(José Lorenzo) Un año después del histórico crack de la economía mundial que destapó las perversiones de un sistema global injusto, algunas de las principales economías mundiales (Estados Unidos, Francia o Alemania) parecen atisbar una débil luz al final del túnel. Pero también, justo un año después, se evidencia que las principales víctimas de esta recesión mundial son, como siempre, los más pobres e indefensos, y que para ellos todavía no ha terminado su particular calvario. Es más, la situación actual –las previsiones no son halagüeñas– dan la razón en una cosa al comunicado final de la Cumbre del G-20 de Londres de la pasada primavera: la crisis “tiene un impacto desproporcionado en la vulnerabilidad de los países pobres”.
A la espera de que el próximo mes de octubre se publique el informe mundial sobre el hambre en el mundo, ya se ha filtrado un dato sobrecogedor: por primera vez en la historia, el número de pobres en el mundo supera los mil millones de personas (1.020r concretamente), un triste récord que echa por tierra algunas mejoras conseguidas en la lucha contra esta lacra en los últimos años y, desde luego, desbarata la consecución de los Objetivos del Milenio, de los que, por cierto, hoy nadie quiere acordarse, como si se tratase de un mal sueño.
La causa del repunte de estos indicadores es obvia: la crisis económica y financiera mundial, que a la par que ha hundido los mercados, ha empujado a 100 millones de personas a la pobreza y al hambre. “Esta crisis silenciosa del hambre –que afecta a uno de cada seis seres humanos– supone un serio riesgo para la paz y la seguridad mundiales”, asegura Jacques Diouf, secretario general de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). “Necesitamos crear con urgencia un amplio consenso para la erradicación rápida y completa del hambre en el mundo y para dar los pasos necesarios”, clama este alto ejecutivo, para quien, además, “la situación actual de inseguridad alimentaria mundial no nos puede dejar indiferentes”.
G-20: promesas incumplidas
Pero, desgraciadamente, no son éstas las prioridades de la comunidad internacional. Con la que se va a celebrar en Pittsburgh (Estados Unidos) el 24 y 25 de septiembre, el G-20 (es decir, los 20 países más desarrollados y las nuevas economías emergentes del mundo) habrán celebrado tres cumbres para afrontar los graves desa- fíos de esta crisis mundial. Sin embargo, de ellas, los países pobres tan sólo han conseguido buenas palabras y propósitos, así como promesas incumplidas. “Éste es el día en que el mundo se unió para luchar conjuntamente contra la recesión global”, afirmó de manera grandilocuente Gordon Brown, el primer ministro británico, al término de la Cumbre de Londres. Entre las medidas concretas que invitaban al optimismo estaba el compromiso de destinar un billón de dólares (unos 743.000 millones de euros) a los organismos financieros internacionales (FMI y Banco Mundial) para ayudar a los países con problemas. Finalmente, de esa partida tan sólo un 5% irá a los países más pobres, según denuncian las ONG, que se quejan con amargura de que esa ayuda es 360 veces menor que los 18 billones de euros que los países desarrollados destinaron a salvar a sus bancos de la quiebra.
Amargo también es el lamento de la directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Josette Sheeran, quien se encuentra con que no le alcanzan los fondos económicos para hacer frente al aumento de las personas que pasan hambre en el mundo. “El presupuesto del PMA para alimentar este año a 108 millones de personas en 74 países es de 6,7 mil millones de dólares. Pero hoy, tan sólo contamos con 2,6 mil millones. Los donantes han sido extremadamente generosos, pero la realidad es que el coste de los alimentos sigue siendo elevado, las necesidades han aumentado y ello requiere que el mundo actúe de manera eficaz”.
“Si el nivel de fondos se mantiene como está actualmente –abunda Sheeran–, a partir de octubre tendremos que reducir nuestro apoyo en todo el mundo, incluyendo reducir a la mitad la cantidad que estamos apoyando en Kenia. Estaremos llegando a una quinta parte de los que hemos estado asistiendo por el impacto de los precios de los alimentos en Bangladesh. En Somalia, tendremos que reducir las raciones a la mitad. En todo el mundo hay muchos más ejemplos como estos…”.
De ahí que reitere, a través de un llamamiento efectuado en Londres el pasado día 16, la necesidad urgente de conseguir tres mil millones de dólares adicionales para atender esas necesidades básicas, una cantidad que, remarca, representa menos del 0,01% de lo que los países desarrollados proporcionaron a sus sistemas financieros para tratar de estabilizarlos tras las alegrías e irresponsabilidades cometidas por sus directivos. “Creemos que esto es fundamental para la paz mundial y la estabilidad”, afirma, y demanda que los países desarrollados, algunos de los cuales vislumbran inequívocos “brotes verdes” en sus economías, no olviden “a aquellos a quienes la crisis financiera golpeó con más dureza, a los más necesitados. Hoy más que nunca, tanto en los Estados Unidos como en gran parte de Europa, más y más personas dependen ahora de las redes de seguridad de sus gobiernos para obtener alimentación y apoyo. Pero, para alrededor del 80 % de la población mundial, no existen las redes de seguridad social”.
