Una visita apostólica cuestionada

Religiosas-de-EEUU(Camilo Maccise, OCD) La prensa religiosa, especialmente en los Estados Unidos, ha comentado, cuestionado o defendido, desde hace un año, la Visita Apostólica a las religiosas estadounidenses de vida activa.  Ellas, caso insólito, están agrupadas en dos conferencias: la Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas (LCWR) y la Conferencia de Superioras Mayores de Mujeres Religiosas (CMSWR).

Camilo-Maccise-2La primera representa a más del 90% de las religiosas y se ha caracterizado por animar una renovación en la línea pedida por el Vaticano II. Con limitaciones y excesos, comprensibles en un momento de transición,  ha buscado hacer surgir y acompañar una nueva forma de vida religiosa más acorde con los signos de los tiempos y la nueva situación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. La segunda fue fruto de un proceso iniciado por congregaciones que se oponían a lo que consideraban excesos de la renovación y pérdida de identidad religiosa y eclesial por parte de quienes favorecían la renovación. Esta Conferencia, de corte tradicional, ha sido siempre escuchada y favorecida por la autoridad jerárquica, mientras que ésta ha mirado con sospecha y reticencia a la que congrega a quienes buscan nuevos caminos para enfrentar los retos que el mundo le  presenta a la Iglesia y a la vida religiosa.

En septiembre de 2008, la CMSWR organizó en el Stonehill College, de Massachusetts, un simposio de tendencia netamente conservadora. Participó en el mismo como invitado el Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Unos meses después, sin previo aviso, llegó el anuncio de la Visita Apostólica.  Con ella, se dijo, la Congregación quería responder “a preocupaciones que católicos de los Estados Unidos habían hecho llegar, durante varios años, al dicasterio”.  Casi en seguida, la Congregación para la Doctrina de la Fe comunicaba que la LCWR sería sometida también a una evaluación doctrinal sobre cómo sus miembros habían recibido y promovido la enseñanza de la Iglesia sobre tres puntos: la ordenación sacerdotal de las mujeres, las relaciones interreligiosas y la homosexualidad.

Sin negar la autoridad que tiene el Vaticano para decidir realizar Visitas Apostólicas, la mayoría de las religiosas ha criticado la forma de hacerla, los prejuicios  y acusaciones que la han provocado, la falta de transparencia, el hecho de que sólo se haga a las mujeres y no a los varones religiosos y de que no se cuestione también a las comunidades que siguen la forma tradicional de vida religiosa. Tienen la impresión de que se quiere imponer la forma monástica como la única posible. No ha faltado quien afirme, a la luz de lo sucedido cuando se realizó la investigación sobre los seminarios, que “los investigadores no vienen para comprender y ayudar, sino para imponer conclusiones tomadas de antemano”.

La forma de decidir y de hacer esta Visita Apostólica ha vuelto a poner sobre el tapete la necesidad de revisar el estilo de ejercer la autoridad en la Iglesia. Ante todo, parece que no se puede hoy tomar una decisión como la de esa Visita Apostólica sin escuchar previamente a las personas implicadas. Los centros de gobierno eclesiástico son continuamente bombardeados por informaciones negativas, incluso calumniosas, hechas generalmente por personas y grupos extremadamente conservadores que piensan tener en exclusiva la verdad y descalifican a quienes, legítimamente, tienen otros enfoques y actitudes diferentes. La institución, preocupada por mantener la ortodoxia, la disciplina y la uniformidad, presta fácilmente oído a esas acusaciones. Por el contrario, quienes buscan nuevos caminos no son escuchados. Se les mira con sospecha y, si por amor a la Iglesia se atreven a cuestionar algo, son tachados de desobediencia y de romper la comunión. Decía José Luis Martín Descalzo que tal parece que sólo se escucha por el oído derecho. Un diálogo crítico con las diferentes mentalidades es condición necesaria para lograr en la Iglesia una convergencia en lo esencial.

Tampoco se puede olvidar que el mismo Espíritu, que suscita los carismas y abre a lo nuevo, permite también la oposición para la purificación de las personas y grupos más sensibles al cambio. Éstos deben desdramatizar los conflictos y tensiones y asumirlos sin amargura y con una esperanza activa que defienda la libertad y favorezca una comunión que acepte y respete la diversidad a fin de que “haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo” (GS 92).

En el nº 2.697 de Vida Nueva.

 

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