Obispo de Jalapa (Guatemala)
(José Luis Celada) La inestabilidad de la vecina Honduras puede acaparar la atención, pero no desviarla de otros puntos calientes de la región. En Guatemala, más de una década después del cese “formal” de su “enfrentamiento armado interno”, el clima de inseguridad provoca más muertes por día que en tiempos de la guerra. Un dato que, para el obispo de Jalapa, Julio Cabrera Ovalle, es consecuencia del conflicto pasado, pero, sobre todo, de la injusticia reinante… y de la debilidad del Estado. Generar “vida nueva” en este contexto es hoy uno de los grandes desafíos de la Iglesia de su país.
¿Pusieron realmente fin al conflicto de su país los Acuerdos de Paz?
La firma de los Acuerdos de Paz en 1996 fue el fin formal del “enfrentamiento armado interno”, cesó el enfrentamiento entre las fuerzas contendientes, y los miembros de la insurgencia se reinsertaron a la vida política y legal del país. Éstos son algunos aspectos de la parte “operativa”. Pero los Acuerdos de Paz no sólo pretendían poner fin al conflicto armado interno, sino, sobre todo, impulsar transformaciones institucionales y colocar bases sólidas para superar las causas que le dieron origen. Ésta es la parte “sustantiva”, y ha quedado en letra muerta.
El conflicto surgió como protesta y último camino para cambiar la realidad estructural injusta del país, las condiciones de marginalidad, opresión y discriminación del pueblo indígena y los grandes sectores socialmente más vulnerables. Esas causas se resisten a los cambios. Incluso algunos aspectos han empeorado.
¿Tan peligrosa es la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) como para que mataran al obispo Gerardi?
El proyecto REMHI fue y es peligroso porque el pueblo tomó la palabra, contó la verdad, identificó a los responsables de tanto dolor y pidió justicia. Había que eliminar a su “cerebro”. REMHI reveló la enorme responsabilidad del Ejército y las fuerzas de “seguridad” del Estado en la mayoría de las violaciones a los derechos humanos. La investigación impulsada y coordinada por monseñor Gerardi hizo pública esa verdad, declarada por las mismas víctimas: pobres, indígenas y ladinos. Ellos fueron los verdaderos gestores del proyecto, y esto resultó intolerable para quienes se sintieron señalados.
REMHI, además, era un proyecto con fines pastorales: acompañar a las víctimas sobrevivientes en sus procesos de restauración psicosocial, dándoles la palabra, escuchándoles, apoyarles en su camino de des-victimización. REMHI era y es un camino de liberación evangélica, que pretendía también la conversión de los victimarios, el perdón de parte de las víctimas y una verdadera reconciliación de víctimas y victimarios basada en la verdad y la justicia.
¿La reconciliación pasa por conocer la verdad y hacer justicia?
“Es obvio –escribía monseñor Gerardi– que la reconciliación nace de la verdad y justicia, no se trata en ningún momento de olvidar. La impunidad que se legaliza a través de amnistías es forzar a la sociedad a guardar en el corazón el miedo, fomenta la humillación de la persona y niega su dignidad”. La política de “pasar página” no es parte de la reconciliación. Deja a muchas personas y grupos heridos, a la orilla del camino, y si prevalece esa política sólo se construirá un futuro sobre bases muy endebles y partidas.
El clima actual de violencia e impunidad, ¿es consecuencia de aquellas heridas o intervienen otros factores?
El actual clima de inseguridad, que reporta incluso un mayor número de asesinados al día que en tiempos de la guerra, es consecuencia del conflicto pasado y la falta de justicia y de reparación de los tejidos sociales desgarrados. Pero no creemos que se pueda afirmar que sea sólo efecto de eso. La imposición absoluta del neoliberalismo, generador de más pobreza y exclusión, las redes del narcotráfico y los grupos del crimen organizado en cuyos tejidos y estructuras participan especialistas de la guerra, nos están llevando a niveles insoportables de la violencia impune que nos azota. Nos encontramos en un país “minado” y un Estado muy débil, penetrado por funcionarios corruptos y sedientos de dinero, lo que “indirectamente” tiene vinculaciones con la guerra.
¿Cómo se ha posicionado la Iglesia?
