OBITUARIO: Enrique Miret Magdalena. Un teólogo laico por el compromiso

Miret-Magdalena-2(Emilia Robles) La muerte es un descanso con esperanza y la esperanza es el valor fundamental del ser humano”. Expresando también confianza y amor (pues las tres virtudes son inseparables), pudimos ver a Enrique Miret Magdalena, en TVE, hace menos de un mes, en lo que pudo significar una despedida pública multitudinaria. Su imagen, ya postrada, pudo verse como la entrega de su herencia a la Iglesia; y la hizo en un sentido laico, sencillo y amplio. Le habían preguntado –en el informativo– qué opinaba del celibato opcional para los presbíteros en la Iglesia católica apostólica romana; y él, sin esquivar el tema, quiso hacer un enfoque más amplio y remontarse a los albores del cristianismo. Y se refirió a ello con estas palabras: “Hay que volver a los inicios. La fe cristiana, en los inicios, era algo razonable”. Su voz no sonó, en esta ocasión, a protesta amarga, sino a queja confiada en que ciertos cambios en la Iglesia son posibles; y en que lo son, en positivo, al servicio de la fe cristiana, que no es irracional, absurda, ni fanática.

Sonó a una despedida en continuidad. Su vida, crítica y dialogal, desde su juventud hasta el último momento, estuvo comprometida, profesional y políticamente, con la sociedad española y con la Iglesia, interviniendo desde la Acción Católica, el Apostolado Seglar, Pax Romana, la Asociación de Teólogos Juan XXIII, y desde otras instancias eclesiales; comprometido con la educación y con proyectos de desarrollo; escribiendo lúcida y profusamente en diferentes medios de información civiles y religiosos; en unos tiempos en los que decir ‘teólogo laico’ sonaba algo devaluado. Valorado y reclamado por personas de otras confesiones cristianas. Con una vida consagrada, desde su vocación de casado y padre de familia.

Lenguaje comprensible

Hay herencias que no son simplemente para ser recibidas, sino que nos comprometen. No nos atamos a la persona que nos deja la herencia (a Enrique, en este caso, que ya cumplió su misión en esta vida), ni siquiera a su trabajo, sino que podemos redescubrir nuestro proyecto eclesial y vital a la luz de su encomienda. Cada cual le añadiremos algo de nuestra historia personal, de nuestros lenguajes y de nuestra idiosincrasia. Y, sin duda, podemos contribuir a ser y a construir esa Iglesia razonable, escuchadora y atenta, misericordiosa e inserta en el mundo, capaz de comunicarse en lenguajes diversos y hacerse comprensible, capaz de mirar y de verse en el “rostro del hermano”, siempre diferente y otro. Empeñada, sobre todo, en anunciar-construir esa Buena Noticia del Reino.

Recibimos tu herencia, hermano Enrique, y agradecemos tu vida. Que tu esperanza y la nuestra se vean realizadas; y que goces ya del Amor Supremo en tu descanso eterno.

En el nº 2.680 de Vida Nueva.

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