El Evangelio que nunca pude leer

Los indígenas analfabetos son la columna de la comunidad de San Luis, en Guatemala

Niños-Guatemala(Texto: Javier F. Martín. Fotos: Pedro Andrés Miguel) La comunidad de San Luis, en el Vicariato Apostólico de El Petén, se arremolinó en el atrio del templo. Entre todos conformaban una intrépida mezcla de razas y culturas, de indígenas y ladinos, de historias personales y colectivas, a la espera de aquello que anhelaban. Después de varios años sin sacerdote, un misionero norteamericano de Maryknoll llegaba para hacerse con las riendas pastorales de la parroquia. Volvían a tener padrecito. La lógica señalaba que el sacerdote dirigiría sus primeras palabras a todos y cada uno de los que allí estaban. Sin embargo, el nuevo párroco lo primero que hizo fue preguntar por Flavio. Las bienvenidas, los proyectos, las inquietudes vendrían después. Lo primero, preguntar por Flavio. “¿Quién es Flavio?”, soltó rápido, ansioso. Silencio. Guatemala vivía una guerra cuyas consecuencias, todavía hoy, casi quince años después de la firma de la paz, humean. El miedo estaba allí, entre ladinos e indígenas. Pero también estaba Flavio.

Flavio Maldonado y Pedro Andrés

Flavio Maldonado y Pedro Andrés

“¿Quién es Flavio?”, repitió el misionero americano. “Yo”, se oyó, a la vez que un sendero estrecho, abierto de inmediato entre los pies de hombres, mujeres y niños, ponía frente a frente al sacerdote y a Flavio. Éste inició el recorrido, lento pero firme, y se presentó ante el que le llamaba. “Yo soy Flavio, a su servicio”. El sacerdote abrió sus brazos tanto como los ojos de los vecinos de Flavio. Inmediatamente los cerró sobre el corpachón de este hombre, cercano a la jubilación, en un abrazo que disipó cualquier temor. “Gracias, Flavio. Gracias a usted esta comunidad sigue viva”. ¿Por qué? Muy sencillo, Flavio Maldonado, catequista seglar y analfabeto funcional, se había encargado de transmitir la fe a las comunidades de la parroquia de San Luis. Todo un símbolo. Aquél que no conoce las palabras fue el instrumento del que se sirvió la Palabra para llegar a su destino. Un hombre analfabeto se bastó para mantener cohesionadas y vivas a las comunidades de una zona hermosa e inhóspita en El Petén.

‘Párroco y bautizador’

En la actualidad, la parroquia de San Luis está atendida por tres misioneros combonianos, entre los que se encuentra un español, Pedro Andrés Miguel, que recuerda el trabajo de Flavio: “Cuando no había párroco en San Luis, el obispo puso un encargado en cada parroquia. En la nuestra quedó don Flavio, un hombre analfabeto, que se quedó de ‘párroco y bautizador’, como él mismo se autodefine. Este hombre se pasaba un mes visitando comunidad a comunidad, bautizando a los que no estaban bautizados. Y así iba, de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, hasta que terminaba su recorrido. Tal vez visitaba cada comunidad una vez al año, pero lo hacía de una manera heroica. Era un hombre que tenía a su familia, que dejaba su trabajo para cumplir con esta tarea”. No hay constancia documental del trabajo de este catequista, pero Pedro Andrés Miguel estima que pudo bautizar a cerca de 700 personas.

Flavio Maldonado ronda los 80 años, está viudo y prosigue con su trabajo en el campo, en la comunidad de Moldehá, donde vive con una de sus hijas, también catequista. “Es una gozada ver cómo este hombre participa siempre en la Eucaristía. Viene, te escucha. Si preguntamos algo, él es el primero en contestar, siempre con su voz potente y fuerte. Levanta la mano y responde el primero. Con su gran sonrisa, siempre, un hombre feliz”. Flavio, por la edad y el desgaste, comienza a padecer algunos achaques. Hay uno que le causa dolor: se está quedando sordo, por lo que le cuesta escuchar aquello que le gusta transmitir.

GuatemalaGuatemala es uno de los países más pobres de Centroamérica. La tasa de pobreza se entremezcla con el analfabetismo, que no hace distinciones, pero que se ceba con los colectivos más desfavorecidos. Y en tierras guatemaltecas, si hablas de desfavorecidos, hay que hacer una referencia obligada a los indígenas. Cerca del 70% de la población del país pertenece a alguna de las numerosas etnias descendientes de los mayas que pueblan este rincón del corazón de América; un país en el que se hablan 23 lenguas y en el que es mucho más difícil prosperar para aquellos ciudadanos que sólo hablan queqchí, kiché, kaqchiquel o mam. De hecho, la presencia de indígenas en las aulas universitarias todavía hoy es un hecho casi anecdótico.

