Myriam García Abrisqueta: “Hay que adaptarse a los retos sin perder nuestra identidad”

Presidenta de Manos Unidas

Myriam-García-1(María Gómez– Fotos: Luis Medina) Hace seis meses que la Asamblea General de Manos Unidas nombró como presidenta a Myriam García Abrisqueta. Le está tocando, pues, vivir uno de los momentos más dulces de la institución, cuando ésta acaba de cumplir 50 años y recibe felicitaciones desde diversos ámbitos. La última, el Mensaje de los obispos españoles. Antes, el 28 de septiembre, García Abrisqueta encabezaba la delegación de la organización que peregrinó a Roma, donde Benedicto XVI reconoció la labor de la ONG.

Myriam (Madrid, 1964) lo recuerda entre sonrisas y no sin cierto rubor, y repite que es un “privilegio” tanto su designación como miembro del Consejo Pontificio ‘Cor Unum’, como la invitación para participar, como auditora –y única española–, en la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para África, experiencia que valora como “muy positiva”. Especialista en Historia del Arte, en 1999 entró en Manos Unidas como voluntaria –y así sigue, según exigen los Estatutos–, respondiendo a una “llamada” y desplegando una disponibilidad que le ha llevado al Área de Proyectos del ­Departamento de América y al Departamento Operación Enlace, hasta la presidencia.

¿Esperaba algún día que iba a llegar hasta aquí?

Claramente no. Yo accedí a Manos Unidas por una opción personal y ayudada por mi familia, y me da igual estar en cualquier responsabilidad. Entré hace 11 años en esta institución con una ilusión por compartir valores, no sólo era una cuestión de filantropía o de solidaridad, sino que era responder a una llamada del Señor a dar algo más. Lo dije cuando me nombraron: no es el cargo lo que me importa, sino asumir una responsabilidad más en el servicio a los más necesitados y a la Iglesia, y en manos de Dios estoy.

¿Cómo valora estos primeros 50 años y cómo encara los próximos?

Indudablemente, estos 50 años son una responsabilidad y una base importantísima. Ésta es una historia de amor con mayúscula y hay que valorarla, cuidarla y que nos sirva de experiencia para continuar. Los 50 años de Manos Unidas han supuesto llegar a muchísimas personas, más de 26.000 proyectos de desarrollo, un prestigio en la sociedad, miles de voluntarios, miles de personas que han formado parte de esta historia de solidaridad y mucha experiencia acumulada. Luego, claro, hay unos retos: nuevas formas de trabajo, nuevas tecnologías, nuevas posibilidades…, así que hay que trabajar para adaptarse a esos nuevos desafíos que nos presentan los tiempos, pero siempre teniendo en cuenta nuestra identidad y nuestra historia. Creo que ése es un concepto importante: aunque nos adaptemos a las nuevas oportunidades, no tenemos que dejarnos arrastrar por las modas, sino tener muy claro cuál es nuestra identidad y cuál es el trabajo, que está traspasado por el Evangelio y por la doctrina social de la Iglesia.

Myriam-García-2Nosotros creemos en la opción por los más pobres como algo integral en donde las personas son las protagonistas: la gente con la que colaboramos son protagonistas de su desarrollo. Pero también lo somos nosotros, en tanto que somos responsables unos de otros. Hemos de interesarnos, preocuparnos, ocuparnos y amar a nuestros hermanos, por eso tenemos que trabajar en conjunto, de manera global. No se trata de mandar dinero y ya está: que ellos sean protagonistas significa acompañarles. Ésa es la grandeza de Manos Unidas, y creo que en un futuro hay que seguir en esa línea.

Dignidad y responsabilidad

O sea, acompañar desde el respeto, sin paternalismos o condescendencia…

Claro. Se trata de respetar la dignidad de la persona ante todo y saber que ellos tienen la capacidad, pero a lo mejor no han tenido las oportunidades. Estamos al mismo nivel, y no en superioridad, porque somos hermanos, y nos hacemos responsables de la parte que tenemos en ese sufrimiento, en esa injusticia y en esa falta de oportunidades. Somos todos hijos de Dios y eso nos da dignidad a todos y una responsabilidad. Ése es el espíritu de Manos Unidas y lo que nos distingue de otras instituciones que también tienen un carácter solidario y filantrópico, pero nuestra identidad nos aporta algo grande.

¿Qué balance hace de su participación en el Sínodo de África?

Ha sido una alegría, una oportunidad, un privilegio y un honor para nosotros. Primero, porque era un reconocimiento indudable al trabajo que está haciendo Manos Unidas, y específicamente en África. A título personal, sentía una cierta inquietud: era una gran responsabilidad, además, siendo la única española, y mujer y laica… Ya sólo estar allí fue una experiencia muy positiva: poder escuchar a tantas personas tan cualificadas, con esa calidad intelectual, humana y espiritual; escuchar lo que está viviendo hoy África, los sueños, las esperanzas, los desafíos, las oportunidades; poder trabajar juntos en cuanto a ofrecer caminos para los próximos años… Llegué con muchas expectativas, y se han colmado y superado ampliamente.

¿A qué cree que se debió el hecho de ser la única representante de la Iglesia española?

Myriam-García-3Tampoco yo lo sé, porque no estoy en los círculos de decisión. Mi valoración es positiva por el hecho de que se nos haya reconocido. El continente africano es una prioridad: en 2008 fue donde más proyectos realizamos, 305 de 744, llegando a unos 24 millones de beneficiarios. Por mi parte, he ido con un sentimiento de gran humildad, poniéndome al servicio e intentando ser una herramienta.

¿Qué se siente al saber que hemos alcanzado el triste récord de 1.020 millones de hambrientos en el mundo?

Sientes un clamor y la necesidad de decir ¿cómo es posible? En un mundo donde hay para todos, donde la producción de alimentos ha crecido y donde hay riqueza para todos, ¿cómo es posible que no sólo no disminuya el número de personas que pasan hambre, sino que aumente? A la vez, hemos de cuestionarnos cómo la actual crisis afecta gravemente y de forma más importante a los que menos tienen. Lo que a nosotros nos corresponde es seguir trabajando, seguir sensibilizando a la sociedad para que, a pesar de la crisis, sigan colaborando. Hace 50 años, Manos Unidas empezó la primera campaña contra el hambre, y nuestra opción es seguir luchando contra ella y denunciar esa realidad y sus causas. Pero no hay que desanimarse. Las mujeres de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas [asociación que está en la raíz de la creación de Manos Unidas] decían que el único obstáculo en la lucha contra el hambre es pensar que es imposible conseguir una victoria. Nosotros somos herederos de ese pensamiento.

El ser humano, en el centro

¿Y ante los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para 2015? ¿Cabe ser optimista, aunque cada vez hay más señales de que no se van a lograr?

Los ODM realmente tienen una parte positiva: por primera vez se establecen unos planes de actuación y una voluntad de conseguir un avance ante realidades de injusticia y sufrimiento. Creo que no hay que detenerse. No hay que ser optimistas en el sentido de ilusos, pero sí tener la esperanza de que, si nos unimos, se podría conseguir. Claro que también hay que hacer una crítica sobre por qué no se alcanzan, es cierto que los análisis son pesimistas, y se han sumado una serie de crisis en diversos ámbitos que los han frenado… Pero como dice el Papa en su magisterio maravilloso: hay que poner al ser humano, como hijo de Dios, en el centro de todos los esquemas y actuaciones. Ahí seguimos.

En el nº 2.683 de Vida Nueva.

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