El Vaticano ‘honra’ a Galileo

Una exposición evidencia la rehabilitación del padre del diálogo entre ciencia y fe

Bola-del-mundo(Juan Carlos Rodríguez) Galileo regresa al Vaticano. Por la puerta grande: disculpado, honrado y glorificado. Lo hace a través de una exposición, Astrum 2009: Astronomía e instrumentos. El patrimonio histórico italiano 400 años después de Galileo, en los Museos Vaticanos, de la que es, evidentemente, el gran referente.

TelescopioEl arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, lo dijo durante su inauguración: en el Vaticano “hay de nuevo interés” por el astrónomo, debido en parte a la nueva documentación, que permite analizarlo con objetividad y serenidad. Galileo Galilei fue condenado por la Inquisición por haberse adherido a la teoría de Copérnico, que sostenía que era el Sol, y no la Tierra, el centro del Universo, en contra de lo que se pensaba en su época. El juicio, desarrollado a partir de las denuncias del dominico Tommaso Caccini, en 1616, concluyó el 22 de junio de 1633, cuando Galileo fue obligado a abjurar de sus conocimientos. El caso no se va a revisar ahora porque “el tribunal de la historia no puede estar siempre abierto”, como afirmó Ravasi, pero la exposición, en cierto modo, restituye a Galileo como el eje de la Astronomía moderna y tiene una indudable carga simbólica al reivindicarlo, además, como protagonista fundamental de la compatibilidad de teología y ciencia, “magisterios paralelos y no en conflicto”, según Ravasi. Después de 376 años, el Vaticano admite, como indica un panel relativo a sus hallazgos de 1609, que las consecuencias de las teorías de Galileo “fueron del todo revolucionarias para la ciencia, hasta entonces dominada por la física aristotélica, y llevaron a una nueva visión del mundo”. Esa doctrina aristotélica y ptolemaica de un universo fijo e inmóvil era también la de la Iglesia.

La restitución de Galileo, que culmina la muestra vaticana, ha sido, indudablemente, progresiva. Sus teorías y descubrimientos no son, a juicio de hoy, una amenaza para la fe. El 31 de octubre de 1992, en el 350º aniversario de su muerte, Juan Pablo II ya lo rehabilitó solemnemente y criticó los errores de los teó­logos de la época que dieron pie a tal condena, sin descalificar expresamente al Tribunal que lo sentenció. En un discurso de trece páginas pronunciado en la Sala Regia del Palacio Apostólico, el papa Wojtyla le calificó como “físico genial” y “creyente sincero”, y manifestó que Galileo “se mostró más perspicaz en la interpretación de la Escritura que sus adversarios teólogos”. Y Benedicto XVI lo ha ratificado. “Estamos agradecidos a Galileo”, dijo el Papa el año pasado, aunque rechazó, como Ravasi, la reapertura de un proceso de hace cuatro siglos. Más recientemente, el propio Ravasi celebró una misa solemne en honor de Galileo Galilei: fue el pasado 15 de febrero, justamente 445 años después de su muerte, en la Basílica de Santa María de los Ángeles. Ante científicos de la World Federation of Scientists, promotores de la iniciativa, monseñor Ravasi leyó un mensaje enviado por el secretario de Estado vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, en el que le definía como “insigne hombre de ciencia y hombre de fe” y recordaba su calificativo de “Galileo Galilei, Hombre divino”. Ravasi, en la homilía, explicó que Galilei distinguía “las verdades científicas” de aquéllas otras que “son necesarias para nuestra salvación”; es decir, la verdad de fe.

Ravasi, ya entonces, expresó lo que de algún modo viene a señalar la presencia de Galileo en los Museos Vaticanos: que los tiempos “están maduros” para una nueva revisión de su figura, “a quien la Iglesia desea honrar”. Y con ello, relanzar el diálogo entre fe y ciencia, entre fe y razón, porque “hay que mirar al futuro” y “no es posible que puedan caminar separados, sin tener en cuenta el uno al otro”. Dicho de otro modo por el jesuita José Gabriel Funes, director de la Specola, el Observatorio Astronómico del Vaticano: la astronomía acerca al hombre a Dios. Y, por tanto, es un “mito”, según Funes, pensar que “la astronomía favorece una visión atea del mundo”.

