Peces de ciudad

El erizo

El-erizo(J. L. Celada) Todo apuntaba a que La elegancia del erizo, uno de los últimos fenómenos editoriales de la narrativa francesa, era carne de celuloide. Y apenas hemos tardado un par de años en comprobarlo. El universo minuciosamente ideado y descrito en el original literario por Muriel Barbery ha sido trasladado ya a la gran pantalla por su compatriota Mona Achache con un resultado más que digno. Libertad y respeto se han conjugado cuidadosamente para salvar –a menudo, hasta eliminar– la distancia a veces irrecuperable entre dos lenguajes y soportes tan distintos.

El erizo renuncia a “la elegancia” primitiva del título (en todos los sentidos), y su protagonista más joven cambia la escritura de un diario por el dibujo y la filmación de cuanto acontece a su alrededor, expresiones más propias del formato audiovisual y que, de paso, le ahorran a la directora un recurso abusivo de la voz en off que afectaría al ritmo y el interés de la cinta. Acertada elección la de este imaginario, que no sólo no traiciona la letra en la que se inspira, sino que brinda a esta adaptación el necesario tono de fábula urbana.

Los hechos se desarrollan en el París burgués, en un edificio habitado por esos peces de ciudad, “que –como escribiera Joaquín Sabina– mordieron el anzuelo, que bucean a ras de suelo, que no merecen nadar”. Atrapados entre los señoriales muros, como si de un acuario gigante se tratara, los vecinos del inmueble suben y bajan, entran y salen, más pendientes de sus plantas o sus mascotas que de las personas con las que conviven, incluida su familia. Pero hay tres honrosas excepciones, cuyas conquistas cotidianas nos hablan de secretos inconfesables, miedos ancestrales y sentimientos en desuso, aunque capaces de obrar la reconciliación entre clases sociales y culturas bien diversas.

El-erizo-2Son el trío de personajes sobre el que descansa toda la tensión dramática y la carga de humanidad de esta historia: una niña incomprendida y esquiva, de mirada inquieta y amargura adulta; una portera discreta y solitaria; y un viudo japonés recién mudado a la finca. Al calor de sus insólitos encuentros y de los vínculos creados entre ellos, la debutante Achache oxigena ese agua emponzoñada, la misma que deja flotando en el ambiente la extraña sensación de que “todas las familias felices se parecen entre sí, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera”.

Inquietante juicio. Sin embargo, pese a ello y al sorprendente y trágico desenlace, esta película apela a un costumbrismo entrañable y cierto realismo mágico a lo Amélie, para devolvernos la pasión por la literatura y –por qué no– por el cine (ahí quedan los guiños a Tolstoi o a los clásicos nipones en blanco y negro). Aunque si algo nos regala El erizo entre metáfora y metáfora (no pocas muy evidentes) es la ocasión de descubrir que las púas más afiladas pueden ocultar los tesoros más valiosos.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Le hérisson

GUIÓN Y DIRECCIÓN: Mona Achache, sobre la novela La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

FOTOGRAFÍA: Patrick Blossier

MÚSICA: Gabriel Yared

PRODUCCIÓN: Anne-Dominique Toussaint

INTÉRPRETES: Josiane Balasko, Garance Le Guillermic, Togo Igawa, Anne Brochet, Ariane Ascaride

En el nº 2.688 de Vida Nueva.

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