Agostino Marchetto: “El primer derecho debe ser no verse forzado a emigrar”

Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

Marchetto(Texto y fotos: Darío Menor) El Pontificio Consejo  para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes es uno de los dicasterios de la Santa Sede que con mayor asiduidad aparece en la primera línea de la actualidad. Denuncia sin miedo los abusos sufridos por los inmigrantes y defiende sus derechos, lo que le ha granjeado la antipatía de los partidos políticos más xenófobos. Su secretario, el arzobispo titular de Écija, Agostino Marchetto, se ha convertido en una de las voces europeas que con más insistencia y autoridad despierta la conciencia de ciudadanos y gobiernos sobre el drama de la inmigración. Su última intervención pública hace pocas semanas, tras la muerte de 73 irregulares africanos que intentaban llegar desde Libia hasta Italia, le ha valido que un miembro de la Liga Norte, socio del Gobierno de Silvio Berlusconi, le llamase primero “catocomunista” y luego “comunista” a secas.

¿Se ha sentido ultrajado por estas acusaciones?

Marchetto-2Si la Doctrina Social de la Iglesia es comunista, yo acepto ser comunista, en el sentido de los Hechos de los Apóstoles. Pero no creo que nosotros, representando esta posición en el campo de las migraciones, seamos comunistas. El problema es que la gente no conoce dicha doctrina. Muchos que se dicen católicos tampoco le hacen caso, lo que es algo sorprendente. Después de tantos años de magisterio de Juan Pablo II en los que decía que la Doctrina Social de la Iglesia es una realidad de teología moral y ética, no sé cómo la gente dice que es católica y no se inspira en ella. Nuestra actitud, además, defiende el bien común y la dignidad de las personas, no sirve en ningún momento a intereses políticos de ningún partido, gobierno u oposición.

¿Hay riesgo de que se radicalicen los partidos políticos en Europa al estilo de la Liga Norte, que hacen de la inmigración un campo de batalla político?

El riesgo siempre existe, y hay partidos en Europa con una actitud parecida. Hay un legítimo deseo de seguridad entre los ciudadanos. Pienso que constituye una de las primeras obligaciones de los Estados: deben hacer que la gente se sienta segura. Por otro lado, debe haber consideración de que existe una necesidad de la presencia migratoria; se trata de una realidad estructural en el mundo de hoy.

¿Por qué algunos países como Italia están teniendo tantos problemas para aceptar a los inmigrantes?

Hay una falta de memoria histórica. Se han olvidado las experiencias nacionales. Deberíamos aprender de los sufrimientos de las generaciones anteriores. Creo además, que Italia, como España, ha tenido un fuerte aumento en el porcentaje de población extranjera en los últimos años. La crisis económica también es otro elemento que ha influido, así como el mal comportamiento de una minoría de los inmigrantes. En estos casos, la prensa tiene un papel fundamental: dificulta la integración si da demasiado relieve a estos casos y no cuenta los millones de historias buenas.

Recientemente han muerto 73 inmigrantes eritreos que intentaban llegar a Italia desde las costas libias. ¿Cree que si la Unión Europea tuviese más competencias en inmigración se podrían evitar casos así?

Los problemas de la inmigración no se pueden solucionar con el compromiso de un solo país. Hace falta una colaboración entre las naciones de salida, las de tránsito y las de llegada. Hasta ahora, la cuestión migratoria en Europa ha sido dejada a los Estados, con excepción de los refugiados. Espero, eso sí, que una nueva política común no signifique una disminución en el nivel de atención a los inmigrantes. Se debe, además, llevar a cabo un compromiso con los refugiados, con los perseguidos y con los que tienen derecho a asilo para que no ocurra como ahora, que en muchas ocasiones se viola su derecho a pedir ser acogidos. Hay que respetar este principio humanitario básico. También se debe mejorar la situación de los países pobres. Muchos inmigrantes vienen porque no pueden realizar su propia vida en sus países de origen. El primer derecho debe ser no verse forzado a emigrar. Es denunciable que muchos de los países que dicen que se debe favorecer el desarrollo local de estos países luego no tienen actitudes consecuentes, ya que el porcentaje del PIB dedicado a ayuda al desarrollo es del todo insuficiente.