Compartir la miseria
Los más afectados por el impacto de la crisis mundial están siendo los pequeños campesinos en los países en vías de desarrollo, junto a los pobres que habitan en las ciudades. Los primeros necesitan que no se corte el flujo inversor para impulsar la producción agrícola y su productividad. En palabras de Jacques Diouf, “es necesario incrementar la inversión en agricultura, ya que en la mayoría de los países pobres, un sector agrícola saludable es clave para vencer el hambre y la pobreza, y un requisito previo para el crecimiento económico”.
En cuanto a los segundos, se estima que incluso tendrán más dificultades para hacer frente a la situación. El descenso de las exportaciones, junto con la reducción de la inversión extranjera en buena parte de las economías mundiales, causará un inevitable aumento del desempleo urbano. Y esto tendrá también su impacto en las zonas rurales, pues millones de los parados que habrá en las ciudades se verán obligados a retornar al campo, con lo que los pobres de esas zonas tendrán que compartir su miseria…
Las estimaciones económicas certifican estas malas previsiones para los países más pobres. Así, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), las inversiones extranjeras en esos lugares se reducirán este 2009 un 32%. El comercio mundial se contraerá entre un 5 y un 9%. Las remesas que los migrantes enviaban a sus países de origen, y que constituían una fuente muy importante para el crecimiento económico de esas naciones, disminuirán también entre un 5 y un 8% este año, según el Banco Mundial. Y se verá mermada la solidaridad internacional a través de los fondos de la Ayuda Oficial al Desarrollo. Para este año, el FMI estima que estos fondos oficiales se reducirán en un 25% para los 71 países más pobres del mundo.
Pendientes de Pittsburgh
Ante esta dramática situación, los países en vías de desarrollo y las organizaciones no gubernamentales esperan que la Asamblea General de las Naciones Unidas que se celebra estos días, así como la Cumbre del G-20 de Pittsburgh, se conviertan en una oportunidad ideal para que los líderes mundiales coloquen de una manera clara el problema del hambre como una de las cuestio- nes a debatir, más allá del tema de los paraísos fiscales o los escandalosos incentivos que siguen cobrando con total desfachatez los ejecutivos de las grandes corporaciones bancarias. No se entendería que se volviese a pasar de puntillas sobre una cuestión que compromete no sólo la paz mundial (recuérdense los disturbios ocasionados por el alza del precio de los cereales en los últimos dos años), y mucho menos que los líderes mundiales, ante la escasa implantación de las medidas adoptadas en las cumbres de Washington y Londres para la reforma financiera, volviesen la mirada atrás, echando mano de un proteccionismo trasnochado, signo indudable, a pesar de las buenas palabras, de que la situación sigue siendo de “sálvese quien pueda”.
Como ha dejado escrito Benedicto XVI en la reciente –y poco difundida– encíclica Caritas in veritate: “Es importante destacar (…) que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales. Apoyando a los países económicamente pobres mediante planes de financiación inspirados en la solidaridad, con el fin de que ellos mismos puedan satisfacer las necesidades de bienes de consumo y desarrollo de los propios ciudadanos, no sólo se puede producir un verdadero crecimiento económico, sino que se puede contribuir también a sostener la capacidad productiva de los países ricos, que corre peligro de quedar comprometida por la crisis”.
RECORTE DE ALIMENTOS A PARTIR DE OCTUBRE
La FAO, en virtud de las últimas estimaciones que ha hecho, considera que si la tendencia en la lucha contra el hambre en los diez últimos años era “desalentadora”, el repunte en el número de personas que la padecen en 2009 “pone de relieve la urgencia de encarar sus causas profundas con rapidez y eficacia”.
Este repunte, como la dichosa crisis, es también un fenómeno mundial (ver gráfico). A la vista de las estadísticas, resulta que el mayor incremento porcentual en el número de personas que padecen hambre se ha dado en los países desarrollados (15,4%). También importante ha sido en los países de Oriente Medio y en los del norte de África. En la parte subsahariana del continente se dan los datos más altos (32%) de prevalencia de la subnutrición en relación con la población. En el caso de América Latina y el Caribe, la única región en la que había habido señales de mejoría en los últimos años, se ha producido ahora un importante aumento (12,8%), al igual que en la zona de Asia y el Pacífico (10,5%), la que concentra el mayor número de habitantes del planeta y, también, de personas que sufren el hambre (642 millones).
En el caso de América Latina, la FAO considera que la situación es alarmante. “Más de nueve millones de niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica y 22,3 millones se ven afectados por las deficiencias de micronutrientes (conocidas también como el hambre oculta), en especial por la anemia”.
Y la situación puede empeorar a partir de octubre, pues el Programa Mundial de Alimentos estima que el suministro de víveres se puede interrumpir en alguna zonas dado que tan sólo ha conseguido un tercio de la financiación que necesita para alimentar a lo largo de este 2009 a 108 millones de personas en todo el mundo. Así, por ejemplo, en Guatemala, 100.000 niños y 50.000 mujeres embarazadas y lactantes pueden quedarse sin la alimentación que les proporcionaba el PMA. En Kenia, cuatro millones de personas empujadas a pasar hambre debido a la sequía y al incremento del precio de los alimentos pueden verse obligadas a reducir sus raciones de comida a partir del próximo mes. En Bangladesh tampoco les espera un futuro mejor al casi millón de personas a los que, hasta ahora, se les facilitaba ayuda para dar los alimentos necesarios para sus familias.
En el nº 2.676 de Vida Nueva.