El drama de Haití empezó mucho antes del terremoto

Campamento-en-Haití(J. L. C.) Camino ya de cumplirse un mes del fuerte terremoto que asoló Puerto Príncipe el 12 de enero, la ayuda que sigue llegando a Haití apenas alcanza para paliar sus trágicas consecuencias y empezar a pensar en una futura reconstrucción. Aun con todo, “las congregaciones religiosas, coordinadas por la Conferencia Dominicana de Religiosos, prosiguen con su labor de servicio a los más necesitados”, informa IVICON. Asimismo, muchas ONGD de estas familias religiosas siguen prestando auxilio al país caribeño: tal es el caso de Cooperación Vicenciana para el Desarrollo-Acción Misionera Vicenciana de España, Fraternidad Misionera (en contacto con los Misioneros del Sagrado Corazón dominicanos), la Fundación PROCLADE (apoyando a los Misioneros Claretianos de Antillas), PROYDE (La Salle), o la Fundación Madreselva (Salesianos/as).

En su mayoría, como otras muchas congregaciones religiosas, estaban ya en Haití antes de que se convirtiera en triste noticia, por lo que han sido y son “testigos del drama diario que viven millones de haitianos”. Y algunos, como la docena de jesuitas que trabajan en la isla, “interpelados fuertemente por esta situación intolerable e indignante”, han querido denunciar una realidad que viene arrastrando el país desde hace décadas. Así, en un mensaje difundido recientemente, los hijos de san Ignacio describen cómo se manifiesta esa “miseria de nuestro pueblo”: subida de precios, disminución de la producción nacional, empobrecimiento, aumento de la inseguridad, “soberanía arrodillada”, incapacidad de los gobernantes, ausencia de una oposición política constructiva, desaparición de la función parlamentaria, corrupción, irresponsabilidad de la comunidad internacional…

Ante este panorama, el grito del pueblo haitiano (miles de jóvenes deambulando por las calles, millones de desempleados hambrientos, padres y madres de familia paseando su miseria, niños demacrados de las villas miseria y del campo…) “se convierte en llamada”, claman los firmantes del manifiesto, quienes, “en nombre de nuestra fe cristiana y de nuestro compromiso como religiosos jesuitas”, exhortan a los responsables del país a “tomar rápidamente las decisiones políticas que se imponen para restablecer la confianza y la paz, a comprometerse a una reforma a fondo de las instituciones públicas, poniendo definitivamente el país en el camino del desarrollo”.

Todo un reto, sin duda, ayudar a Haití a levantarse, pero más aún “buscar juntos las soluciones a los problemas de nuestro pueblo”. Un pueblo cuya fuerza –concluye la misiva– “será la no violencia organizada y sostenida”.

En el nº 2.694 de Vida Nueva.

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