Emérito Merino: “Tierra Santa sin cristianos sería un museo”

Franciscano, Comisario de Tierra Santa

 

Emérito-Merino(Miguel Ángel Malavia– Fotos: Luis Medina) Al igual que los musulmanes tienen la obligación de peregrinar al menos una vez en la vida a La Meca, en todos los cristianos debería cristalizar el anhelo de pisar la tierra que es raíz y esencia de su fe: Tierra Santa. “No sólo por el bien espiritual propio, sino también por apoyar a la comunidad cristiana allí presente. Es absolutamente necesario que les ayudemos visitándolos”. Así se expresa Emérito Merino Abad, sacerdote franciscano nacido en Quintanaluengos (Palencia), en 1943.

Comisario de Tierra Santa desde hace nueve años –organiza peregrinaciones desde hace 20, habiendo cumplido este verano su número 100–, hace un llamamiento claro y directo, buscando horadar la conciencia: “En un siglo, los cristianos en la tierra de Jesús han pasado de ser el 25% de la población a sólo un 2%. Existe el riesgo real de que desaparezcan los cristianos en Tierra Santa… y eso sería un drama, pues Tierra Santa sin cristianos sería un museo”.

El P. Emérito tiene muy claros los dos “amores” que han marcado su sacerdocio, cuyo camino inició cuando, de pequeño, siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, ingresó en el seminario franciscano: la pastoral parroquial, que ha ejercido durante 30 años en distintas comunidades de toda España, “con el pueblo, compartiendo el día a día y los problemas de la gente”; y Tierra Santa, adonde viajó por primera vez con 27 años, marcando para siempre su experiencia de fe. “La pastoral de la peregrinación tiene una importancia evidente. Y cuando es en los Santos Lugares, el atractivo es especial, por lo que supone llegar hasta las raíces más profundas de la fe”, comenta.

Para él, éste es un momento idóneo para peregrinar al corazón de Oriente Próximo: “Las visitas se han potenciado por dos razones. La primera, por el reciente viaje de Benedicto XVI, quien con su testimonio dio confianza a los fieles. Y, la segunda, porque la presente etapa es de paz externa. Las relaciones entre palestinos e israelíes siguen igual de tensas, pero ahora hay una relativa tranquilidad. Además, al peregrino, unos y otros le deparan un buen ambiente de acogida”. Y eso que de violencia en la tierra que debería equivaler a paz sabe mucho… Un día de septiembre del año 2000, meses después del esperanzador viaje de Juan Pablo II por el Jubileo, se encontraba con un grupo en el Muro de las Lamentaciones. De repente, estalló la chispa. El que iba a ser primer ministro de Israel, Ariel Sharon, había entrado con un retén de soldados en la Explanada de las Mezquitas. Era la Segunda Intifada. Desde entonces hasta febrero de 2005, cuando acabó el conflicto, apenas hubo peregrinos. La cuna, el sepulcro y la losa movida por la luz de la vida de Dios, se quedaron vacías de visitantes. Allí sólo volaban bombas y piedras.

Escandaloso

Aparte de la guerra latente, él lamenta otro conflicto más o menos soterrado en el propio epicentro del cristianismo, entre los propios hermanos: el Santo Sepulcro, la cruz y la tumba sobre el Calvario. “Cada vez que voy allí con un grupo, les digo que ése es el lugar más santo de la Creación. Pero luego añado que también es el que más les puede escandalizar. Se trata de un santuario dividido entre seis confesiones cristianas y regido por un statu quo rígido hasta el extremo. Todo está partido por espacios y horas, y si un día no haces algo con exactitud, pierdes el derecho a volver a hacerlo. Cada rito se mira con lupa, con tensión. Es muy triste”, se lamenta.

Pese a todo, el P. Emérito encuentra esperanza. En parte, por la presencia allí de la Custodia Franciscana: “Llegamos hace casi ocho siglos, a una tierra arrasada. Muchos santuarios eran casi cuadras de camellos. Con paciencia, levantamos templos, creamos comunidades, hicimos colegios y enseñamos a trabajar a los cristianos –en su mayoría, palestinos– en la industria de los objetos religiosos, de la que viven hoy. En definitiva, el hábito franciscano forma parte de la geografía de Tierra Santa”.

En esencia

Emérito-Merino-2Una película: Clara y Francisco.

Un libro: Jerusalén, mi ciudad, del cardenal Martini.

Una canción: Paz y bien, de la Coral Génesis.

Un rincón del mundo: el huerto de Getsemaní.

Una aspiración: crear ambientes fraternos.

Una persona: san Francisco de Asís.

La última alegría: este verano he realizado mi peregrinación número 100, acompañado del grupo de matrimonios de mi parroquia.

La mayor tristeza: cuando alguien me dice “no creo”.

Un sueño: la paz en Tierra Santa.

Un valor: saber dar razón de mi fe.

Que me recuerden por: ser un buen amigo.

En el nº 2.676 de Vida Nueva.

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