Los nuevos altares y retablos

Videocreaciones y pinturas abstractas en iglesias reabren el debate sobre el diálogo fe-arte en espacios sagrados

Bill-Viola(Juan Carlos Rodríguez) ¿Arte contemporáneo en el altar? ¿Tiene sentido realmente ilustrar capillas y altares con obras contemporáneas? ¿Con obras abstractas? ¿Con instalaciones y nuevas tecnologías? Bill Viola (Nueva York, 1951), uno de los videocreadores de mayor prestigio internacional, ha trascendido su continua indagación sobre los interrogantes de la condición humana aceptando el reto de crear dos vídeo-instalaciones para el altar mayor de la catedral londinense de St. Paul. En concreto, la Iglesia anglicana le ha encargado al artista americano dos nuevas y espirituales creaciones tituladas María y Los Mártires. Cada una de ellas consiste en una serie de pantallas, instaladas con puertas batientes que podrán cerrarse para misas y servicios religiosos, y colocadas en forma de altar tradicional. 

Bill-Viola-2El propio Viola dice sobre el proyecto que “los temas de María y los mártires simbolizan algunos de los misterios más profundos de la existencia humana. Uno trata del nacimiento y el otro de la muerte; uno aborda el consuelo y la creación, y el otro, el sufrimiento y el sacrificio”. El pasado mes de julio, cuando se dio a conocer en Londres el proyecto, Viola expresó hasta qué punto su planteamiento podría suponer una alteración del espacio litúrgico: “Si consigo lo que quiero hacer, las piezas finales tendrán dos funciones: una como la de objetos estéticos de arte contemporáneo y otra como objetos prácticos de tradicional contemplación y devoción”, afirmó el artista, poniendo sobre la mesa el verdadero calado del diálogo entre el arte contemporáneo y la fe religiosa.

Aunque protestante, el desafío es para tenerlo en cuenta, porque está avalado, además, por la Tate Modern, el gran museo de arte contemporáneo londinense, muy cerca de St. Paul y uno de los más visitados en todo el mundo con cinco millones de visitantes al año. Según el canónigo y tesorero de la catedral, Martin Warner, “el encargo lo hemos hecho para dar un nuevo sentido reflexivo y de devoción a la catedral, no tiene nada que ver con atraer nuevos visitantes al templo, sino con introducir un nuevo elemento de veneración a un edificio que fue construido para el culto”. En cualquier caso, el montaje y la filmación de María y Los Mártires costará dos millones de libras (unos 2,2 millones de euros), aunque lo financiará la galería Haunch of Venison, marchante del artista en Londres. Y la Tate Modern se encarga del mantenimiento.

Bill-Viola-3Significa, entre otras cosas, una propuesta de modernización de la veneración y el espacio religioso. Y no sólo como paso adelante del arte contemporáneo en los altares cristianos –sin ir más lejos, ahí está la participación de Miquel Barceló en la catedral de Palma de Mallorca-, sino con la inclusión de un nuevo lenguaje, hasta ahora inédito como objeto de adoración: la imagen en movimiento. 

No es la primera vez que Viola hace frente a una instalación de videoarte en una iglesia. En 1996, presentó en la catedral de Durham El mensajero y, en la Bienal de Venecia de 2007, causó gran expectación su producción Océano sin orilla, presentada en la iglesia de San Gallo de la ciudad de los canales. El año pasado donó a la iglesia de San Marco de Milán la obra Estudio para El Camino, aunque ahora su obra videográfica se ubicará en St. Paul con vocación de permanencia. En cualquier caso, Bill Viola no es un recién llegado, lleva ya casi 35 años colocando imágenes en movimiento, pausado y detallado, en marcos tan diferentes como museos, universidades o palacios, y trasladando al vídeo imágenes religiosas o pasajes bíblicos, místicos o relativos a la existencia humana.

