La pobreza y el medio ambiente, grandes retos para la Iglesia latinoamericana

Lima acogió el Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Pastoral Social-Cáritas organizado por el CELAM

Pastoral-Social-Lima(María Rosa Lorbés– Lima) Tanto en las ciencias sociales cuanto en el sentido común emerge la sensación de que somos protagonistas/víctimas/objetos de profundas modificaciones culturales y de que aún no tenemos claro en qué consisten, qué rumbo tomarán y las consecuencias a medio y corto plazo. Nuestros países están marcados por la incertidumbre, el riesgo y la desesperanza como formas de relación, además de ser naturalizada la desigualdad social”. Así se expresaron los asistentes al Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Pastoral Social-Cáritas, que convocó a 65 personas (obispos, sacerdotes, religiosos y 20 laicos), representantes de 23 países del continente.

El evento tuvo lugar en Lima (Perú), del 14 al 17 de septiembre, y estuvo presidido por el cardenal Julio Terrazas, arzobispo de Santa Cruz (Bolivia), como presidente del Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Asistieron también otras personalidades eclesiásticas, como el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, o los obispos Álvaro Ramazzini (Guatemala), Luiz Demétrio Valentini (Brasil), Juan Luis Ysern (Chile) y Fernando Bargalló (Argentina).

Aparecida y la Misión

“Reflexionar a la luz de Aparecida sobre la visión y misión de la Pastoral Social-Cáritas en el continente, para responder, desde nuestro ser Iglesia, a los desafíos del actual cambio de época, en el contexto de la Misión Continental”. Éste fue el objetivo del encuentro, cuya Memoria refleja que las referencias al Documento de Aparecida, sobre todo, y a la encíclica Caritas in veritate, marcaron la tónica del mismo, y que se manifestó, pese a explicables matices diferentes, en un gran consenso sobre los temas de fondo.

Con el método Ver-Juzgar-Actuar, los participantes analizaron a la luz de la fe la realidad latinoamericana en los aspectos cultural, político y económico y, a modo de conclusión, en la primera parte, se concentraron en dos grandes desafíos actuales: los conflictos medio-ambientales y los cambiantes rostros de la pobreza.

Sobre el primero de ellos, se constató que hoy “los grandes proyectos de empresas transnacionales buscan usar desmedidamente los bienes naturales” de América Latina: agua, bosques, minerales y metales. “Estas actividades –se lamentaron los participantes– están destruyendo gravemente el medio ambiente en connivencia con grupos locales interesados en enriquecerse y con la actitud en la gran mayoría de los casos de Estados débiles e inoperantes en la protección de los bienes naturales de su propio país”. Apoyadas en planes que fomentan las exportaciones de materias primas, tales actividades se justifican con “la falacia” de que contribuyen al desarrollo y al progreso. Pero “la realidad es otra”, la del empobrecimiento que empuja a cientos de miles de personas a emigrar hacia los Estados Unidos, Canadá y Europa.

Frente a esta situación, la asamblea afirmó sin ambages que “no puede haber otra opción que la de Aparecida: opción preferencial por los pobres, que atraviese todas las estructuras pastorales de la Iglesia y que comporte un decidido compromiso a favor del cuidado del ambiente como casa común, aunque esto signifique correr el peligro de muerte”.

En cuanto al grave problema de la pobreza y la desigualdad en América Latina, se acordaron tres líneas de acción: la específica de la Iglesia junto a los pobres, para que asuman su situación y se sientan amados por la Iglesia; la de incidencia sobre las esferas políticas, es decir, la Iglesia como “abogada de los pueblos” y “defensora de los pobres”, asumiendo la causa de la justicia social; y la acción junto a la ciudadanía, organizándola e incentivándola a participar de manera consciente en la vida económica, social, política y cultural en beneficio del Bien Común, sobre todo de los más necesitados.

Finalmente, y en relación al Documento de Aparecida como fundamento del juicio sobre la realidad, se enfatizó el carácter cristológico de la opción por los pobres y la importancia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), como comunidades consecuentes con la práctica histórica de Jesús de Nazaret. En el aspecto eclesiológico, se abogó por una Iglesia en la perspectiva del Concilio, en la tradición del Magisterio latinoamericano, al servicio de una vida plena y desde los pobres, no desde el poder (cf. DA, 139). Y se convino en que la Iglesia en Aparecida se
entiende a sí misma: a partir de la realidad concreta, cuyo contenido imprime a la Iglesia un rostro y una identidad propia (cf. DA, 100h); y subordinada a la persona de Jesús, contra todo eclesiocentrismo, y en función del Reino.

En el nº 2.676 de Vida Nueva.

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