José Luis Celada: “Los obispos deberían ir más al cine”

Periodista y autor de ‘Cine con historia’ (PPC)

José-Luis-Celada(José Lorenzo– Foto: Javier Calbet) Si está leyendo esta página, ya habrá pasado –y a buen seguro recalado– en la que tiene como propia el entrevistado. Desde hace 14 años, José Luis Celada Caminero (Moratinos, Palencia, 1966) es el crítico de cine de Vida Nueva. Son, con la que publica esta semana, exactamente 550 las películas que ha diseccionado (sin contar el final, tentación absurda que no todos sus colegas evitan…) para nuestros lectores. Ahora, con el desgarro inevitable a toda selección, ha reunido 51 de esas críticas en el libro Cine con historia (PPC). En él, con delicadeza de orfebre, ordena esos filmes dejándose llevar por el sentimiento, los contextualiza con el trazo del periodista que es, y los ofrece a la degustación del lector con el celo de un gourmet que rastrea las salas de cine buscando, “sobre todo, una buena historia”.

Como todo lo que verdaderamente merece la pena, aprendió a ver el cine con otros ojos gracias a la pasión. La que le inoculó un profesor de Periodismo en la Autónoma de Barcelona. Dejó de ser un espectador de fin de semana para convertirse en un analista, aunque eso le cueste disfrutar de lo que ha visto una vez que lo ha dejado por escrito. Es la maldición de quienes se acercan a la gran pantalla “con ojos demasiado técnicos”. Y esa perspectiva le permite afirmar que, hoy, el cine sigue siendo un vehículo de entretenimiento –“tal vez por falta de ideas”–, aunque el espectador ya no es “esa masa inerte que sólo quiere que la entretengan dos horas y comer palomi- tas”. “Los directores –asegura– se han dado cuenta de que la gente demanda algo, tiene inquietudes y se interpela por lo que pasa a su alrededor”.

¿También por lo religioso? Hmmm. Medita. “Sí, pero hay un paso intermedio”. Celada no está seguro de que un cine religioso meridianamente “confesante” sea lo adecuado para una sociedad secularizada. “Hay películas que dan sensación de gueto. Por ejemplo, La Pasión, de Mel Gibson, es una obra con muchas pretensiones, pero que se ha utilizado como punta de lanza para evangelizar. Y creo que ése no es el camino”.

Él es más partidario de que el mensaje vaya calando de una manera natural. “Todas las películas que tienen que ver con las relaciones humanas, en el fondo tienen que ver con las relaciones del hombre con Dios. Y cuando eso lo ves bien escrito y armado en el cine, te das cuenta de que te están hablando de tus problemas, sueños e inquietudes, y muchas veces, de tu manera de relacionarte con Dios o con lo que cada uno considera trascendente, porque todos tenemos un afán de trascendencia. Pero el cine religioso actual tiene un determinado sesgo y no veo necesario que se use, en una cultura tan secularizada, como una forma para la evangelización que, además, puede parecer agresiva. No es bueno y acaba generando polémica. Yo soy partidario de un calado lento, sin camuflar, porque no hay que camuflar nada, pero de una manera en la que el espectador pueda interpretar, hacer sus propias lecturas y el esfuerzo de interiorizar y ver lo que de bueno y positivo tiene la religión, porque el espectador es más listo de lo que creemos”.

Desconfianza

De hecho, Celada sostiene que los directores se siguen fijando en la religión como un tema a tratar. “La religión es como la epidermis, te la puedes arrancar, pero se regenera, está ahí, como parte del tejido natural del ser humano”. Aunque también reconoce que el acercamiento no siempre es el adecuado. “Me da pena, porque a veces se la convierte en algo exótico,  aunque, en general, no es por falta de respeto, sino por desconocimiento y falta de cultura”.

Un desconocimiento mutuo, pues las religiones desconfían del cine. “En cuanto arte, tiene dosis de creatividad y libertad que se les escapan. Y la libertad da miedo”. Y se pregunta, por ejemplo, qué hace en este sentido la Iglesia católica. Percibe un interés por abrirse, con iniciativas interesantes. Pero le sorprende no toparse con eclesiásticos en las salas de cine. “Los obispos deberían ir más al cine. Allí descubrirían no sólo que el cine puede contaminar, sino también que el mensaje que transmite la Iglesia está más presente de lo que se piensa, que el mundo no es tan malo y negativo como a veces sugieren, y en definitiva, que no todo está perdido, pues hay personas que quieren y saben hacer las cosas bien”.

En esencia

Una película: Magnolia, de Paul Thomas Anderson.

Un libro: Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

Una canción: Miedo, de Pedro Guerra.

Un deporte: casi todos… como espectador.

Un rincón del mundo: cualquier plaza o calle de Roma.

Un deseo frustrado: escribir una historia propia.

Un recuerdo de infancia: las tardes-noches de invierno al calor de la gloria.

Una aspiración: ser razonablemente feliz.

Una persona: Mónica, mi mujer.

La última alegría: este Cine con historia.

La mayor tristeza: la muerte de mi madre.

Un sueño: que el mundo vaya desterrando tanto egoísmo.

Un regalo: un viaje en buena compañía.

Un valor: dos, la libertad y la fe.

Que me recuerden por… las veces que estuve a la altura, porque eso significará que me habrán perdonado tantas otras en las que decepcioné.

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

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