Importante paso para el diálogo entre católicos y judíos

Durante su histórica visita a la sinagoga de Roma, Benedicto XVI invita a prestar un testimonio conjunto

visita-a-Sinagoga(Antonio Pelayo– Roma) Informativamente, el contexto no era favorable: en plena apoteosis del Apocalipsis haitiano, la visita de Benedicto XVI a la Sinagoga de Roma no podía aspirar a las primeras páginas de los periódicos más serios del mundo, como hubiera sucedido en momentos de menor espesor informativo. A pesar de todo, la noticia no ha pasado desapercibida y ha encontrado un espacio no menor en la prensa más atenta a la categoría que a la anécdota. El acontecimiento pertenecía, por supuesto, al primero de estos géneros aunque no fuera una primicia absoluta, porque ya el 13 de abril de 1986, Juan Pablo II protagonizó un acto similar que entonces sí ganó los titulares de los órganos informativos de todo el planeta.

Visita-a-Sinagoga-2Pero el gesto de Joseph Ratzinger no era de menor valentía que el de su predecesor, Karol Wojtyla; con los parámetros de la historia, atravesar el Tíber para llegar al Templo por antonomasia de los judíos romanos significa dejar atrás siglos de mutua ignorancia, de desprecio, de abierta persecución, de total ausencia de fraternidad entre creyentes en el mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Añádase a esto que la reciente declaración de las virtudes heroicas de Pío XII había suscitado en la comunidad judía mundial voces contrarias a la visita del Pontífice, invitando a su boicot y a la descalificación. Por fortuna, la sensatez se impuso a los intentos intolerantes, y el 17 de enero de 2010 pasará a la historia como un nuevo paso en el acercamiento entre judíos y católicos.

Todos los detalles del programa habían sido minuciosamente estudiados para que la visita papal se desarrollase al margen de cualquier sobresalto. Benedicto XVI llegó minutos antes de las 16:30 h. al llamado Pórtico de Octavia, delante de la lápida que conmemora la deportación del 16 de octubre de 1943: ese día, 1.022 judíos romanos –mujeres, hombres y niños sin distinción– fueron deportados a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau; sólo 14 sobrevivieron. El Papa depositó en su honor un cesto de rosas rojas. Luego, recorriendo la Vía Catalana del antiguo gueto, rindió un homenaje similar a las víctimas del atentado del 9 de octubre de 1982, entre las cuales se encontraba el pequeño de dos años Stefano Gay Taché. Hubo otra breve pausa para saludar al Gran Rabino emérito de Roma, Elio Toaff, que hace 24 años fue el anfitrión de Juan Pablo II y que a sus 95 años quiso saludar, muy emocionado, a su sucesor en la Cátedra de Pedro, aunque no pudiera participar en su recibimiento.

Momento trascendente

A los pies de la escalinata de la Gran Sinagoga –obra de los arquitectos Vincenzo Costa y Osvaldo Armanni, inaugurada a comienzos del año 1900–, el Papa fue recibido por el Gran Rabino de Roma, Riccardo di Segni, acompañado por otros rabinos que vestían el talled o manto ritual blanco. Todos ellos en procesión, entraron en el templo mientras el coro entonaba el salmo 133. El millar de invitados eran conscientes de la trascendencia del momento. Antes de instalarse en la Tribuna del culto, el Santo Padre saludó a las autoridades civiles presentes: el presidente de la Cámara de Diputados, Gianfranco Fini; el secretario de Estado, Gianni Letta, en representación del gobierno Berlusconi; y el alcalde de Roma, Gianni Alemanno. El Estado de Israel estaba representado por el viceprimer ministro, Silvan Shalom, y por los embajadores ante la Santa Sede, Mordechai Levy, y ante Italia, Gideon Meir.

El Papa iba acompañado por el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone; su vicario para la Diócesis de Roma, cardenal Agostino Vallini; el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, cardenal Walter Kasper, y, entre otros eclesiásticos, Su Beatitud Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén.

