El Papa pide honradez y valentía para acabar con los abusos

Benedicto XVI se reúne con los obispos irlandeses para hacer frente a la grave crisis desatada por este asunto

Reunión-obispos-Irlanda-2(Antonio Pelayo– Roma) Han sido más de diez horas en las que se ha hablado sin pelos en la lengua, a pecho descubierto, sin refugiarse en los frecuentes eufemismos episcopales, con el corazón en la mano. Desde primeras horas del pasado lunes 15 de febrero, a la una de la tarde del martes 16, los 24 obispos de Irlanda –con el cardenal Sean Baptist Brady, arzobispo de Armagh, y Diarmuid Martin, arzobispo de Dublín, a la cabeza– se han reunido con el papa Benedicto XVI y una decena de altos representantes de la Curia Romana para abordar el penosísimo tema de la pedofilia. Un problema monográfico y sangrante, que ha devastado la imagen de la Iglesia en uno de los países más católicos del mundo y cuyas funestas consecuencias tardarán seguramente años en desaparecer.

Como recordarán nuestros lectores, después de los escándalos que sacudieron hace algunos años a la Iglesia católica estadounidense al descubrirse numerosos casos de abusos sexuales con menores de edad por parte de sacerdotes (que han llevado a la bancarrota a varias diócesis, obligadas a pagar las debidas indemnizaciones a las víctimas), surgieron las primeras denuncias por comportamientos pedófilos contra algunos representantes del clero irlandés. En ambos casos se ponía de manifiesto que la jerarquía había, o intentado camuflar el asunto o atajarlo de mala manera, trasladando a los acusados a lugares distintos de donde habían cometido sus crímenes. Las lenguas fueron desatándose y pronto fue una evidencia que no se trataba de casos minoritarios y aislados, sino de un fenómeno bastante generalizado.

Más de 2.500 víctimas

Así lo confirmó la Commission to Inquire into Child Abuse, creada en el año 2000 por el entonces primer ministro Berti Ahren. Los expertos que la componen, dirigidos por el juez Ryan, han identificado a más de 2.500 víctimas de abusos –de ambos sexos– por parte de religiosos adultos que actuaron impunemente durante años y sin que sus superiores tomasen las medidas oportunas de castigo. Cuando el informe se hizo público a mediados del año pasado, su impacto en la opinión pública fue enorme. Lo mismo sucedió con un segundo dossier (el denominado Informe Murphy), relativo tan sólo a la archidiócesis de Dublín entre los años 1975 y 2004. La cúpula del Episcopado irlandés decidió entonces venir a Roma para pedir al Papa que interviniese, como ya hizo Juan Pablo II en 2002 convocando a los representantes de la Conferencia Episcopal Estadounidense a una reunión de urgencia sobre el tema. El 11 de diciembre del pasado año tuvo lugar en presencia del Santo Padre una reunión con exponentes de la Curia Romana, y una de sus conclusiones resultantes fue convocar a Roma a todo el Episcopado de la isla para examinar la cuestión en profundidad.

En efecto, fueron convocados a Roma todos los obispos residenciales del país, encabezados por los arzobispos de Armagh (cardenal Brady) Dublín (D. Martin), Cashel (Dermot Clifford) y Tuam (Michael Neary). No estaban invitados los auxiliares, que son seis en total, entre ellos los dos de la capital, que han anunciado su intención de dimitir. Tampoco ha sido invitado monseñor John Magee (ex secretario de Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II), obispo de Cloyne ya dimisionario. Sí estaban presentes, sin embargo, el obispo de Kildare, James Moriarty, que ha anunciado ya su dimisión, y el titular de Galway, Martin Drennan, que ha presentado dificultades para hacerlo.

Reunión-obispos-IrlandaAdemás del Papa y del secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, han participado en los trabajos los cardenales Giovanni Battista Re (Congregación de los Obispos), William Joseph Levada (Congregación para la Doctrina de la Fe), Cláudio Hummes (Clero), Franc Rodé (Religiosos), Zenon Grocholewski (Educación Católica), y los arzobispos Francesco Coccopalmerio (Consejo para los Textos Legislativos), Fernando Filoni (Sustituto de la Secretaría de Estado), Dominique Mamberti (secretario para las Relaciones con los Estados) y Giuseppe Leanza (nuncio apostólico en Irlanda).

