“Caricia de Dios para los débiles en una sociedad de fuertes”

Discapacitados-en-un-taller(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Hacer voto es la obligación que, libremente, uno asume para con Dios. Y hacer voto de hospitalidad, alude, además, a estar disponible para la acogida, la aceptación y el reconocimiento de la persona, esté donde esté y esté como esté.

He podido compartir con un grupo de Hermanos de san Juan de Dios durante unos días de reflexión. Unos días intensos de oración donde no se pide a Dios por el enfermo, se ora desde el enfermo, se conoce a cada enfermo… porque se vive con el enfermo. El encuentro espiritual con una familia religiosa te regala el don que supone su fundación para toda la Iglesia.

La Orden Hospitalaria, como orden laical fundada por san Juan de Dios en Granada en el s. XVI, sigue siendo una provocadora novedad en nuestro tercer milenio. La hospitalidad es la mejor manera de expresar, con pocas palabras, las bienaventuranzas. Aquellos marginados que llevaron a desvivirse a Juan de Dios, siguen estando ahora… Han cambiado de nombre los tipos de pobreza, no sus consecuencias. Hoy san Juan de Dios sigue urgiendo que alguien viva la hospitalidad con el campo de la psiquiatría crónica, los enfermos crónicos y terminales, los ancianos, las personas con adicciones, los transeúntes e inmigrantes sin hogar, sin derechos legales, los discapacitados físicos y psíquicos, los portadores de VIH y enfermos de sida y las personas que se prostituyen como medio de subsistencia.

Estos hermanos que han realizado sus ejercicios espirituales no son aquéllos que la sociología llama jóvenes, pero escuchándolos, uno descubre que tienen destrezas de joven, capacidades de joven y, sobre todo, la esperanza de los jóvenes. Miran al futuro sin miedo, porque saben que está escrito en un presente fecundo, en el trabajo diario y en el servicio callado.

Algunos han visto cambiar mucho los centros que atienden. Han mejorado mucho las instalaciones y se han abierto a una riqueza carismática, antes insospechada: una red impresionante de misión compartida con creyentes que además son médicos, sanitarios, terapeutas, animadores, gerentes… La hospitalidad tiene abiertos muchos frentes y urgencias y la Orden ha hecho una lectura inteligente del momento: los centros de san Juan de Dios siempre serán un anuncio explícito de la gratuidad y cercanía de Dios… y lo serán, porque en ellos siguen gastándose hermanos que además de ofrecer ciencia, quieren ser caricia de Dios. Y sólo porque, como su fundador, han entendido que el enfermo y el pobre siguen siendo, hoy como ayer, el lugar de Dios.

En la sencillez de estos hombres, llaman la atención algunas convicciones:

Necesidad de cuidarse para cuidar. Ser la lógica de los “sin lógica”, repartir sonrisas, escuchar discursos sin final, mostrar atención para que toda persona se sienta persona… es una vocación de “alto riesgo”. Por eso el hospitalario necesita tiempo ante Dios… Algo así como cuidarse para poder cuidar a los demás, llenarse para poder ser regalo que devuelva a tantos lo mejor que tiene la vida: el amor. El cuidado del hospitalario es la fraternidad.

El poder subversivo de Dios. Es además un signo evidente de que Dios ha cambiado las tornas. Una sociedad de primeros no tiene tiempo para quienes retrasan o afean. La Orden de san Juan de Dios muestra el poder subversivo de Dios cambiando las opciones. Los que parecían últimos, son los primeros… En un tiempo en el que la cultura del sacrificio parece haber muerto, algunos demuestran, en lo concreto, que se puede vivir por y para los demás…  y, además, ser feliz.

La vida consagrada sanada en la debilidad. La Orden Hospitalaria ha encontrado su fuerza en la debilidad. Frente a la tentación del momento de tenerlo todo claro y rápido, frente a programaciones exhaustivas y precisas, descubrir la fecundidad en la sonrisa de un deficiente, la esperanza de quien ha perdido la razón, el bienestar de quien no tiene familia. Es verdad que son otras razones, otra forma de leer la vida. En el s. XXI aceptar la debilidad centra la consagración y se convierte en un lenguaje que se entiende y valora.

MIRADA CON LUPA

El valor de la vida consagrada es estar, permanecer, quedarse… dando vida donde ésta es débil. Nuestra sociedad cree en la solidaridad, pero lo hace a golpe de flash, viviendo el instante… sin garantizar la fidelidad. La cuestión no está en instantes heroicos, que los hay… la cuestión y el sitio de la vida consagrada es estar con los últimos todos los días. El gran dilema no es contarlo para que se sepa, es vivirlo con calidad para que engendre vida.

lagonzalez@vidanueva.es

En el n1 2.674 de Vida Nueva.

Compartir