Mano a mano con el sida

Historias de dolor y entrega en la Casa de acogida de Cáritas Salamanca

Casa-Cáritas-Salamanca(Roberto Ruano Estévez) Unidos al sufrimiento propio de la enfermedad, las personas infectas por el VIH han sufrido un injustificado rechazo social. Cáritas diocesana de Salamanca viene trabajando con un programa específico desde 1994, año en el que se inauguró la primera casa de acogida de Castilla y León, por la que han pasado ya más de 60 personas. Muchas nos dejaron a una edad muy joven, pero hoy, gracias a los nuevos tratamientos y a los cuidados, albergamos una mayor esperanza de vida en algunas personas, así como más posibilidades de su inserción social. De hecho, son varios los que han abandonado la casa para independizarse y gozar de una vida más autónoma. Pero el sida sigue afectando gravemente y manifestando secuelas físicas y psíquicas que les hacen muy dependientes de otros y muy necesitados de cuidados. Por eso, esta casa sigue dando respuesta a las personas que se encuentran en una peor situación. Cáritas diocesana de Salamanca afronta esta misión”.

Casa-Cáritas-Salamanca-2Ésta es la carta de presentación con la que el brazo caritativo de la Iglesia diocesana de Salamanca trata de responder a las necesidades de tantas y tantas personas infectadas con el virus VIH. Abusando de tópicos y prejuicios estúpidos, por los que la Iglesia católica suele ser criticada cuando se habla del sida; por eso, y haciendo justicia a todo el trabajo desinteresado que se realiza, es menester conocer en vivo esta labor. La casa de enfermos de sida de Salamanca es, por supuesto, sólo una gota en medio de un océano de caridad.

Más que un centro, un hogar

“Además de intentar responder a las necesidades vitales de cada uno de los residentes con el virus VIH, que suele ir unido a la situación de exclusión, marginación y pobreza, la casa para enfermos de sida también brinda al residente la oportunidad de preguntarse sobre el sentido de su vida, así como proporcionarle proyectos de inserción laboral de cara al futuro”, comenta Luis Alberto González, trabajador de Cáritas y, desde hace cinco años, director de esta casa de acogida. Casa que pretende ser mucho más que un centro, y por ello luchan día y noche todos y cada uno de los trabajadores y voluntarios que la habitan.

Cada mañana, a eso de las nueve, la casa se pone las pilas, porque comienza un nuevo día. Después del desayuno, le llega el turno a las tareas propias del hogar, y varios de los residentes acuden a programas ocupacionales: dos acuden a talleres de carpintería y otro a un curso de iniciación a la informática. Se intenta que todos tengan obligaciones en la mañana, aunque la salud siempre es la que marca. A las dos comen todos juntos. Le sigue un ratito de siesta y, dependiendo de los casos, tiempo de ocio y aseo. “Los fines de semana vamos al cine o, aprovechando la oferta cultural de Salamanca, visitamos alguna exposición. No te creas que es fácil conseguir que todos seamos estupendos amigos, pero, por ejemplo, la experiencia de gratuidad y cercanía que viven con los voluntarios es muy productiva”, apunta Luis Alberto.

Los esenciales voluntarios

Casa-Cáritas-Salamanca-3Y es que esta casa no se concibe sin la función y el papel de los voluntarios. Actualmente son cerca de veinte, integrados totalmente en el equipo de trabajo. “No hay grandes diferencias entre contratados y voluntarios, a no ser el tiempo de dedicación o algunas de las responsabilidades”, comenta su director. “Incluso de las grandes decisiones de la casa siempre son informados todos los voluntarios. Ellos tienen una relación mayor, no tan mediatizada, con cada uno de los residentes. Esta casa no se concebiría sin su presencia”.

“El papel del voluntario no es tapar ningún agujero. Antes teníamos en nuestras manos más responsabilidades que ahora, más voluntarios, menos profesionales técnicos trabajando, ¡era distinto…!”, reivindica una de las voluntarias más veteranas de esta casa de acogida, que a su vez lo es también de la vecina prisión de Topas. “Estos once años que llevo en la casa me han ayudado a crecer como persona, a considerar que todos somos iguales, sin distinciones de razas, creencias o enfermedades. Soy creyente y, para mí, la fe es comprometerme con los más pobres, débiles y necesitados. Por eso cada día estreno mi fe aquí, con los enfermos que sufren la lacra del sida”.

