Enamorados de la Cañada Real y su gente

La Asociación ‘El Fanal’ lleva una década de atención a niños y mujeres en exclusión

Centro-Cañada-Real(Miguel Ángel Malavia– Fotos: Luis Medina) La Cañada Real, en pleno epicentro de la Comunidad de Madrid, es un camino pecuario que atraviesa distintos municipios desde Getafe a Coslada, y en el que viven más de 40.000 personas. Sin embargo, allí ya no queda nada de la trashumancia de ganado propia de la Mesta que se perdió hace ya mucho. Hoy, según las zonas, es un microcosmos poblado por viviendas ilegales construidas al albur de la fragilidad de sus materiales. Entre la marginalidad y la cochambre, se aprecia con nitidez el mercadeo de la droga. A 14 kilómetros de la Puerta del Sol, a tan sólo 14.000 metros del Primer Mundo, se encuentra un submundo paralelo, que sólo aparece en los periódicos  cuando se especula sobre su desalojo o reconversión. Aunque no todo es droga o delincuencia. También hay luz. A través de un fanal. La RAE define la palabra ‘fanal’ como: “Farol grande que se coloca en las torres de los puertos para que su luz sirva de señal nocturna”. Así, pese a que a la mayoría no le queda más remedio que estar allí, hay quienes quieren permanecer en un sitio del que se declaran “enamorados”. Hasta el punto de llevar casi una década de servicio, compromiso y gratuidad. Esa luz es la que desprende la asociación ‘El Fanal’.

Paloma-JoverPaloma Jover y Rosa Gómez llegaron por primera vez a la Cañada Real en 1996. Participaban en una campaña de 60 horas a cargo de la Administración Pública para prevenir enfermedades de piel. Desde entonces, encadenaron dos años y medio de proyectos de todo tipo. Con la gente. Para la gente. Hasta que se acabó la financiación y les dijeron que se cortaban en seco las actividades. Paloma, psicóloga y maestra, recuerda perfectamente aquel momento: “No hizo falta hablarlo mucho. Las dos sabíamos que queríamos seguir, que no podíamos abandonar a los nuestros. Así que decidimos quedarnos, aunque fuera solas”. Fue entonces cuando montaron la asociación –fundada oficialmente en el año 2001– y alquilaron un local abandonado. Con mucho esfuerzo y con contratos públicos, estableciendo contacto con todo tipo de administraciones e instituciones. Todo con tal de llegar al mayor número de gente posible: niños, adolescentes, mujeres… gitanos, marroquíes, rumanos. Sus múltiples iniciativas estaban marcadas por unos ejes muy claros: educación, igualdad de género, salud, trabajo e inclusión social. En definitiva, apuesta por el desarrollo integral de la persona. En un contexto difícil, que parecería contrario a tal fin. “El entorno no es el mejor, pero la gente sí”, recuerdan siempre, a modo de lema y guía.

Una familia

Cañada-Real-2Otro momento duro fue en 2006, cuando perdieron el concurso que permitía su financiación. También siguieron adelante. Para lo cual, contaron con el apoyo de sus propios trabajadores –un total de 14 contratados, para todos los proyectos, además de voluntarios y estudiantes de Trabajo Social o Educación Social– que se ofrecieron a seguir gratis el tiempo que hiciera falta. Moviéndose más, llamando a más puertas, con la colaboración de muchas personas –los propios vecinos, su gente– e instituciones –la Fundación SM, entre otras, participa activamente en el proyecto–, lo volvieron a conseguir. Hoy, ‘El Fanal’ continúa promoviendo diversas actividades de cooperación, por todo Madrid e incluso fuera de España, colaborando en un proyecto educativo en Guatemala sobre promoción y sostenibilidad del medio ambiente.

Cañada-Real-3Pese a todo, su “eje de operaciones” son dos centros que tienen en la Cañada Real –uno en el distrito de Villa de Vallecas, en un local alquilado, y otro entre Rivas y Vicálvaro, que les fue cedido por la Asociación de Vecinos del Sector 4–, estando dirigidos ambos a niños y adolescentes, con el fin de que pasen el menor tiempo posible en la calle. Entre los dos, atienden a 80 chavales, que, al salir de clase, están dos horas acompañados: una para hacer los deberes y la otra para jugar. El de Villa de Vallecas, cercano al vertedero de Valdemingómez, cuenta incluso con su propio campo de fútbol –acondicionadas sus porterías y gradas con materiales de lo más variopinto–. En cuanto al local en sí, éste cuenta con un almacén, dos aulas y una sala de juegos con ordenador incluido.

