El Papa, “escandalizado y herido” ante los abusos

En su Carta Pastoral, reconoce “graves errores” y asegura acciones decisivas

(Antonio Pelayo– Roma) La Carta del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda merece algo más de atención y examen del que le han dedicado algunos comentaristas dentro y fuera de la Iglesia. Es un documento valiente, claro y que no se contenta con el diagnóstico, sino que define una estrategia de curación uniendo la cirugía y los cuidados paliativos. Es la carta de un padre que sufre por los errores que se han cometido en su casa, pero que no está dispuesto a cerrar los ojos y a dejar que todo siga igual.

Por de pronto, la carta ya anuncia dos medidas muy concretas: la primera, “convocar una Visita Apostólica en algunas diócesis de Irlanda, así como en los seminarios y congregaciones religiosas”, de la que en un futuro inmediato se anunciarán los detalles. La segunda es la propuesta de que “se convoque una Misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos”, cuyo objetivo es favorecer “una valoración más profunda de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber a fondo en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de la Iglesia”.

En términos más paladinos, esto supone dos cosas: Ratzinger está dispuesto a actuar y a hacerlo rápidamente, pero no quiere precipitarse, y por eso va a mandar –se supone– a más de un visitador apostólico para revisar las situaciones más escabrosas y que necesitan ‘intervención quirúrgica’. En mi opinión, va a caer más de una cabeza mitrada y más de un superior o superiora religioso será apartado de su cargo; lo mismo se diga de algunos rectores de seminarios o de casas de formación donde se han registrado escándalos.

Sin ir más lejos, el miércoles 24, Benedicto XVI aceptaba la renuncia de John Magee, que dimitió en marzo del año pasado, investigado por encubrimiento de abusos en su diócesis. Obispo de Cloyne desde 1987, fue secretario de Pablo VI, de Juan Pablo I y de Juan Pablo II. Es la primera renuncia formal tras la publicación de la Carta, si bien éste es el quinto prelado que dimite por su implicación en estos asuntos.

Lo de la Misión responde a otra lógica no menos implacable: el Papa viene a afirmar que lo que ha sucedido en Irlanda (y, por extensión, en otros países) revela un gravísimo vaciamiento de valores cristianos en la jerarquía, en el clero de ambas especies (secular y regular) y en los fieles. Es inconcebible que pueda llegarse a tales extremos, a no ser que hayan sido precedidos por una relajación del control personal y de la ascética tradicional. Esta acción regenerativa será menos vistosa, pero es la terapia de fondo.

Finalmente, creo que es de justicia reconocer –como lo hace Benedicto XVI en su escrito– que, “desde el momento en que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la amplitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo en muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio”. No se trata, por lo tanto, de dejarse atrapar por una ligera forma de masoquismo que llevaría consigo una incapacidad para actuar: se ha hecho ya mucho, pero hay que hacer aún mucho más para atajar esa plaga. El mismo Papa, al final de su Carta, se declara “escandalizado y herido” como cristiano, pero pide a todos que reaccionen y llama la atención –lo hace ya desde el principio– para que “nadie se imagine que esta dolorosa situación se resuelva pronto. Se han dado pasos positivos, pero aún queda mucho por hacer”.

Fallos de dirección

El Papa, con el obispo irlandés Magee

El Papa, con el obispo irlandés Magee

 

Aunque no lo dice expresamente, un lector atento lo capta leyendo el texto: Benedicto XVI tampoco se hace ilusiones sobre la posibilidad de que su Carta apague definitivamente las críticas que se han hecho a la Iglesia irlandesa, a la universal y a él personalmente. De hecho, algunas de las primeras reacciones se han producido en ese registro maximalista y savonaroliano demostrado ya en circunstancias más o menos similares. No basta que se reconozca “que se cometieron graves errores de juicio y fallos de dirección”; ni que se les diga a los obispos que, “además de aplicar plenamente las normas del Derecho Canónico, seguid cooperando con las autoridades civiles en el ámbito de su competencia”; a éstos les parece todavía poco que se asegure “una acción decisiva llevada a cabo con total honestidad y transparencia”.

La Carta se difundió el sábado 20 de marzo. L’Osservatore Romano la publicaba en su versión inglesa e italiana, con este título: “Para sanar las heridas y reconstruir la confianza traicionada”. Su director, Gian María Vian, firmaba un editorial que no tenía nada de enfático, al abrirse con la frase “Ante Dios y ante los hombres”, y en el que afirma que, “por su valentía, no tiene precedentes: un documento evangélico para responder a un inaudito oscurecimiento de la luz del Evangelio”. Vian afirma también que “el diagnóstico lúcido y severo de la carta es perfectamente coherente con la actuación casi durante treinta años del Cardenal Ratzinger”.

Por su parte, el padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, utilizó un canal algo particular para poner en la órbita de la comunicación su comentario: lo hizo a través de un vídeo, una de cuyas primeras frases clasifica como “impresionante” el documento papal. “El Santo Padre –añadió– expresa su dolor y trata de contribuir personalmente a reparar, resanar y renovar”, partiendo, sin embargo, del principio indiscutible de que los culpables “deben responder de sus pecados y sus crímenes ante Dios y ante los tribunales debidamente constituidos”. En su diálogo con algunos informadores, el ponderado jesuita aclaró que la Carta es un documento pastoral, y, por lo tanto, no puede incluir medidas administrativas o jurídicas (como la posible dimisión de algunos obispos más directamente implicados en el ocultamiento de los nefandos crímenes). También afirmó que no tenía sentido esperar de un documento dirigido a la Iglesia de Irlanda alusiones explícitas a la situación de otros países o Iglesias, como la alemana en particular. “El Santo Padre –comentó– decidirá cuándo y cómo intervenir en el caso de su patria”.

