Tras la conclusión de los Ejercicios Espirituales, Benedicto XVI reanuda su agenda y tareas habituales
(Antonio Pelayo– Roma) La normalidad ha vuelto al Vaticano después de la semana que el Papa y sus colaboradores de la Curia romana han dedicado a la práctica de los Ejercicios Espirituales. Éstos finalizaron en la mañana del sábado 27 de febrero, con la última de las meditaciones sobre Lecciones de Dios y de la Iglesia sobre la vocación sacerdotal, propuesta por el salesiano Enrico dal Covolo.
Haber escogido como foco de sus reflexiones la vocación al sacerdocio –en este Año Sacerdotal– ha sido uno de los aciertos que han resaltado los ejercitantes, así como el énfasis puesto en los valores de la vida del presbítero vistos desde los más sólidos enfoques tradicionales, pero expuestos con cierta modernidad (“de modo apasionado y muy personal”, dijo Ratzinger). También han gustado los “medallones” vespertinos, es decir, las meditaciones de cada tarde, centradas en grandes sacerdotes de la historia, como san Ignacio de Antioquía, san Juan María Vianney o el mismo Juan Pablo II. “No nos ha descubierto ningún Mediterráneo –ha dicho un cardenal que sigue estos Ejercicios desde hace décadas–, pero nos ha enseñado a nadar”.
Benedicto XVI, por su parte, destacó en sus palabras de clausura que el ilustre salesiano hubiera escogido como punto de partida el salomónico “corazón que escucha”. “En realidad –dijo–, me parece que aquí, en esto, se resume toda la visión cristiana del hombre. El hombre no es perfecto en sí mismo, el hombre tiene necesidad de la relación, es un ser en relación. Su cogito (pienso) no puede cogitare (pensar) toda la realidad. Tiene necesidad de escuchar, de escuchar a los otros, sobre todo de escuchar al Otro con mayúscula, a Dios. Sólo así se conoce a sí mismo, sólo así llega a ser él mismo”.
“Usted –dijo dirigiéndose a don Enrico– ha subrayado que la consagración va hacia la misión, está destinada a convertirse en misión. Estos días hemos profundizado, con la ayuda de Dios, en nuestra consagración. Así, con nueva valentía, queremos ahora afrontar nuestra misión”.
Severas palabras
De vuelta, pues, a la normalidad, el Pontífice ha reiniciado su habitual ritmo de actividades. El domingo 28, tras el Angelus, pronunció una severas palabras sobre el asesinato de varios cristianos en la ciudad iraquí de Mosul y otros episodios de violencia contra fieles de varias religiones (ver VN, nº 2.697). “En la delicada fase política que está atravesando Irak, hago un llamamiento a las autoridades civiles –dijo– a que hagan todos los esfuerzos necesarios para devolver la seguridad a la población y, en concreto, a las minorías religiosas más vulnerables. Deseo que no se ceda a la tentación de hacer prevalecer los intereses temporales y partidistas sobre la incolumidad y los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Finalmente, mientras saludo a los iraquíes presentes en la Plaza [había algunas decenas con pancartas], exhorto a la comunidad internacional a que se prodigue para dar a los iraquíes un futuro de reconciliación y de justicia, mientras invoco con confianza a Dios Omnipotente el precioso don de la paz”.
Y es que ésta ha sido una de las preocupaciones mayores del Papa durante su semana de Ejercicios. L’Osservatore Romano, con fecha del 25 de febrero, publicaba en primera página la carta que el 2 de enero había dirigido al presidente iraquí, Nouri Kamil Mohammed Hasan al-Maliki, el secretario de Estado vaticano.
En la misiva, en principio no destinada a la publicidad, el cardenal Bertone recuerda a su interlocutor el compromiso adquirido durante su visita al Vaticano en 2008 de proteger a los cristianos, cuando el Papa “le expresó la esperanza común de que, a través del diálogo y la cooperación entre grupos étnicos y religiosos de su país, incluidas sus minorías, la República de Irak estaría en grado de efectuar una reconstrucción moral y civil, en el pleno respeto de la identidad propia de esos grupos, en un espíritu de reconciliación y en la búsqueda del bien común”.
“Recordará también –continúa– cómo Su Santidad ha exhortado a que se respete en Irak el derecho a la libertad de culto y ha pedido la tutela de los cristianos y de sus iglesias. En dicha ocasión, también yo planteé la cuestión y usted me aseguró que su Gobierno tomaba muy en serio la situación de la minoría cristiana que vive desde hace tantos siglos junto a la mayoría musulmana, contribuyendo así de una manera ingente al bienestar económico, cultural y social de la nación”.
La Santa Sede interpreta la decisión del Gobierno de crear una comisión investigadora sobre los asesinatos de cristianos como un primer paso hacia medidas más enérgicas que impidan tales atroces violencias. Por otra parte, la diplomacia vaticana presiona en todos los frentes –ONU, Unión Europea, etc.– para que el tema no sea devorado por otros problemas más agudos. Los obispos de Irak, por su parte, acusan al Gobierno de incapacidad para frenar tales desmanes. El patriarca siro-católico, Ignace Joseph III Younan, ha llegado a hablar de “complicidad con los criminales que ponen en práctica la operación de vaciar la ciudad de Mosul de sus habitantes cristianos”.
La ‘plaga’ de la mafia
Si cada país tiene sus problemas, los obispos italianos no pueden quejarse, ya que la actualidad ofrece una imagen desoladora de la realidad nacional: una avalancha de corrupciones y desvergüenzas se ha abatido sobre la península con fuerza inusitada. Las “novedades”, sin embargo, no pueden hacer olvidar una lacra histórica: la mafia, o mejor dicho, las mafias, porque a la tradicional Cosa nostra siciliana hay que añadir la Camorra napolitana y la ‘ndrangheta calabresa.
En estas fechas, pues, ha aparecido el documento Hacia un país solidario. Iglesia italiana y mezzogiorno [el sur del país]. Uno de sus capítulos trata el fenómeno mafioso, que califica de “plaga profunda”, “cáncer social”, “mecanismo perverso”, “la configuración más dramática del mal y del pecado”. “El control del territorio a cargo de la mala vida –aseguran los prelados– lleva a una fuerte limitación e incluso a un vaciamiento de la autoridad del Estado y de las entidades públicas, favoreciendo el incremento de la corrupción, la colusión y la concusión, alterando el mercado del trabajo, manipulando los contratos de obras públicas, interfiriendo en las opciones urbanísticas y en el sistema de autorizaciones y concesiones, contaminando así todo el territorio nacional”.
Los obispos no tienen la varita mágica para solucionarlo, pero piden “una nueva clase política que ayude a los jóvenes a vivir la política como un bien común”. Con ese fin relanzarán las “escuelas de formación” para las nuevas generaciones, porque, como dijo el secretario del Episcopado, Mariano Crociata, “hay que tener la osadía de no perder la esperanza”.
apelayo@vidanueva.es
En el nº 2.698 de Vida Nueva.