El abrazo de los hijos de Abraham

La sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo, es un espacio de encuentro judeo-cristiano

Sinagoga-Toledo(Miguel Ángel Malavia) Hubo un día en que Toledo contenía distintas llamadas a la fe: campanarios que avisaban de la inminencia de la misa, minaretes que advertían de la llegada de uno de los cinco momentos prescritos para la oración y plegarias dirigidas hacia un lejano muro de lamentaciones eternas. Más allá de si la convivencia era o no realmente armónica, Toledo siempre fue considerada como la ciudad de las tres culturas, guardando sus enrevesadas callejuelas el eco de los tiempos en que eran recorridas por cristianos, musulmanes y judíos. Sin embargo, transcurridos cinco siglos desde el inicio de la diáspora de hebreos e islámicos, no todo son rescoldos apagados. Hay recuerdos que siguen muy vivos, llamas inflamadas de amor. En pleno casco histórico, guarda todo su esplendor la sinagoga de Santa María la Blanca. Lo que nació como templo judío fue luego iglesia cristiana y hoy es museo. Pero, antes que nada, es espacio que cultiva una vocación: “Ser una casa para la reconciliación y para expresar el amor de la Iglesia hacia el pueblo de Israel”.

Abraham de la Cruz es el fundador

Abraham de la Cruz es el fundador

 

Desde 2007, por encargo del Arzobispado de Toledo, Santa María la Blanca está dirigida en lo espiritual por la Fraternidad María Estrella de la Mañana. Erigida canónicamente en 1999, la conforman diez consagrados, hombres y mujeres. El símbolo de la orden habla por sí solo: una cruz con la estrella de David en el centro. Sus acciones también: hacer que una iglesia enmarcada en una sinagoga sea lugar de oración, encuentro y celebración conjunta para cristianos y judíos. Abierta a todos, pretende ser un abrazo que cicatrice odios y desconfianzas entre creyentes con una raíz común.

Orígenes de la Fraternidad

El carácter de la Fraternidad está íntimamente ligado a la historia de su fundador. Abraham de la Cruz (cuyo nombre originario es Abraham Kron), francés de 67 años, era un judío sin creencia religiosa alguna. Hasta que, ya en edad adulta, percibió “la llamada de Dios” y que ésta se le ofrecía “a través de la Iglesia”. Hace 17 años, llegó por primera vez a Toledo. Emocionado, ante la sinagoga que hoy asume espiritualmente, inició un canto en hebreo que, salido de la boca de un cristiano, decía: “Amo a Israel”. Ya sabía que su vocación debía desarrollarse allí. Con el paso del tiempo, y en diferentes etapas, logró que la llamada que tenía en su corazón comenzara a cristalizar gracias al apoyo expreso de muchas personas, como el fallecido cardenal Marcelo González o el actual arzobispo, Braulio Rodríguez. También en Roma consiguió el visto bueno a su peculiar carisma. “En el Vaticano, gracias a la recomendación de don Marcelo, pude hablar con altos representantes eclesiales, como el cardenal o monseñor Duprey, a quienes les gustó mucho el proyecto. También pude saludar a Juan Pablo II. Fue muy breve, pero intenso. Le dije que era judío y él, al ver que era un religioso, me abrazó emocionado diciéndome lo importante que era para él ese pueblo”, recuerda el hermano Abraham.

Sinagoga-Toledo-2La acción de la Fraternidad no para nunca. A través de una exposición permanente –Mística y Símbolos– en el propio templo, con pinturas y poemas hechos desde la sensibilidad y la oración (el autor es el propio Abraham), se trata de mostrar una espiritualidad sencilla y abierta a la amistad entre los diferentes creyentes. Son muchos los que, impresionados, hablan con los religiosos para interesarse por algo que les resulta tan “chocante”: cristianos y judíos unidos. Los sábados, día sagrado en el judaísmo (sabbath), son celebrados por los hermanos desde el recogimiento. Y el punto fuerte: las vigilias de oración conjuntas. Aprovechando festividades judías, como Hannukah o Yom Kippur, en estos dos años han congregado a centenares de cristianos y judíos. Juntos. “Vienen muchos de fuera, incluso han participado personas provenientes de los Estados Unidos o Canadá”, subraya Abraham, quien apunta: “Es la primera vez que se da algo así en la Iglesia. Sin Dios sería imposible, porque no es un trabajo humano. Es un carisma único, basado en la vivencia del amor. No hay detrás proselitismo”.