¿Cuál es su diagnóstico respecto a la situación de los inmigrantes en Europa?

Marchetto-3La situación es bastante negativa, especialmente si pienso en los millones de irregulares y que en algún país se pide incluso a los médicos que los denuncien. Afortunadamente, de la Unión Europea también llegan algunas buenas noticias. El Parlamento Europeo ha advertido de la importancia de la reagrupación familiar y sobre las consecuencias de la fuga de cerebros en el sector sanitario y educativo. Afirma, además, el principio de igualdad en el tratamiento a los inmigrantes regulares y a los ciudadanos europeos, reconociendo que aquéllos tienen una base de derechos socioeconómicos. Los eurodiputados, además, han invitado a los Estados miembros a que ratifiquen la Convención de Naciones Unidas sobre la tutela de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares.

Con las ayudas económicas surge el problema de la corrupción de los mandatarios locales. Cuando se intenta construir infraestructuras o fábricas impulsadas por los países ricos en naciones pobres aparece siempre la denuncia por neocolonialismo. Y en las ocasiones en que se forma en Occidente a las élites intelectuales del Sur, se dice que hay fuga de cerebros. Cada una de las opciones tiene su crítica inmediata. ¿Qué es lo que se debe hacer entonces?

Acaba de tocar todas las cuestiones que surgen al analizar este tema. Creo que si vamos a hacer una inversión en formación, y no sólo me refiero a educación, valdrá para todos. Es decir, favorecerá un desarrollo autónomo, el cual no puede ser impuesto. La corrupción, como dice, es un problema a considerar. La cuestión de fondo es la necesidad de que surja un nuevo orden económico mundial. Un ejemplo de ello es el G-20, en el que se intenta que no sólo cuenten los países ricos. El impulso del comercio internacional, al igual que el fin de las ayudas a la agricultura en los países ricos, constituyen una cuestión fundamental. De todas formas, la lista de elementos a cambiar para propiciar el desarrollo sería muy larga. Para el Pontificio Consejo, los foros sobre desarrollo y migración que se celebran anualmente son una tentativa de hacer comprender que hay una relación clara entre estos elementos. Para quien sólo tiene en cuenta las cuestiones financieras es una oportunidad para que vea cómo la realidad económica está relacionada con la inmigración.

Respeto

¿Qué cree que se debe hacer para aumentar el respeto a los derechos de los inmigrantes?

Marchetto-4El respeto al prójimo, especialmente si es extranjero, depende, sobre todo, de la convicción que tengamos acerca de su dignidad. Ésta puede venir de una razón laica, como la fraternidad, la igualdad y la libertad, proclamada y no siempre cumplida por la Revolución Francesa. También puede tener origen en su versión liberal estadounidense. Tras pasar por diversas tragedias, en el siglo pasado se llegó a la Declaración de los Derechos del Hombre. Con ella, al menos, se han establecido unos principios de referencia, influenciados por el drama de la última gran guerra. Pienso que ahora sería difícil llegar a un acuerdo tal. Hablo desde un punto de vista laico, pero no olvido cuanto de ello influye al humanismo integral cristiano. En cualquier caso, para el creyente no hay duda de que la motivación por el respeto crece si se piensa que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Igual ocurre si se cree que el prójimo es nuestro hermano en la fe, que Jesucristo, al final de nuestros días, nos juzgará basándose en la caridad. Esto va más allá del respeto, porque alcanza al amor del prójimo, del extranjero. En él está presente Cristo.

¿Qué es más difícil para integrarse en un nuevo país: tener una cultura o una religión diferente?