Porque ya no se trata de que el espacio sacralizado sirva de continente temporal a la pintura, escultura o videoarte contemporáneos –que en España han sondeado brillantemente espacios como la catedral de Burgos o el monasterio de Santo Domingo de Silos, o en la misma St. Paul Yoko Ono, Rebeca Horn o Martin Firrel–, sino que el arte actual se transforme en objeto de culto religioso en templos, por lo demás, históricos. 

Barceló en Palma

Capilla-decorada-por-BarcelEl complejo diálogo entre la arquitectura contemporánea y la iglesia suele crear iconos religiosos también contemporáneos, pero actuaciones como la de Barceló en Palma ya abrieron hace tiempo un debate en torno a la idoneidad estética y litúrgica de las intervenciones modernas en espacios sagrados como la catedral de Palma. La profesora Mercé Gambú, de la Universidad de las Islas Baleares, describe la “obra coral” de Barceló en la seo mallorquina: “Son 300 metros cuadrados de arte que cubre los muros más cinco vidrieras de 12 metros de altura. En la decoración aparecen la multiplicación de los peces y la conversión del agua en vino, lo que permitió al artista –dice Gambú– desplegar un corpus iconográfico impregnado de su propia biografía”. A la izquierda, el mar, con pulpos, calamares, rayas, lubinas, langostas, algas… A la derecha, está la tierra con verduras, frutas, panes, jarras de vino. Y en medio de todo, un Cristo llagado y transfigurado. Un cuerpo que resplandece y que tiene las mismas medidas que su autor. “Una escritura en barro y vidrio, en tierra y fuego, en aire y agua. Un argumento, la recreación del silencio como palabra de Dios en su belleza trascendente y en su simbolismo eucarístico”, en la definición de Gambú. Y no es cuestión de retomar aquí argumentos a favor y en contra, sino procurar que todo el mundo entienda el mensaje.

El misterio y la belleza de la liturgia de la Iglesia católica han inspirado una buena parte de la historia del arte. Su especial iconografía ha fascinado en el mundo antiguo, pero también en el arte contemporáneo, sin duda, pero muy pocas obras han traspasado la casi infranqueable frontera que hay entre el museo y la iglesia, entre objeto de admiración y objeto de fe. Por ejemplo, y también como referente anglicano, la restauración de St. Martin in the Fields, en Londres, se llenó de polémica por la inclusión de una vidriera con una evocación abstracta de la cruz de Cristo, firmada por el iraní Shiraz Houshiary

Mucho más cercano, sin embargo, en el santuario de Arantzazu dialogan Chillida y Oteiza. O la intervención de Antonio López en una de las cúpulas del Pilar de Zaragoza con un retrato de la Virgen. Tres manifestaciones que no tienen nada que ver y expresan las múltiples facetas del arte contemporáneo.

¿Puede una obra abstracta ser objeto de verdadera devoción religiosa? Es indudable que son numerosos estilos y conceptos artísticos los que han saltado del altar a la calle, vinculado sobre todo con la presencia de la iconografía eclesiástica en la pintura contemporánea. Y es indiscutible que hay innumerables huellas de lo sagrado y espiritual en el arte contemporáneo. Según Heidegger, el arte consiste en “aportar a los mortales los rastros de los dioses ocultos en la opacidad del mundo”. Y lo han puesto de manifiesto numerosos artistas: de Friedrich a Kandinsky, de Malevitch a Picasso y de Barnett Newman a Bill Viola. 

Algunas iglesias y monasterios poseen ya obras abstractas consagradas, como símbolo de que la espiritualidad expresada según los ojos contemporáneos pueden significar el acceso a Dios. El debate está ahí, y en ello, como afirma Eduardo Delgado Orusco, “los creadores que se sienten llamados a esta parcela del arte se sienten igualmente huérfanos, con lo que su valioso carisma corre el peligro de perderse. Y este extravío no es baladí. Los fieles contemporáneos carecerían así de manifestaciones artísticas acordes con su tiempo y su sensibilidad, con lo que el abandono llegaría en última instancia a todos los niveles”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.672 de Vida Nueva.

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