El primer discurso de saludo estuvo a cargo de Riccardo Pacifici, presidente de la Comunidad Judía de Roma, quien señaló la necesidad de todas las religiones de “reforzar las cultura de la acogida y de la solidaridad, del altruismo y de la sed de conocimiento del otro. Tenemos que oponernos a las ideologías xenófobas y racistas que alimentan los prejuicios, hacer comprender que los nuevos emigrantes que vienen a vivir en nuestro continente quieren vivir en paz y conseguir un bienestar que redundará positivamente en toda la colectividad”.

Visita-a-Sinagoga3Pero la frase que produjo mayor impacto fue ésta, pronunciada por quien reconoció que estaba allí gracias a que su padre y su tío salvaron sus vidas de las garras nazis al encontrar refugio en el Convento de las Hermanas de Santa Marta de Florencia. “Por eso –añadió con voz grave– el silencio de Pío XII frente a la Shoah nos duele todavía como una falta. Tal vez no habría frenado los trenes de la muerte, pero habría transmitido un signo, una palabra de último consuelo, de solidaridad ­humana con nuestros hermanos transportados hacia los hornos de Auschwitz. A la espera de un juicio compartido, deseamos con el máximo respeto que los historiadores tengan acceso a los archivos del Vaticano que se refieren a ese período y a todos los acontecimientos que siguieron el derrumbamiento de la Alemania nazi”.

El Gran Rabino de Roma comenzó agradeciendo a Dios que las relaciones entre la Iglesia católica y la comunidad judía puedan desarrollarse “con igual dignidad y recíproco respeto. Son las aperturas del Concilio las que hacen posible esta relación; si fuesen puestas en discusión –añadió, aludiendo a los lefebvristas sin citarlos–, no habría posibilidad de diálogo”. Recordó la visita de Juan Pablo II y su definición de los judíos como los hermanos predilectos y, en cierto modo, mayores de los cristianos. “Si la nuestra es una relación de hermanos, tenemos que preguntarnos sinceramente en qué punto de este camino nos encontramos y cuánto nos separa todavía de la recuperación de una auténtica relación de hermandad y de comprensión, y lo que tenemos que hacer para conseguirla. Qué podemos y debemos hacer juntos”.

Estos dos discursos fueron interrumpidos por los aplausos de la asamblea, a los que se sumaba Benedicto XVI. Entre los presentes se encontraban la premio Nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini y numerosos rabinos de todo el mundo, así como una representación de la Gran Mezquita de Roma en la persona de su secretario general, Abdellah Redouane, y del imán Yahya Pallavicini, así como el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, Andrea Riccardi. Se distinguían entre el público quince supervivientes del exterminio nazi, cuyos rostros hacían bien patente su profunda conmoción.

Cuando el Papa tomó la palabra, un silencio reverencial se adueñó del ambiente. El primer punto importante de su discurso es una reafirmación tan clara y neta de la doctrina conciliar sobre las relaciones judeo-cristianas que permitió titular al día siguiente a Giancarlo Zizola en La Repubblica con esta elocuente frase: “No se vuelve atrás”. “La doctrina del Concilio Vaticano II –dijo Benedicto XVI– ha representado para los católicos un punto firme al que hay que referirse constantemente en la actitud y en las relaciones con el pueblo judío, marcando una nueva y significativa etapa. El acontecimiento conciliar ha dado un impulso decisivo al compromiso de recorrer un irrevocable camino de diálogo, de fraternidad y de amistad, camino que se ha profundizado y desarrollado en estos cuarenta años con pasos y gestos importantes y significativos”.

El antisemitismo, una plaga

Segundo punto del discurso no menos sustancial que el anterior: “La Iglesia no ha dejado de deplorar las faltas de sus hijos e hijas pidiendo perdón por todo lo que ha podido favorecer de alguna manera las plagas del antisemitismo y del antijudaísmo. ¡Que estas plagas desaparezcan para siempre!”. Después pronunció esta otra frase, que recoge el siempre enunciado deseo de todos los judíos de que el Holocausto sea reconocido universalmente como algo único: “El drama singular y sobrecogedor de la Shoah representa, en cierta manera, la cumbre de un camino de odio que nace cuando el hombre se olvida de su Creador y se pone a sí mismo como centro del universo”.