Antes de responderle le digo que la integración no significa asimilación. Es decir, debemos pedirle al inmigrante, como anima nuestro Pontificio Consejo, que se una y ame el país de acogida hasta para defenderlo al tiempo que continúa con su propia identidad cultural y religiosa. Hablo a la vez de cultura y religión porque esta última es también un elemento cultural. Hay necesidad, por tanto, de diálogo intercultural y también interreligioso. La integración no tiene que ver sólo con una de las partes que dialoga. Además, no me siento inclinado hacia el multiculturalismo ya que, al final, lleva a crecimientos separados, al gueto o al apartheid cultural. Digo esto siendo consciente de las dificultades de la integración pero, al mismo tiempo, es ésa la gran propedéutica para la convivencia mundial, para la realización de la paz entre los pueblos que deben formar una sola familia, la de la humanidad entera. La Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi, confirmada por el papa Juan Pablo II, atestigua que las migraciones no son sólo un problema, sino también una señal de estos tiempos, una ocasión de nueva humanidad porque nos sitúa cerca de los que estaban lejos y nos hace ver la ayuda que nos dan mientras nosotros les socorremos. Creo que trabajar juntos, estar en la misma casa como cuidadores, es una gran ocasión de paz.

¿Qué puede hacer la Iglesia para ayudar a la integración de los inmigrantes?

La Iglesia, comprometida con los inmigrantes, es factor de integración. Pensemos, por poner un ejemplo, en la Exsul familia de Pío XII y al movimiento pastoral que ha confirmado. Me refiero al papel que las instituciones eclesiales desempeñan en la acogida y la primera asistencia, por ejemplo con Cáritas y otras generosas y eficaces organizaciones de caridad. Después viene, como decía Juan Pablo II, el acompañamiento al inmigrante en la cultura del país de acogida. En este contexto, podemos ver la función de la pastoral específica de la movilidad humana. Por primera vez en los documentos eclesiales, nuestra instrucción La caridad de Cristo hacia los inmigrantes hace una categorización dando orientaciones para la pastoral de cualquier grupo, sean católicos de rito latino, de las Iglesias orientales católicas, cristianos de otras Iglesias o creyentes de otras religiones, con especial atención a los musulmanes. También con los fieles del islam hay que tener una pastoral, que debe ser vista como una ayuda respetuosa a que conserven su apertura hacia lo trascendente en una sociedad, como la nuestra, que está cada vez más secularizada y lejana a Dios.

¿Por qué Europa se muestra cada vez más agresiva con los inmigrantes?

Creo que, sobre todo, es una cuestión de número, de porcentaje de presencia no autóctona en un determinado territorio. Cuanto más crece el número de inmigrantes, más aumenta también la sensación entre algunas personas de vivir una cierta invasión, casi un ahogamiento, de tener menos libertad y de ser menos dueño del propio espacio. Luego está, además, la cuestión de la competencia por el trabajo, por la vivienda. Hay que tener también en cuenta que algunos partidos políticos explotan estos sentimientos y miedos por intereses electorales. La agresividad tiene, pues, una vasta base. La familia es uno de los pilares de la integración. No obstante, cada vez es más difícil el reagrupamiento familiar de los inmigrantes…

Marchetto-5Además de facilitar la integración, la familia impulsa una convivencia más pacífica. Por ello, no entiendo por qué se hacen políticas que obstaculizan la reagrupación esgrimiendo motivos de seguridad. Éste es uno de los puntos en los que la Iglesia es más sensible. Las familias separadas, divididas por la inmigración, se disuelven más fácilmente y todos entendemos lo que esto significa para sus miembros, especialmente para los hijos.

Los jóvenes

Otro de los pilares de la integración son los jóvenes. ¿Cómo se puede trabajar con ellos para que se sientan más cómodos en las sociedades de los respectivos países de acogida?