Expo-GalileoCon la muestra, que estará abierta hasta el 16 de enero del 2010, la Iglesia contribuye a las celebraciones del Año Internacional de la Astronomía, auspiciado por las Naciones Unidas, con una cita de indudable interés. La presencia de Galileo Galilei es, por supuesto, central. En ella se pueden admirar una réplica del telescopio con el que hizo sus primeras observaciones –el original está en otra exposición en Florencia–, o las lentes de cristal de Murano que usaba para sus catalejos; y, entre sus textos, el borrador autógrafo de Sidereus nuncius, escrito tras el descubrimiento de los cuatro primeros satélites de Júpiter exactamente hace cuatro siglos, en 1610, prestado por la Biblioteca Nacional Central de Florencia.

Se añaden otros 139 objetos entre instrumentos, mapas, modelos, manuscritos, cuadros, códices y libros, que abarcan la evolución de la ciencia astronómica hasta la llegada del hombre a la Luna. En las vitrinas se pueden apreciar el códice De revolutionibus orbium celestium, de Copérnico (1473-1543); el espectacular globo celeste atribuido a Giovanni Antonio Vanosino (1567) con representaciones ptolemaicas; las cartas lunares diseñadas por Johannes Hevelius en 1647; relojes astronómicos de 1725; un telescopio ecuatorial de 1856; un péndulo cronógrafo de 1860; un telescopio de Joseph Fraunhofer de 1822; así como un globo celestial del siglo III después de Cristo y otro de Vincenzo María Coronelli de 1696.

La muestra se divide en siete secciones: los instrumentos de la astronomía antes del telescopio, los telescopios de Galileo, la óptica italiana del siglo XVII, los primeros observatorios italianos, astronomía y cartografía celestial, el nacimiento de la astrofísica y “no sólo astronomía”. Trece observatorios italianos han prestado objetos de sus colecciones para la muestra, preparada por el Instituto Nacional de Astrofísica de Italia (INAF), el Observatorio y los Museos Vaticanos.

El progreso del hombre

Expo-Galileo-2Tommaso Maccacaro, presidente del INAF, afirmó durante la presentación que la muestra es única en su género, ya que se abre con una sección dedicada a los instrumentos existentes antes de que Galileo comenzase a estudiar la Luna, “cuando todas las observaciones –explicó– se hacían solamente mirando, hasta llegar a los complejos e imponentes aparatos de hoy día”. Maccacaro añadió que estos objetos demuestran la importancia que la astronomía ha tenido en el progreso del hombre “y nos hacen comprender que la Tierra y el hombre no ocupan una posición o un papel privilegiado en el universo”. Para el científico italiano, “son las observaciones de Galileo en 1609 las que validaron el modelo copernicano y la consiguiente revolución en la concepción del mundo”.

Como ha admitido Gianfranco Ravasi, fue un “error” negar los descubrimientos de Galileo, pero, al menos hoy, en aquel error se funda la convicción de que “ciencia y fe son compatibles”. El sacerdote español y miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano, Manuel Carreira, admite que “son dos maneras parciales de conocer y se tienen que complementar. La ciencia puede tratar aquello que se puede medir y desarrollar matemáticamente, pero no puede tratar lo que no puede demostrarse. A la ciencia no se le puede preguntar si Dios existe o si El Quijote es una obra de mucho valor literario. Esas cosas tan importantes de la vida humana quedan fuera del ámbito científico”.

Del mismo modo que es un error asumir que antes y después de Galileo la Iglesia ignoró la ciencia. Carreira lo explica: “La Iglesia nunca ha estado lejos de la ciencia. En tiempos de Galileo, los mejores astrónomos eran del Colegio Romano de jesuitas, y los cráteres de la Luna tienen nombres de jesuitas científicos. Además, el Observatorio del Vaticano es uno de los más antiguos del mundo. No podemos obviar lo que han hecho muchos creyentes, y hay mucha gente que distingue perfectamente cuál es el campo de la ciencia y cuál el de la teología, y no le piden a una lo que aporta la otra”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.681 de Vida Nueva.

Compartir