En la mañana del lunes, el Secretario de Estado, cardenal Bertone, presidió una misa en la cripta de la Basílica de San Pedro. Como es su costumbre, el primer colaborador del Papa no se mordió la lengua: “A la Iglesia –dijo en la homilía–, las pruebas pueden venirle de fuera o de dentro. En ambos casos son dolorosas, pero las que proceden del interior son naturalmente más duras y humillantes. Ésta es la prueba que están atravesando ahora vuestras comunidades, que ven a algunos hombres de la Iglesia involucrados en actos particularmente execrables. Pero esas pruebas pueden convertirse en motivos de purificación y de santificación… a condición de que el pecador reconozca su propia culpa en plena verdad, caritas in veritate, éste es el principio fundamental de la vida cristiana”. Un poco más adelante dijo: “La tempestad más peligrosa es la que afecta al corazón del creyente sacudiendo su fe y amenazando su capacidad de confiarse a Dios”.

La primera reunión de trabajo comenzó el lunes 15 a las 9:30 de la mañana en la Sala Bolonia del Palacio Apostólico y duró tres horas y media; la de la tarde duró dos horas y media. Al día siguiente, todos volvieron a reunirse durante otras tres horas y media. Benedicto XVI asistió a todas y cada una de las sesiones de trabajo, suspendiendo todas sus otras actividades; según un testigo ocular, “el Papa estaba muy atento y algo tenso”. La información ha sido, para no variar, más bien escasa, por no decir nula; los boletines de la Sala de Prensa se limitaron a certificar que las reuniones habían tenido lugar y las horas que habían durado. Sólo se ha sabido que cada obispo tuvo, al iniciarse los trabajos, ocasión de hablar durante siete minutos. Se les había pedido que ilustrasen la situación de sus respectivas diócesis y se pronunciasen sobre las medidas que consideran necesario tomar para evitar nuevos escándalos. Así lo hicieron. No se ha hecho público ningún otro detalle. Sólo se ha sabido que la asociación Irish Survivors of Child Abuse (Supervivientes irlandeses de abusos infantiles) hizo llegar a la Santa Sede, a través de los obispos, una carta en la que pide que se tomen las medidas necesarias para que las víctimas de tales abusos sean compensadas, y sus responsables –obispos incluidos–, sancionados. Si esto no llegase a realizarse, anuncian que recurrirán a las autoridades civiles.

Quiebra de confianza

El cardenal Brady durante la rueda de prensa posterior al encuentro. A su derecha, el obispo de Clogher

El cardenal Brady durante la rueda de prensa posterior al encuentro. A su derecha, el obispo de Clogher

A última hora de la mañana del martes, salió el esperado comunicado, que sintetiza los trabajos y las decisiones adoptadas. Es un texto no demasiado extenso, cuidado en sus expresiones y lo suficientemente concreto para no defraudar las expectativas. Ya desde el comienzo, se reconoce que “esta grave crisis ha llevado a que se quiebre la confianza en la jerarquía de la Iglesia y ha dañado a su testimonio del Evangelio y a sus enseñanzas morales”. Según el redactor de la nota, “los Obispos han hablado con franqueza de los sentimientos de amargura y rabia, traición, escándalo y vergüenza que les han expresado en numerosas ocasiones las víctimas de esos abusos”, pero, al mismo tiempo, se han comprometido (conscientes de que “errores de juicio y omisiones están en el origen de esta crisis”) a cooperar con las autoridades competentes para poner fin a esta oleada de abusos y a garantizar que la Iglesia no encubrirá a los responsables de los mismos.

“El Santo Padre –dice el comunicado– ha observado que los abusos sexuales de niños y jóvenes no sólo son un crimen atroz, sino también un grave pecado que ofende a Dios y vulnera la dignidad de la persona humana creada a su imagen y semejanza”. Admitiendo que la actual y penosa situación no podrá resolverse de forma inmediata, urge a los obispos a que afronten los problemas del pasado “con determinación y resolución” y a que hagan frente a la actual crisis “con honestidad y valentía”. En otras palabras, confirma la llamada “línea de tolerancia cero” con los escándalos de pedofilia o pederastia y, aunque no se indique de forma expresa en la nota, se da luz verde a la cooperación con las autoridades para perseguir a los responsables de estos excesos que, en ningún caso, pueden contar con la complicidad de sus superiores para escapar al rigor de la justicia.

Carta del Papa

Durante la maratoniana reunión, los obispos irlandeses han tenido ocasión de conocer un borrador de la carta pastoral que Benedicto XVI piensa dirigir a los católicos de Irlanda, y se les ha dado oportunidad de presentar sus observaciones. “Tenidas éstas en cuentas –dice el comunicado–, Su Santidad completará su carta, que saldrá a la luz durante el próximo tiempo de Cuaresma”.

