Sobre la muerte digna

Foro-muerte-digna(José Ramón Amor Pan– Teólogo y especialista en Bioética/Foto: Ana Criado. Aguamarina,  Comunicación y Eventos) Desde hace tiempo, tanto a nivel nacional como internacional, existe un debate público importante respecto a los problemas éticos y jurídicos relacionados con el final de la vida. Hay todo un lobby empujando para que ese debate permanezca vivo. A todos nos suenan los casos de Ramón Sampedro e Inmaculada Echevarría en España; Vincent Humbert y Rémy Salvat en Francia; o el de la joven italiana Eluana Englaro.

En nuestro país, además, se está tramitando en el Parlamento andaluz la denominada Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de la muerte, un texto sobre el que ya me he pronunciado en estas mismas páginas: considero, con toda humildad y después de habérmelo leído, no una ni dos, sino tres veces, que no aporta ninguna novedad al ordenamiento jurídico vigente (luego, habrá que preguntarse legítimamente cuál es su verdadera intencionalidad política) y, además, su apartado de sanciones es, cuando menos, sorprendente (ya resulta curioso tanto afán del PSOE por penalizar unas conductas y despenalizar otras). Conviene reiterar que esta problemática debe ser analizada lo más sosegada y razonadamente que se pueda, sin demagogia ni emotivismos de ninguna clase. Tarea ardua y nada fácil de llevar a cabo.

Mesa redonda

Para contribuir a hacer ese análisis, hace unas semanas tuvo lugar en A Coruña una interesantísima mesa redonda organizada conjuntamente por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y el Colegio Oficial de Médicos de A Coruña. A ella estábamos invitados Pablo Simón Lorda (médico de familia, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública, vocal de la Comisión Andaluza de Ética e Investigación Sanitarias, vocal del Comité de Bioética de España y uno de los dos ponentes del informe que sirvió de base al citado proyecto de ley andaluz), Mario Iceta (Doctor en Medicina y en Teología, obispo auxiliar de Bilbao), Miguel Ángel Cadenas Sobreira (presidente del Tribunal Superior de Justicia de Galicia) y un servidor. Lo primero que hay que destacar, es que la afluencia de público desbordó las expectativas más optimistas: la sala estaba totalmente abarrotada y más de 60 personas se tuvieron que dar la vuelta a sus casas sin poder entrar (pasaban de 300 los presentes en la sala).

El debate fue de gran altura, intenso y polémico por momentos, con una duración de más de dos horas y cuarto. Por lo que he podido constatar luego, gustaron mucho las intervenciones de Mario Iceta, tanto a propios como ajenos a la comunidad católica, quien destacó que el “no” a la eutanasia no era una cuestión religiosa, sino de criterios médicos y éticos comunes. Probablemente fuera eso, y que presentó un rostro amable y humilde de la Iglesia, utilizando en todo momento un lenguaje asequible y cordial, lo que le ha granjeado esa magnífica impresión ante el auditorio. Esto nos puede dar una idea de lo importante que es, de cara a generar opinión pública, que quienes hablen de estos temas en representación de la Iglesia sean buenos comunicadores y sepan bien de lo que tienen que hablar, porque así se abrirán puertas (y oídos) a la propuesta católica, en vez de lo que a veces ocurre al oir a algunos portavoces eclesiales. En una cultura mediática, estos aspectos no son secundarios, como constatamos los que tenemos que bregar diariamente en ámbitos no confesionales (pero no necesariamente laicistas).

Pienso, a la luz de este evento, que no siempre acertamos a la hora de deslindar ética y política, lo cual viene a dificultar aún más la tranquilidad del debate. Sin duda, la cuestión de las relaciones entre ética y política es uno de los problemas más antiguos y constantes que se ha planteado la reflexión moral. La dimensión política es tan natural a la reflexión ética como conveniente la valoración moral de toda práctica política. Pero el terreno de la ética y el de la política, aunque afines, son claramente diferentes y entremezclarlos no genera sino más ambigüedad, en un ámbito en el que estamos ya ahítos de imprecisiones, confusiones e, incluso, manipulaciones.

Me llama la atención, ya para finalizar esta reflexión, la militancia tan activa que ejercen los miembros de la Asociación Derecho a Morir Dignamente (partidarios de la despenalización de la eutanasia) y el secuestro que han hecho del término “dignidad”, porque morir dignamente no se identifica necesariamente con el ejercicio de la eutanasia y, además, el ejercicio de la eutanasia no garantiza necesariamente una muerte digna. Además, pienso que la dignidad humana no es minada ni destruida por el sufrimiento, la debilidad, la dependencia de otros o la enfermedad terminal.

jramor@vidanueva.es

En el nº 2.689 de Vida Nueva.

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