Libertad religiosa

Casa-Cáritas-Salamanca-4Pero seamos sinceros: la motivación de los voluntarios para prestar sus horas en esta casa bajo la tutela de Cáritas no siempre es religiosa. “Yo les pido –comenta Luis Alberto– que sean auténticos, que manifiesten cierta coherencia con su mensaje dentro y fuera de la casa. Por supuesto, también los hay que están aquí por sus convicciones religiosas, pero no es para nada necesario”.

La casa funciona desde la libertad y la pluralidad religiosa; no se exige a nadie el “carné de creyente”. La mayoría de los residentes son españoles, pero el hecho migratorio está cada vez más presente y, por eso, las puertas a otras religiones están y estarán siempre abiertas.

A pesar de esta neutralidad y el respeto hacia todo lo religioso, sí que hay determinados momentos en los que se vive y respira lo trascendental de una manera especial. Es el momento de la Navidad y el duro trance de la muerte, así como todo el proceso que se vive con la enfermedad. “No es extraño que en la casa se hable de la muerte y de cómo quieren, llegado el momento, celebrar ese final. La religión, como puedes ver,  sí esta muy presente”, concluye el director.

Estrella, José Miguel y Tomás, tres vidas al desnudo

Casa-Cáritas-Salamanca-5La mayoría de las personas que aquí viven (ahora son nueve residentes) rozan los 40 años, proceden casi todos ellos del mundo de la drogadicción y están contagiados del VIH. Todos han desarrollado la enfermedad del sida y para todos supone un gran dolor desnudar su corazón y hablar de sus vidas.

Estrella tiene 38 años y se siente muy enferma. La suya es una historia muy triste y dolorosa: “Llegué de Tordesillas hace 17 años enganchada a la droga, consumiendo heroína y cocaína. He vivido en la calle nueve años. Murió mi marido y me he sentido muy sola hasta que Cáritas me echó una mano. Llevo aquí dos años, tengo cáncer, y si no es por esta casa, yo ya estaba muerta. A Cáritas le debo la vida. El día más bonito es el día que no me duele nada, porque estoy llena de dolores. ¿Lo que más valoro? Tener una habitación propia, agua caliente, comer a mis horas, la ropa limpia, la atención que me prestan… Yo creo en Dios, le estoy muy agradecida a toda la gente que me ha ayudado estos años cuando pedía en la puerta de la iglesia del Carmen; he recibido mucho cariño en la calle. A Dios sólo le pido salud. Se lo pido todas la noches, cuando me encuentro tan mal…”.

José Miguel, de 34 años, tiene sida y, pese a su juventud, ha vivido ya 15 años en prisión. Es de Madrid, pero ha recorrido las prisiones de Zamora, Zaragoza, Almería, Soto del Real, Alcalá Meco y Topas. Aquí lleva sólo tres meses, viene del Centro de Acogida Padre Damián. En tres meses ha engordado once kilos. Llegó con cincuenta. Está muy ilusionado con el curso de carpintería al que asiste todas las mañanas, aunque confiesa que le cuesta madrugar y alguna vez que otra se queda dormido en clase. No importa. “La gente, después de 15 años en la cárcel, te pone el cartel de peligroso y malo…, hasta que me conocen. Sueño con tener una pareja, un trabajo, en fin, una vida normal… Estoy luchando muy duro por mi futuro, me está costando mucho. Pienso en todos los compañeros de prisión que ya han muerto por el sida, las drogas; llevo ya cuatro años sin consumir, ¡creo que lo voy a conseguir…!”.

Y el último testimonio es el de Tomás, que tiene 42 años y, para el que desde el pasado diciembre, esta casa es su nuevo hogar. Le gusta mucho ver la tele, sobre todo los dibujos animados. Y lo tiene muy claro: “Sin fuerza de voluntad no se sale de toda esta mierda”. Cáritas, para Tomás, es sinónimo de gratuidad: “A Cáritas le debo la salud y no vivir en la calle como un perro, tirado. A Dios sólo le pido que dure muchos años…”.

“Después de cinco años al frente de esta gran familia, cuando a diario te ves rodeado de vidas tan frágiles, hay cosas que cambian, sobre todo en tu escala de valores y seguridades. Me sigue asombrando el afán de superación con el que viven todos ellos el presente. ¡No te puedes ni imaginar lo que aquí se aprende!”, confiesa Luis Alberto, al que todos en esta casa llaman, familiarmente, Colli.

rruano@vidanueva.es

En el nº 2.680 de Vida Nueva.

Compartir