La Iglesia mantuvo durante el conflicto y el proceso de paz una actitud de mucha dignidad. El momento actual es más delicado. Me refiero ahora sólo a los obispos. Hemos dicho que “nos indigna la falta de respeto por la vida humana”. En un comunicado de este año, apuntamos que “el narcotráfico y el crimen organizado se enseñorean de más y más regiones del país”; que las cifras de homicidios y su particular crueldad “nos indican que las fuerzas criminales son cada vez más poderosas y más impunes”; que “la administración de la justicia goza cada vez de menos credibilidad” y “la impunidad es la más poderosa aliada del crimen”… Situaciones que “son consecuencia de la exclusión de Dios de la realidad y de nuestras acciones, y de la falta de principios morales en la toma de decisiones políticas, económicas, financieras, y en la misma actividad ciudadana”.
Narcotráfico, maras, emigración, sectas… ¿Lo genera la pobreza, o es una consecuencia de ello?
Son problemas complejos y diversos. El mundo de las maras es complejo y plural. Algunas manejan armas, son delincuentes, y son manipulados a veces por otras fuerzas o son el brazo largo de estos grupos de poder. Otras, ante la exclusión social y cultural, son espacios donde los jóvenes de ambos sexos buscan identificarse, expresarse y apoyarse.
Y la pobreza será siempre “caldo de cultivo” de la violencia. La pobreza es sólo un elemento en el amplísimo conjunto de factores que generan fenómenos como las maras y la delincuencia en general. El narcotráfico, por ejemplo, a veces usa la pobreza para desarrollarse, protegerse y controlar territorios, pero no surge de ella.
En cuanto a los emigrados, no se descarta la presencia de delincuentes, pero la mayoría es gente honrada que busca oportunidades para sobrevivir en países donde hay trabajo mejor remunerado. La crisis económica, la legislación hostil con ellos en el Norte y las deportaciones, ponen en peligro tales oportunidades.
Asimismo, ciertos grupos religiosos, su asentamiento y crecimiento en el país, obedece a múltiples razones, tanto externas como internas. Siempre son una “llamada de atención” para la Iglesia.
Si los derechos humanos están en peligro, cabe pensar que los indígenas (población mayoritaria en el país) son aún más vulnerables…
Hablar de Guatemala es hablar de un país indígena, históricamente marginado y discriminado. Y la pobreza tiene rostro rural y, sobre todo, indígena, cuya peor parte se la lleva la mujer, sin excluir la niñez abandonada. Tenemos una tarea ingente por delante para lograr que el indígena ocupe el puesto que le corresponde en el desarrollo del país. La organización social, el fortalecimiento de la “identidad indígena”, el reconocimiento de su lugar preponderante, la reivindicación de sus derechos económicos, políticos, sociales y culturales… son temas pendientes de la agenda de esa Guatemala distinta con la que soñaba monseñor Gerardi.
A pesar eso, se ha despertado una fuerte tendencia en los pueblos indígenas a defender sus derechos, y hay muestras de que están luchando por ellos.
¿Qué futuro le espera a Guatemala?
Como Iglesia creemos en los valores del Reino que nos han guiado al servicio del Pueblo de Dios, luchando por la dignidad de toda persona, sobre todo, de los más pobres, haciendo valer sus derechos, buscando en todo la paz, la justicia, el perdón, la reconciliación, el desarrollo integral, una vida más digna. Impulsamos la Nueva Evangelización que ha de generar vida nueva. Seguimos sembrando el Evangelio con esperanza.
Caminamos hacia la pérdida de la gobernabilidad, y lo más desalentador es que poco o nada se hace para evitarlo. Cada vez están más acentuadas la precariedad institucional, social y económica, la violencia, el crimen y la impunidad, la confrontación política y la conflictividad social, la inoperatividad o parcialidad de la justicia. Pese a ello, la sociedad, en especial los segmentos organizados, se esfuerzan por impulsar procesos sociopolíticos que hagan viables oportunidades nuevas para la paz, la democracia, la verdad, la justicia, la seguridad y la convivencia pacífica. Nos toca un trabajo esperanzador de entrelazar esfuerzos y redes de proyectos nuevos de tantas personas y organizaciones que quieren aportar su contribución para un futuro distinto.
En el nº 2.672 de Vida Nueva.