Esta realidad condiciona el plan pastoral de la parroquia de San Luis. De hecho, como cuenta Pedro Andrés Miguel, “estamos invirtiendo la mayor parte de nuestro tiempo en la formación de catequistas. Los laicos son la columna vertebral de nuestra Iglesia, y son los que han mantenido la fe de nuestras comunidades”. Por este motivo, San Luis ha elaborado un plan de formación trienal que prevé dotar de los medios necesarios a los laicos, cuya lista de tareas sería inacabable de enumerar: preparación al matrimonio, celebración de la Palabra, ministros extraordinarios de la Comunión, cantores, músicos…

El español Pedro Andrés, más el guatemalteco Agustín Lix y el italiano José Bragotti forman la comunidad de misioneros combonianos que atiende la parroquia. Las Hermanas de la Asunción, en labores pastorales y educativas, complementan el trabajo de los religiosos. El terreno es extenso. De este a oeste, 130 kilómetros. Y de norte a sur, 60. En total, 3.000 kilómetros cuadrados para cerca de 50.000 personas repartidas en 112 comunidades. El 80% de la población es queqchí.

Madre-y-niña-GuatemalaHay mucho trabajo por realizar y muchas visitas que hacer. Algunas de esas comunidades son visitadas a pie porque no hay posibilidad de llegar en coche, moto o caballo. A pie. Pedro Andrés comenta que “normalmente salimos los martes. Mandamos antes nuestro itinerario, dónde vamos a estar, cuánto tiempo en cada comunidad, etc. y salimos caminando”.

Actividad pastoral

La actividad pastoral es similar en cada lugar: reunión con los catequistas, los ancianos y los líderes de la comunidad. “Vemos cómo están las cosas –sigue–, nos cuentan cómo han ido los meses en los que no nos hemos visto, las necesidades que tienen, si hay problemas. Después solemos tener un tiempo para la formación. A continuación, la misa. Y si hay niños para bautizar o parejas a las que casar, pues se celebra. Como colofón a nuestra presencia, solemos terminar con una comida. No conciben la visita del padre sin una comida entre todos”. Cada ‘ruta’ puede durar una semana. Cada día el comboniano duerme en una comunidad. Cada jornada emprende un nuevo itinerario. Para el camino, que realiza acompañado de catequistas indígenas, lleva sólo una pequeña mochila con la hamaca en la que duerme, algo de ropa para cambiarse y lo imprescindible para celebrar la Eucaristía: el pan y el vino.

Así, paso a paso, Pedro Andrés, se encuentra con las comunidades de su parroquia. Además del cumplimiento de su labor como misionero, este sacerdote español homenajea, implícitamente, a aquéllos que, como Flavio, en los tiempos recios de la guerra, en las épocas duras
de la miseria, en los períodos dolorosos de la desesperanza, comprometieron incluso su vida para anunciar el Evangelio que nunca pudieron leer. Aquéllos que, cuando fueron llamados, con confianza respondieron: “Sí, aquí estoy”.

Como si no existiera nada más en el mundo

Niños-Guatemala-2La tasa de analfabetismo lastra la sociedad y dificulta también el trabajo de la Iglesia. En un país con pocos sacerdotes, la mayoría extranjeros, no se puede prescindir del trabajo de los catequistas, muchos de los cuales no saben leer ni escribir. Esta realidad hace que el caso de Flavio no sea el único. “Tenemos varios en esa situación”, explica Pedro Andrés Miguel, quien subraya que hay en la parroquia “varios catequistas analfabetos que escuchan antes. Le piden a la familia que lean la lectura que van a proclamar.

La escuchan una o dos veces, y luego la explican. Es curioso, pero en la celebración de la Palabra, unos la leen, pero ellos son los que la explican, los que dan la catequesis y la formación”. Una de estas personas es Isabel. “¡Y tienes que ver cómo es esa mujer! ¡Se para delante de todos y se pone a explicar lo que es la Palabra de Dios, lo que es la Biblia! A mí siempre me llama la atención ver cómo estas personas, que no tienen posibilidad de leer antes la lectura, abren sus ojos y oídos para absorber eso que uno explica. O cuando se proclama la Palabra de Dios. Es algo que a mí me impresiona. Ver de qué manera se quedan parados, concentrados, como si no existiera nada ni nadie más en el mundo.

Quieren absorberlo todo, porque lo quieren recibir en su corazón y después compartirlo con los demás”, narra con precisión Pedro.

En el nº 2.690 de Vida Nueva.

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