Comentando el comunicado final de la reunión, el padre Federico Lombardi ha destacado la importancia que tiene la autocrítica de la Iglesia irlandesa, y señaló que la posibilidad de que los religiosos o sacerdotes pederastas sean juzgados por los tribunales civiles depende de las legislaciones de cada país, que la Iglesia, por supuesto, respeta y con las que –ésa es la novedad– está dispuesta a colaborar sin restricciones. “Este encuentro –declaró a Radio Vaticano el cardenal Brady– ha tenido una preparación muy cuidada, pero es tan sólo un primer paso en un largo camino. Esperemos que al regresar a Irlanda se traduzca en un proceso de arrepentimiento, renovación y reconciliación. Todos buscamos el mismo objetivo: la tutela de los niños”.

 

CON LOS POBRES DE SU DIÓCESIS

Papa-CáritasEl domingo 14 de febrero –festividad de san Valentín, convertida por nuestra sociedad de consumo en una nueva ocasión de despilfarro–, Joseph Ratzinger visitó el albergue de Cáritas de Roma situado en la Stazione Termini y que lleva el nombre de su fundador, Luigi di Liegro, un dinámico sacerdote romano fallecido hace algunos años.

Una visita que permitió al Santo Padre conocer de cerca la asistencia concreta que reciben en estas estructuras de la Iglesia, desde hace más de veinte años, los más desheredados de su diócesis: hambrientos, gentes sin hogar, niños abandonados, vagabundos, emigrantes, personas sin recursos suficientes para llevar una vida digna.

A su llegada, el Papa fue saludado por su vicario, cardenal Agostino Vallini; el alcalde de la ciudad, Gianni Alemanno; el subsecretario de la Presidencia del Consejo, Gianni Letta; y cerca de un millar de personas de algún modo relacionadas con este albergue, donde cada día se reparten más de 500 comidas, duermen decenas de personas y otras muchas reciben ayuda y asistencia. Todo gratis y sin necesidad de papeles.

“Queridos hermanos y amigos que aquí encontráis acogida –les dijo en su discurso–, sabed que la Iglesia os ama profundamente y no os abandona, porque reconoce en el rostro de cada uno de vosotros el rostro de Jesús”. A continuación, agradeció la labor de los voluntarios, “experiencia –dijo– que para muchos que la viven y, especialmente, para los jóvenes es una escuela donde se aprende a ser constructores de la civilización del amor, capaces de acoger al otro en su unicidad y diferencia”. Al final de sus palabras, sintetizó así su idea principal: “La Iglesia –aseguró– vive en la historia consciente de que las angustias y necesidades de los hombres, de los pobres sobre todo y de los que sufren son las de los discípulos de Cristo y, por eso, respetando las competencias propias del Estado, trabaja para que a todo ser humano se le garantice aquello a lo que tiene derecho”.

Antes que el Papa habló Giovanna Contaldo, una de las “huéspedes” más antiguas del albergue. Leyó sus palabras con emoción mientras le temblaban en las manos los dos folios de su saludo. “Le pedimos –le dijo– que resista a las fatigas del mundo, que recuerde que si le pedimos que rece por nosotros es porque puedo garantizarle que nosotros rezaremos por Usted para que Dios le dé la fuerza de ser un hombre sereno y fuerte, lleno de esperanza como los somos nosotros”. Los ojos del Pontífice comenzaban a testimoniar su profunda emoción. “Es difícil –añadió la anciana– pronunciar palabras dignas ante su sabiduría ilimitada; acepte la humildad de un corazón sencillo y del amor que de él proviene… Cuando los días de lluvia se alternen con los de sol, no piense en nosotros, piense ‘también’ en nosotros, que desde aquí no cesamos de enviarle nuestro saludo fraterno, nuestro amor filial y el sentido profundo de un pan dividido y compartido”. En ese momento, las lágrimas se deslizaban suavemente por las sonrosadas mejillas del Pontífice, que, después, la abrazó y se dejó abrazar por todas y todos los que nunca hubieran podido imaginar tener una ocasión semejante.

El Papa se encontraba muy a gusto en medio de los pobres, esos pobres que, como comentaba el director de L’Osservatore Romano, Gian Maria Vian, en su editorial, son el tesoro de la Iglesia.

AL LADO DE LOS ENFERMOS

Papa-en-Lourdes
El 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, el Papa presidía en la Basílica de San Pedro la misa de la XVIII Jornada Mundial del Enfermo. Ese mismo día se cumplían 25 años de la creación del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, que hoy preside el polaco Zygmunt Zimowski. “La Iglesia – dijo– ha querido estar al lado de los enfermos para ayudarles a vivir la experiencia de la enfermedad de modo humano, no renegándola, sino dándole un sentido”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.696 de Vida Nueva.

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