deporte: la danza.

Un deseo frustrado: no haber podido sacar a mis padres adelante.

Un recuerdo de infancia: una muñequita que llamaba ‘Fresitas’.

Una persona: mi abuelo.

La última alegría: la última reunión familiar.

La mayor tristeza: cuando se me murió mi bebé.

Un sueño: terminar mi carrera de Trabajo Social.

Un regalo: mi hijo.

Un valor: la dignidad.

Que me recuerden… como una persona luchadora.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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