La hermana Compasión lleva 12 años en la Fraternidad. Era médico en Barcelona. Sentía que ésa era su vocación, que era feliz: “Pero Dios me llamó. Tenía dudas, no sabía qué camino tomar. Mantuve un tiempo de escucha y oración, hasta que conocí a Abraham y lo tuve claro”. La Fraternidad es su lugar: “Aquí, lo primero es vivir con radicalidad la entrega a Dios. Enfocamos nuestra vocación en el amor a Israel, acercándonos al dolor que Cristo experimenta por la separación con la Iglesia. Pero la actividad de la sinagoga no es más que el fruto de lo más importante, que son las horas de oración silenciosa delante del Sagrario en una vida sencilla, llana y austera,”. Presente en todas las vigilias de oración, Compasión destaca el ambiente que se vive en ellas: “A los asistentes les impresiona mucho la posibilidad de la oración verdadera, a través de la sencillez, la autenticidad, la alegría, el diálogo… Muchos judíos llegan muy dolidos, sufriendo en carne viva el dolor de saberse descendientes de quienes tuvieron que abandonar su tierra por la fuerza. Y lloran por recibir una reparación, un apoyo expreso por parte de los cristianos. Y éstos, igual. Muchos vienen con muchos prejuicios sobre los judíos. Hay un desconocimiento mutuo, arrastrado desde hace siglos. Les explicamos lo que hacemos y muchos abren los ojos, entendiendo que Dios no desea el alejamiento”. Además, su acción pastoral no sólo va dirigida a los creyentes: “También se acercan a la sinagoga muchos jóvenes alejados de la fe. Les llama la atención todo. Se acercan y nos preguntan, hasta que acabamos hablando de Dios. Al final, se despiden pidiéndote que reces por ellos…”.

Cuarenta judíos de Israel

Sinagoga-Toledo-3Una de las vigilias más impactantes fue la que tuvo lugar el pasado octubre. Participaron en ella 40 jóvenes judíos provenientes de Israel, de viaje por España y que se quedaron en Toledo esa noche para asistir a la oración. Su guía, Leah Metzer, había conocido lo que hacían los hermanos unos meses antes, cuando vino con otro grupo de 25 adultos a la vigilia por el Yom Kippur. En conversación telefónica con Vida Nueva desde Tel Aviv, recuerda con emoción lo que todos ellos sintieron en ese encuentro: “Fue increíble ver cómo cristianos interpretan oraciones judías, haciéndolo en hebreo y en español. Al final, acabamos bailando nuestras danzas típicas con los monjes y monjas”. Para Leah, “la oración fue muy especial”, sobre todo “porque se hizo desde la vivencia real, recordando que las relaciones entre las tres culturas han configurado el ser de Toledo y de España, pese a las muchas etapas en que no ha sido así”. “Aunque a veces es complicado el diálogo, merece la pena el esfuerzo”, sentencia la guía turística, quien organiza al año varios viajes a España, siendo ya Santa María la Blanca uno de los puntos que más marcan a todos los participantes.

Abraham comparte la importancia histórica que Toledo guarda para el judaísmo: “Es un gran símbolo. Los judíos no peregrinan a Roma, sino que lo hacen a Toledo”. Compasión, aquella mujer que cambió la medicina por sanar la herida abierta entre judíos y cristianos, también ensalza las posibilidades de la capital manchega como centro del diálogo interreligioso: “Toledo fue la ciudad de las tres culturas. Nosotros, hoy, mediante un testimonio vivo, hacemos que esa historia vuelva a ser real”. Tan real y poderosa como el abrazo que, en una secular iglesia-sinagoga, se dan los hijos de Abraham.

Espiritualidad por los cuatro costados

Sinagoga-Toledo-4Madrileña y madre de familia, Nieves Medranda viaja siempre que puede a Toledo. Acude a una sinagoga del centro, ha estudiado la Cábala y va a clases de hebreo. No es judía, sino una cristiana comprometida que está enamorada del carisma de la Fraternidad María Estrella de la Mañana. “Y de sus monjes y monjas, unas personas que son la bondad personificada”. La primera vez que estuvo en una de sus vigilias fue en octubre pasado, por Yom Kippur. La enamoró la pureza del ambiente: “Rezar en cualquier sitio es buenísimo, pero hacerlo en un lugar con un peso de siglos, que desprende espiritualidad por los cuatro costados, te invita a elevarte con todos los sentidos. Todo emana paz, alegría, amor y felicidad”. La apuesta es por la búsqueda del acercamiento. Lo tiene claro: “Cristianos y judíos partimos del mismo tronco común, las Escrituras. Es mucho lo que nos une”.

En el nº 2.701 de Vida Nueva.

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