Ladrones de libros

El baile de la Victoria

Baile-de-la-Victoria(J. L. Celada) Unos ojos expectantes otean el inmaculado horizonte andino en busca de buenas noticias. Con este poético ‘paso’ arranca y concluye El baile de la Victoria que Fernando Trueba escenifica al otro lado del Atlántico, reescribiendo para la gran pantalla la novela del chileno Antonio Skármeta de la que toma su título.

Siete años hacía que el oscarizado realizador español no se adentraba en el territorio de la ficción (su última incursión se produjo con la fallida adaptación de El embrujo de Shan-ghai, de Juan Marsé), ¡y vaya si se nota! Como Belle epoque, su nuevo trabajo opta a la preciada estatuilla, pero mucho nos tememos que sus aspiraciones se queden en eso. Porque este melodrama de trasfondo político y oportunas dosis de humor y romanticismo acaba siendo engullido por un extraño afán reivindicativo de su director, empeñado en acentuar los “sentimientos desbocados” de esta historia.

O así ha descrito él, al menos, las relaciones que se establecen entre los protagonistas de la misma, dos ex convictos recién amnistiados y una solitaria y enigmática joven. Un raterillo de poca monta (conmovedora frescura la del veinteañero Abel Ayala) y un afamado desvalijador de cajas fuertes (el siempre irreprochable Ricardo Darín), cuyas vidas se cruzan a la espera del gran golpe. Mientras tanto, estos delincuentes comunes (para grandes delitos, se nos sugiere una y otra vez, los que se cometieron durante la dictadura de la que el país se está recuperando ahora) se emplean en el no menos sutil arte de robar corazones: uno, tratando de recuperar a su mujer; el otro, conquistando con su labia y su natural simpatía a esa chica desvalida con la que se tropezó en plena calle a la salida de prisión.

Baile-de-la-Victoria2Hay también una subtrama de venganza y ajustes de cuentas, y hasta un loable esfuerzo por hacer de la danza un vehículo de comunicación. Sin embargo, todo ello se desdibuja peligrosamente cuando Trueba, deseoso de traducir cierto realismo mágico del original literario, se deja llevar por los planos de postal, un caballo de ciudad o un cóndor con vocación de paloma mensajera. Por no hablar de licencias narrativas (prescindibles ‘diálogos en off’) o en la construcción de algún personaje (Victoria, la muchacha del baile, acumula tales desgracias tras de sí, que resulta difícil sustraerse a su dolor) que son más un lastre que un recurso.

Y la cinta apela a esas emociones que sacuden a nuestro grupo de supervivientes, pero lo hace de modo desigual, reiterativo y previsible, desactivando así las potencialidades de un relato que, por otra parte, se ve con suma facilidad y hasta con agrado. El celuloide adapta, recrea, versiona y, a lo que parece, también roba, arrebatando a veces el alma de los libros a cuenta del ego de no pocos ladrones con cámara en mano.

 

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: El baile de la Victoria.

DIRECCIÓN: Fernando Trueba.

GUIÓN: Fernando Trueba, Jonás Trueba y Antonio Skármeta, sobre la novela homónima de éste último.

FOTOGRAFÍA: Julián Ledesma.

PRODUCCIÓN: Jessica Huppert Berman.

INTÉRPRETES: Ricardo Darín, Abel Ayala, Miranda Bodenhöfer, Ariadna Gil, Luis Dubó, Mario Guerra, Mariana Loyola, Marcia Haydée, Julio Jung.

En el nº 2.686 de Vida Nueva.

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