Óscar Lerones: “Estar con los débiles me ha hecho más ‘hermano’”

Hermano de La Salle

Óscar-Lerones(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Los Hermanos de La Salle tienen en nuestra Península Ibérica más de cien centros educativos. Se dice pronto, pero la obra es impresionante. No se conforman con ser expertos en educación, manejar los procesos y ofrecer resultados. Para ellos, la pregunta evangélica es prioritaria. No son todos los colegios iguales. Cada lugar tiene su riqueza y color. Óscar Lerones es Hermano de La Salle, palentino de 45 años, que está en el Colegio São Caetano en Braga (Portugal). Es un colegio más, pero no es lo mismo.

Así vive Óscar su vocación… Trabaja en la educación integral de niños y jóvenes en situación de riesgo. Todos los chicos y chicas que llegan a la institución son retirados de sus familias por mandato judicial y con una medida de protección. Actualmente, en la comunidad en la que vive son cinco los Hermanos que están trabajando junto a un equipo de otras 25 personas, de las cuales un buen número de ellos comparte la espiritualidad y el carisma de La Salle.

¿Se puede hacer mucho?

Se puede hacer todo. Las carencias de nuestros jóvenes son tantas que, por mucho que nos entreguemos a nuestra misión, siempre habrá heridas por sanar y personas a las que devolver su dignidad. Vivimos un tiempo desquiciado y los niños y jóvenes que son acogidos en nuestro Hogar son fruto del marasmo de una sociedad que ha perdido el rumbo. Antiguamente llegaban a la Institución chavales con una problemática muy determinada: pobreza material y cultural, casos de orfandad y de abandono… El paisaje ahora es bien diferente: los casos que nos llegan provienen de contextos de maltrato, de abusos, alcoholismo, prostitución, las drogas, el absentismo escolar, la negligencia en los cuidados básicos, distintos comportamientos pre-delictivos…

¿Cómo ha cambiado su vida desde que está en esa misión?

Lo primero que debo decir es que mi vida todavía tiene que cambiar para responder a la misión que tenemos encomendada. Me sentí muy feliz cuando di clase en colegios nuestros de la cuenca minera asturiana. Guardo un recuerdo imborrable, pero en lo que se refiere a la misión educativa, mi experiencia en Braga es un poco diferente. Ahora me siento más Hermano. Creo que en esta realidad, la palabra ‘Hermano’ resuena con más intensidad en el roce del día a día. Configura nuestra identidad como religiosos. No hay nada más triste que intentar por todos los medios salvar a un chaval, ver que se está autodestruyendo, y comprobar que, en algunos casos, sólo abrirá los ojos y será consciente de su vida cuando haya tocado fondo.

¿Cree que este tipo de tareas son prioritarias para la vida consagrada hoy?

Creo que sí. Como Hermano y como Comunidad, lo hemos afirmado muchas veces. El “lugar” de la misión no es indiferente. Nuestro carisma nos llama a servir prioritariamente a los más pobres. Por eso, la misión educativa la vivo no como un añadido, sino como algo que configura y armoniza las diferentes dimensiones de mi persona. El estar continuamente en contacto con realidades de conflicto, de marginación, de pobreza, me hace vivir con los pies en la tierra y cuestionarme sobre cuál puede ser la respuesta que Dios  me pide en cada momento.

Lo más urgente para los consagrados es…

Asumir la debilidad y la reducción como un signo del Espíritu en nuestro tiempo, que nos ayuda a humanizarnos, a ser institucionalmente más humildes y aproximarnos a la cruz de Cristo y de los crucificados de hoy. Fundamentar nuestra vida en Dios, en la interioridad que nace del encuentro profundo y diario con el Evangelio. No quedarnos en excelentes profesionales, grandes trabajadores. Vivir una espiritualidad encarnada al lado de los que sufren, de los pobres de la tierra. Naturalizar nuestro estilo de vida, no ser unos “raros” para el mundo, pero sí ser alternativa y voz profética. Ser compañeros de camino de los jóvenes, en la mutua búsqueda de Dios. Y como dice el Hermano Álvaro, nuestro Superior General, “ser expertos en comunión” y en espiritualidad. Ser felices para poder decir “ven y verás”. Los consagrados debemos transmitir que, de verdad, disfrutamos con lo que hacemos.

MIRADA CON LUPA

Como Óscar, muchos consagrados están en los mejores años de su vida, dando vida. Tejen su compromiso con Dios con la mirada y la esperanza de los más débiles. Han superado el texto y han descubierto, con gozo, que Dios se hace presente en el contexto. Tienen preguntas, pero también respuestas. Abrazan la misión, sabiendo que sólo pueden ser eso: abrazo de Dios para el pobre. La estrategia necesita muchos análisis DAFO; la misión, una vuelta al Evangelio.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.684 de Vida Nueva.

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