Los jóvenes constituyen una opción pastoral prioritaria, pero no deben ser una prioridad sólo para la Iglesia. También el Estado ha de dedicarles atención: son nuestra esperanza, también en lo referente a la integración. Según estimaciones oficiales, un tercio de los emigrantes mundiales tiene una edad media comprendida entre los 15 y los 25 años. A éstos hay que sumar los hijos de los emigrantes de primera generación. Es, por lo tanto, un mundo juvenil muy grande el que afronta el desafío de la integración. Lo hace con problemas particulares y necesidades específicas, en las que hay espacio para la contribución de la Iglesia motivada de valores cristianos. Para trabajar con los jóvenes inmigrantes de segunda generación y pertenecientes a minorías étnicas hay que tener en cuenta, primero, que se trata de un grupo amenazado por la marginación y con un doble sentido de pertenencia. Además de respuestas espirituales, las instituciones religiosas han ofrecido habitualmente a los trabajadores migratorios y a sus familias ayudas materiales y recursos sociales, impulsando así la promoción de redes sociales basadas en la doble pertenencia confesional y étnica. El papel de la Iglesia es relevante en una doble perspectiva: salvaguarda la identidad cultual y favorece la integración en un nuevo contexto. Estos dos aspectos no se oponen, sino que se cruzan: muchos jóvenes inmigrantes se convierten en ciudadanos de una nueva patria que les brinda una vida mejor gracias precisamente a los recursos que la adhesión religiosa les ha dado.

En varias intervenciones usted habla de “nuevos modelos” de integración. ¿A qué se refiere?

Sobre todo, a que no se debe pensar en el modelo de la asimilación o en el multicultural. Le digo lo que conté respecto a este asunto en un reciente discurso centrado en la adolescencia de menores migrantes. Una política sabia modula su intervención sobre la acogida de los adolescentes aceptándolos como son. La escuela y las asociaciones juveniles deben favorecer su maduración humana protegiendo su cultura de origen. El adolescente será un buen ciudadano europeo cuando se le favorezca el desarrollo de su personalidad. Por tanto, hay que apoyar su participación en la escuela de todos y para todos, que valore los recursos personales con misericordia. Uno de los grandes padres de la utopía pedagógica, Jean-Jacques Rousseau, ya denuncia que la ignorancia hacia las culturas diferentes es una de las razones de posibles conflictos. Por tanto, la política europea tiene que convertirse en apetecible para los inmigrantes, debe ser sostenible. Una política para las familias de trabajadores migratorios tiene que ofrecer, más que pedir. En esta perspectiva, la Iglesia no reivindica el puesto del Estado, que es insustituible, sino que pide una sana colaboración con la comunidad política. Así se ofrecerá un servicio al hombre y a la juventud, a la “generación del sufrimiento”, que es como se llama habitualmente a la segunda generación de inmigrantes.

Iglesia de acogida

¿La universalidad de la Iglesia puede servir de modelo para la integración?

La Iglesia católica, también para quien no cree, es una institución local y, al mismo tiempo, universal. Para el fiel existe una Iglesia particular de la que es miembro y al mismo tiempo forma parte de la Iglesia universal. Gracias a la profética intuición de Pío XII, el inmigrante se convierte en miembro de la Iglesia de acogida, de la que es responsable el obispo. Está previsto un proceso de integración con la puesta en práctica de una obra pastoral específica sobre la movilidad humana. La Iglesia de origen debería, por tanto, ayudar en este proceso de integración en la Iglesia local, durante la primera y segunda generación de inmigrantes, con la presencia de agentes pastorales de la misma lengua, cultura y hasta religiosidad popular del recién llegado. Estos agentes deben ser un puente entre el inmigrante y la sociedad de acogida, además de con la Iglesia local. Se trata, al final, de una presencia de la Iglesia en el territorio, expresada por la Iglesia de proveniencia. El modelo a seguir es, por tanto, el de la progresión, un gradual proceso de integración que debe seguir, en mi opinión, también el Estado.

dmenor@vidanueva.es

En el nº 2.674 de Vida Nueva.

Compartir