Visita-a-sinagoga-4Al recordar a los judíos romanos que fueron víctimas del exterminio, el Pontífice reconoció que “muchos se quedaron indiferentes, pero otros muchos, también entre los católicos italianos, sostenidos por la fe y la enseñanza cristiana, reaccionaron con valentía, abriendo sus brazos para socorrer a los judíos acosados y fugitivos, poniendo en peligro con frecuencia su propia vida y mereciendo una perenne gratitud”. En este momento, su discurso incluyó la frase quizás más esperada de todas las pronunciadas, que a algunos les ha parecido insuficiente y a otros hábilmente prudente: “También la Sede Apostólica desarrolló una acción de socorro con frecuencia escondida y discreta”. No mencionó directamente a Pío XII, pero le puso al socaire de las acusaciones de indiferencia e insensibilidad ante el drama del Holocausto.

Finalmente, el Papa deseó que el cristianismo y el judaísmo, basándose en la común herencia de los diez mandamientos, acometan juntos una triple misión: “Reafirmar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión transcendente”, “testimoniar juntos el valor supremo de la vida contra todo egoísmo” y “testimoniar que la familia continúa siendo la célula esencial de la sociedad y el contexto de base en el que se aprenden y se ejercitan las virtudes humanas”.

Para concluir sus palabras (subrayadas con aplausos en numerosas ocasiones), recitó en un perfecto hebreo dos versículos del salmo 117: “Alabad al Señor todas las gentes, cantad su alabanza todos los pueblos, porque es fuerte su amor por nosotros y su fidelidad dura para siempre”. El coro entonó el Aní Maamin, el conmovedor himno que cantaban los judíos deportados; al finalizar, todos los presentes juntaron sus manos en un largo e intenso aplauso. Terminaba así un significativo paso de acercamiento entre la Iglesia católica y el mundo judío en el que las presencias eran, con mucho, más importantes que las ausencias.

 

ALI AGCA, ¿EL “ETERNO MESÍAS”?

Ali-AlagcaEl resto de noticias de la semana vaticana palidecen, evidentemente, ante la crónica de la visita a la Sinagoga de Roma. La Santa Sede no ha hecho –ni creo que haga– el más mínimo comentario a la liberación, el lunes 18 de enero, del turco Ali Agca, autor del atentado que pudo costar la vida a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. Los desvaríos pronunciados al abandonar su prisión cercana a Ankara (como que él es el “eterno Mesías”) bloquean cualquier intento por su parte de que se le permita acercarse a la tumba del Papa polaco. Las autoridades italianas ya han dicho que no están dispuestas a concederle el visado para entrar en el país.

Más relevancia tiene, por otra parte, la audiencia del viernes 15. Benedicto XVI recibió a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe y les recordó que el dicasterio forma parte del “ministerio de unidad que ha sido confiado de modo especial al Romano Pontífice a través de su compromiso a favor de la fidelidad doctrinal. La Unidad es, efectivamente, en primer lugar, unidad de fe, sostenida por el sacro depósito del que el Sucesor de Pedro es el primer custodio y defensor. (…) La conquista del testimonio común de la fe de todos los cristianos constituye, por lo tanto, la prioridad de la Iglesia en todos los tiempos, con el fin de conducir a todos los hombres a su encuentro con Dios. En este espíritu –recalcó–, confío en concreto en el compromiso del dicasterio para que sean superados los problemas doctrinales que todavía subsisten para conseguir la plena comunión con la Iglesia de la Fraternidad de San Pío X”.

Por último, la Santa Sede presentaba los Lineamenta que guiarán la preparación del Sínodo de Obispos para Oriente Medio (10-24 de octubre). Los objetivos principales de esta Asamblea Especial son “confirmar y reforzar a los cristianos en su identidad mediante la Palabra de Dios y los sacramentos” y “revivir la comunión eclesial entre las Iglesias particulares para que puedan ofrecer un testimonio de vida cristiana auténtica, alegre y atractiva”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.692 de Vida Nueva.

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