“En la calle y algo más”

Monja-en-protesta-aborto(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) En situaciones festivas y reivindicativas; en tragos duros y difíciles; en el pensamiento y la acción; en la reflexión y el magisterio… en todos los lugares te puedes encontrar con un consagrado o consagrada que da razón de su esperanza. La tentación de simplificar las presencias o de encasillar la misión, es una reducción de la consagración.

Un padre sinodal, ante la pregunta “¿cómo ve usted la vida consagrada en África?”, respondía: “Como veo a todo el pueblo de Dios; pastores, consagrados, presbíteros y seglares… Porque la vida consagrada que crea y es pueblo, no puede estar de manera distinta”. Está y es recibiendo y dando luz; creciendo y sufriendo al lado de otros hermanos y hermanas. La misión ya no es tanto lo que vamos a llevar y menos lo que vamos a “imponer”. La misión está en nuestra capacidad para dejarnos compartir e interpelar. Hacer camino con otros, aunque en ese camino experimentemos la soledad de la consagración.

Hay semanas que vienen especialmente cargadas y curiosamente plenas de noticias de vida consagrada. Los consagrados han estado donde tenían que estar, y con quien tenían que estar.

Vamos por partes. Una calle céntrica de Madrid a las 19:30 horas. Una nube de personas, entre las que se distinguen muchos hábitos. Muchísimos. Otras muchas personas van “de calle”. Un conjunto armónico y significativo. Un conductor de autobús se sorprende y pregunta: “¿Qué os ha pasado a los frailes y las monjas? ¿Por qué tantos juntos? La respuesta de los ciudadanos, que son consagrados: “Es que se ha ido Severino María Alonso, cmf, y nos hemos quedado sin padre, amigo, hermano… referente”. El conductor calla y al poco tiempo expresa: “Tenía que ser muy bueno…”. Y es verdad. Como verdad es que estuvo despidién- dolo el Pueblo de Dios: multitud de consagrados, pero también muchos seglares y presbíteros. También se unieron varios pastores por teléfono, mail o carta… Sin que nadie concluya que los consagrados sólo están para las despedidas, quiero reseñar que hace poco nos dejaban Ignacio Iglesias, jesuita, y Antonio Hortelano, redentorista, que dejan un legado rico y generoso a los consagrados que aún caminamos.

Otra calle céntrica de la capital. Viernes por la tarde. La concentración tiene un motivo claro: decir ¡basta ya! Y decirlo con la propia vida pidiendo solidaridad de nuestras personas, casas e instituciones. Una convocatoria contra la pobreza. De nuevo, muchas caras conocidas y rostros que no sólo reivindican la solidaridad esa tarde; su vida es un proyecto de solidaridad. Muchísimos religiosos y religiosas haciendo misión compartida en una manifestación numerosa, pero no tanto como el tema requiere. Esa tarde me reafirmo en que la misión inter gentes es la clave: estar en los foros, líneas y ámbitos donde la justicia evangélica quiere hacerse hueco, estar sin imponer ni coordinar, estar sin dirigir u organizar, estar codo a codo con…

Llega el sábado y ya no es una calle: son muchas. Tampoco unas cuantas caras conocidas. Estaba toda la vida consagrada, reivindicando algo que sabe y cuida: la vida. Y, una vez más, esa reivindicación al lado de otros, al lado de todos, porque la vida es un valor incontestable, sustantivo, signo evidente del misterio de Dios y nada ni nadie puede manejarla a su arbitrio. No hay poder de esta tierra que tenga autoridad sobre el principio y fin de la vida, sólo Dios. Ese saber estar y, sobre todo, saber ser de Dios al lado de los más débiles, es el núcleo de la misión de la vida consagrada. Lo mismo ayer que hoy. Las formas cambian, tienen que cambiar, pero el fondo –la caridad-justicia de Dios– permanece.

Ya no es una calle, ni una sola ciudad. Toda la vida consagrada de España está de fiesta. Nombres como Francisco Coll, Rafael Arnáiz, Damián de Molokai, Mª de la Cruz Jugan o Ciriaco Sancha están escritos en mayúsculas como referentes para todos… Los hijos e hijas, hermanos y hermanas de estos testigos de Dios están escribiendo con minúsculas en los rincones del dolor, el silencio y el trabajo diario, la vitalidad de la consagración…

MIRADA CON LUPA

Aunque parezca una contradicción para la misión de la vida consagrada en el siglo XXI, hay que desapasionarse. Liberarse de pasiones, de creer que todo nos compete y todo nos apremia… Porque cuando trabajamos mucho el todo, llegamos a pensar que todo lo podemos y todo se nos debe. Desapasionarse de ideologías y prejuicios, de posturas maniqueas y juicios fáciles… Palabras y experiencias sustanciales que nos devuelvan lo original… Dios, vida, comunión y ofrenda. Nada menos.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.680 de Vida Nueva.

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