Según el portavoz vaticano, el documento puede ilustrarse con estos términos clave: verdad, dolor, conversión y compromiso. “No busca excusas –subrayó–, es honesto y sincero. Quien conoce la situación y conoce también la tarea realizada por el Papa se da cuenta de que es un testigo de la búsqueda de la coherencia y claridad y que en sus años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe su actitud no fue de cobertura o encubrimiento, sino de un compromiso cada vez más decidido para aclarar e intervenir”.

Rueda de prensa de Lombardi el 20 de marzo

 

Es imposible intentar siquiera hacer aquí una síntesis de cómo este documento ha sido reflejado en los medios de comunicación de todo el mundo. El director de la Agencia Zenit, Jesús Colina, que lo ha intentado, ha escrito: “Favorables, contrarios o internamente divididos, los medios de comunicación de todo el mundo han acogido la carta pastoral de Benedicto XVI como un documento ‘sin precedentes’, no sólo porque es el primero que un papa dedica a este tema, sino también por el dolor con que está escrito”.

Críticas desafortunadas

Si se me permite una nota “española”, creo que puede decirse que los medios no han brillado en esta ocasión por su creatividad, siendo todos ellos bastante previsibles, de modo especial los que se supone que iban a ser poco favorables al escrito (El País, sin ir más lejos, con un editorial que zanja la cuestión con la desafortunada síntesis de que “la carta pastoral del Papa sobre la pederastia en la Iglesia llega tarde y se queda corta” y que contiene esta perla de infatuación laicista: “La Iglesia ha envejecido mal”).

Muchos creyeron ver en las palabras que Ratzinger pronunció el domingo 21 en el Angelus un auto-comentario del Papa a su Carta: “Queridos amigos, aprendamos del Señor a no juzgar y a no condenar al prójimo. Aprendamos a ser intransigentes con el pecado –comenzando por el nuestro– e indulgentes con las personas”. Mucho más sencillo: el Pontífice se limitó a comentar el evangelio del quinto domingo de Cuaresma, que recuerda la actitud de Jesús ante la adúltera que estaba a punto de ser lapidada por sus acusadores.

Hasta un cierto punto, es comprensible que las víctimas de estos crímenes no tengan aún la calma necesaria para juzgar el paso histórico que supone este documento del Obispo de Roma. Sus portavoces no han sido, en general, muy agradecidos con Ratzinger. Maeve Lewis, directora general del grupo One in Four (Uno de cada cuatro) declaró a la agencia France Press: “Las víctimas esperaban un reconocimiento de la manera ofensiva con la que han sido tratadas. La ausencia de excusas a este respecto es muy dolorosa”. También creen que la Santa Sede debe obligar al cardenal Seán Brady a que dimita, por considerarle uno de los causantes del manto de silencio que cubrió a los criminales pederastas. El arzobispo de Armagh y presidente de la Conferencia de Obispos Católicos Irlandeses, sin embargo, al presentar la Carta en la Catedral de San Patricio, se limitó a asegurar que se trataba de “una jornada verdaderamente histórica para los católicos de Irlanda” y manifestó su agradecimiento al Papa “por su profunda amabilidad y su preocupación”.

Los obispos irlandeses, ante a los periodistas, el pasado febrero

 

Al otro lado del Atlántico, la SNAP (organización americana de defensa de las víctimas de los sacerdotes pedófilos) era muy tajante: “El Papa envía palabras, cuando lo que se espera de él es que actúe. Deja planear los riesgos, cuando lo que se necesita es prevención. Sanciona el secreto, cuando lo que es necesario es toda la verdad. Ignora el sufrimiento y la agonía, cuando lo necesario es una verdadera curación –y no sólo con palabras–”. Otros exponentes de las víctimas, como el austríaco Udo Fischer, siguen empecinados en querer demostrar la complicidad de Ratzinger: “El actual Papa tiene que reconocer su culpa, porque estaba informado al cien por cien y no hizo nada. No sólo los obispos son culpables”.

No han faltado voces más ecuánimes: la asociación Irish Survivor of Child Abuse (Supervivientes irlandeses del abuso a niños) no tuvo ambages en admitir que se trata “de un reconocimiento nada ambiguo de que la Iglesia católica ha pecado del modo más grave contra jóvenes durante decenios” y, en su opinión, es una buena contribución para que los irlandeses recuperen su confianza en la Iglesia, como era normal desde hace muchos siglos.

Sensibilidad pastoral

Entre los numerosos comentarios que se han hecho a la Carta por parte de personalidades de la Iglesia, el cardenal Georges Cottier, dominico, ex teólogo de la Casa Pontificia, subraya que el Papa “ha mostrado valentía, sensibilidad pastoral y sobre todo atención a las víctimas, así como una firme condena de los responsables de crímenes tan repugnantes”. En su opinión, no se refiere sólo a los católicos irlandeses, sino a todos los miembros de la Iglesia.

En esta misma onda, el nuevo responsable en el tema de abusos de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo de Trier, Stephan Ackermann, “ha encontrado suficientes indicios para pensar que el Papa, al escribir esta carta, está hablando también a la Iglesia alemana”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.701 de Vida Nueva.

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