Cañada-Real-4La idea de los responsables es que el ocio sea también un generador de integración y solidaridad. Así, organizan torneos de fútbol intercultural, jugando juntos gitanos y marroquíes. También, todos a una, ayudan a decorar el local –éste está completamente pintado por los chavales y los trabajadores, con un estilo libre a la imaginación–. De hecho, cuando se mudaron a este sitio hace cuatro años, no faltó nadie a la hora de echar una mano en la mudanza… ni de comerse las pizzas en los momentos de descanso, claro. “Somos una gran familia. ‘El Fanal’ somos todos. Más que un trabajo, supone un sueño cumplido, porque estamos con gente a la que queremos”, se emociona Paloma. Y eso se comprueba en la práctica. Mohamed y Abdul, quienes en su día pasaron por las aulas del centro, al crecer no dudan en integrarse como voluntarios en los campamentos de verano que se organizan. Todo es de todos. Los propios chavales tienen las llaves del campo de fútbol, pudiendo jugar en él cuando quieran. Jugar o rezar. Los musulmanes, cuando llega el tiempo del Ramadán, pese a que la asociación no tiene ningún tipo de carácter religioso, tienen dónde reunirse.

Cañada-Real-5Y junto al ocio, la formación. No sólo para los más pequeños, sino también para sus madres. Un total de 52 mujeres, entre los dos centros, acuden cada día a las aulas. Son gitanas y marroquíes. Unas aprenden a leer y a escribir. Otras aprenden castellano. Todas aprenden a valerse por sí mismas, a ganar espacios de independencia. “Hace cinco años, muchas vendían ajos en el mercado, no saliendo apenas de su casa. Hoy, están igualmente casadas y tienen hijos, pero también conducen su coche y cuentan con su propia agenda de trabajo. El salto es cualitativo, sobre todo en mentalidad, rompiendo una serie de tabúes que les decían que no podían ser ellas mismas”, dice con orgullo Paloma. Quien también recuerda a Emilia, que no sabía leer ni escribir y un día llegó exultante porque había podido leer los nombres de todas las paradas de metro por las que había pasado. Un abrazo y un llanto sellaron ese momento ya inolvidable.

Cañada-Real-6El proyecto ‘Artemisa’, en colaboración con otras asociaciones, supone para ellos “la joya de la corona” de todas sus iniciativas. Por él, 15 mujeres gitanas de entre 20 y 30 años fueron contratadas en decenas de centros como “mediadoras interculturales”. Hoy, siete de ellas siguen trabajando en la propia asociación, mientras estudian para sacarse el Graduado Escolar.

En la Cañada Real hay una gran familia unida sin tener propiamente lazos familiares. En ‘El Fanal’ hay sitio para todos. También para Miriam y si hija de tres años, Janet. Originarias de Sudamérica, hoy viven en el mismo centro. Janet, sin separarse un momento de su gatito, acaba de comenzar el ‘cole’. En cuanto ve la cámara, pide hacerse mil y una fotos. Con su sonrisa pura, dando un abrazo a una Paloma que se desborda de gozo, no hay mejor imagen para resumir la gran obra que se hace en ese descampado rodeado de miseria.

La fuerza de una vocación


Cañada-Real-7Como reconocen en ‘El Fanal’, “nada podría hacerse sin trabajadores, voluntarios y estudiantes en prácticas”. Más de uno viene con beca Erasmus, como la belga Stephanie, quien en su fiesta de despedida lloró “de felicidad”. Para todos ellos, esto es más una vocación que un trabajo. Para el que es necesario, además de la empatía y el cariño, el coraje. Patricia Díaz de Neira, a sus 22 años, lleva dos y medio en en centro de Villa de Vallecas. No han sido pocos los días que ha tenido que llegar ante los drogadictos que se pinchaban frente al mismo patio de juegos y pedirles que se retiraran mientras pasaban los niños. No todos se lo toman bien. Su compromiso –como el de Rocío Díaz y Carlos Díaz, el único chico del grupo– es incuestionable: “Quiero estar aquí. Escogí este sitio porque quería estar con niños en exclusión social. Además, la gente no conoce lo que aquí pasa. Se generaliza y se dice que todo es droga, y no es así. Hay que ponerse en su lugar, porque vivir aquí, pese a lo que se diga, no es fácil. Cuando hace año y medio tiraron muchas casas, los chavales venían llorando y te preguntaban si iban a tirar también la suya. Ha habido momentos muy duros, pero todos sentimos que merece la pena seguir aquí”.

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

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