Laura Restrepo: “Las entrañas son personales, colectivas e históricas”

Publica Demasiados héroes, donde analiza el salto generacional acerca del compromiso, la familia y la intimidad

Laura-Restrepo(Juan Carlos Rodríguez) Demasiados héroes (Alfaguara) es la historia de Mateo, un adolescente que emprende un viaje a Argentina junto a su madre, Lorenza, con el fin de encontrar a su padre, a quien no ve desde que tenía dos años. Tanto su padre desaparecido como su madre han sido militantes en la resistencia pacífica contra la dictadura de Videla en los años 70. Durante el viaje, Mateo pide respuestas sobre la ausencia de su padre. Y la madre responde para, en cierto modo, perdonarse a sí misma. Autobiográfica, sin duda, la novela no sólo retrata el salto generacional entre padres e hijos, sino que también repasa la responsabilidad ideológica de la izquierda y la historia reciente de Latinoamérica. Es la novela con la que Laura Restrepo (Bogotá, 1950) salda una deuda pendiente con su pasado.

El trasfondo de la novela reside en contestar a una pregunta: “¿Héroes o payasos?”.

Creía necesario abrir el debate sobre lo sucedido en América Latina para reflexionar sobre lo que se hizo bien o mal por parte de la militancia frente a las dictaduras. No basta con haber estado contra la tiranía para justificar la vida, así que desde ese lado se hicieron también muchas payasadas. Para Mateo, su padre no es un héroe, sino el hombre que le ha abandonado. Lorenza, como yo y las militantes de la época, permanece imbuida de una fuerte dosis de sectarismo que, en cierto modo, le obligaba a anularse, pero no es que sea una de esas personas cerradas que sólo usan el lenguaje de las convicciones, sino que, gracias al diálogo con Mateo, consigue mirar de una manera crítica, no desencantada, lo que ocurrió.

Lo que hay es, ante todo, un desencuentro generacional…

Madre e hijo representan dos modos de pensar. Lorenza está comprometida políticamente y tiene tendencia a ciertas verdades demasiado ancladas en sus convicciones. Sigue mirando al pasado con la lente del heroísmo, que es una marca de fábrica de la izquierda que te aísla del presente y de la juventud. Pero Mateo no quiere más superhéroes que los que conoce en el cine o en los videojuegos. Quiere, simplemente, una madre y un padre. Mateo tiene necesidad de llenar un vacío.

¿Es autobiográfica?

La novela es ficción. Tiene un trasfondo biográfico, pero la literatura juega con esos elementos. Más que centrarme en la acción, quería hacerlo en el eco de ésta en los protagonistas. Es una historia íntima, la de una madre y un hijo que salen a buscar al padre del muchacho, a quien prácticamente ninguno de los dos conoce. En ese sentido, era retomar un tema bíblico, de la humanidad, de la ausencia del padre, del hecho de no encontrarlo para dilucidar un asunto de identidad. Por eso pretendía una novela en tono menor; que no se saliera de un diálogo muy familiar entre dos personas que están acometidas a una tarea que, si bien es personal, les resulta absolutamente vital.

El diálogo tiene una presencia total en la novela, ¿por qué?

Al estar escrita en forma de diálogo he eliminado todo tipo de retórica. No hay lugar para la adjetivación ni la metáfora, sino para los hechos. Era la mejor manera de romper el lenguaje estereotipado de la política misma, dado que el trasfondo de la novela es el de la resistencia clandestina contra la dictadura. Pero también te obliga a dejar a un lado la retórica literaria. Como escritora, el diálogo me permitía contar una vieja historia de forma nueva, con el lenguaje que te proporciona una conversación de todos los días, una conversación de una madre y un hijo que no se entienden porque no hablan de lo mismo.

Relación madre-hijo

¿Le ocurre a usted con su hijo?

Llevamos muchos años discutiendo. Él es, además, un lector muy crítico de lo que hago. Y en esta novela en particular su ayuda era fundamental, porque él se convirtió en el defensor de Mateo para que yo no me pusiera dócil, para que no suavizara la relación entre la madre y el hijo, para describir aspectos de la realidad de Mateo, de la furia que le produce que la madre no le cuente las historias completas, que haya un cierto misterio sobre la historia de su propio origen…

Sobre historias idealizadas, ¿no?

Sí, había intentos muy conscientes de no contar una historia idealizada, si bien yo milité en la clandestinidad contra la dictadura en Argentina. Presentar el libro en Buenos Aires fue un capítulo espléndido, un reencuentro con los compañeros. En un momento estábamos los que habíamos sido compañeros de esa militancia en un viejo bar de la capital, y yo sentí todo eso con el corazón. Fue una manera de vivir mi juventud. Pero, como te dije, no quería idealizar la historia. Por eso me pregunté, ¿hasta qué punto no acabamos asimilando, al menos simbólicamente, los métodos del enemigo? Como la práctica de quitarle el nombre y utilizar un alias, porque mantener el de pila era exponerte a caer rápidamente. Entonces, ¿hasta qué punto eso no implica una máscara detrás de la cual te escondes? ¿O hasta qué punto Mateo pelea por desenmascarar al padre y a la madre? Pese a que ya no hay dictadura ni clandestinidad, se siguen escondiendo detrás de las máscaras que se pusieron en ese entonces.

Como el silencio.

En esa medida, el silencio impuesto por la dictadura es algo que luego se instaura en la vida íntima, personal. Hablar, saber, decir, pensar, puede ser peligroso. Y aquí, en la novela, ese silencio parecería haber sido interiorizado por la madre; a quien le cuesta un trabajo horroroso hablar. En castellano, a diferencia del inglés, tenemos una cierta dificultad a la hora de abordar la intimidad y la cotidianidad, algo que sin duda atribuyo al peso de la educación y de la religión en nuestras vidas.

La intimidad es la gran protagonista…

Éste es un libro mucho más íntimo, quizás más humano. Desde luego, tiene que ver mucho con América Latina. Para nosotros, las entrañas no sólo son personales, también son colectivas e históricas. Tienen que ver con nuestra situación política, con el esfuerzo por lograr una vida más digna, más alegre. En este libro todo eso está contado de una forma más íntima, más familiar. Por eso mismo, el diálogo de los dos personajes genera un espacio cerrado, digamos, tan íntimo como puede ser el cuarto de un hotel. Donde no hay escapatoria.

¿Es una cuenta pendiente?

En cierto modo, sí que ha sido una cuenta pendiente con mi propia vida, pero sobre todo también con mi propia obra, sobre todo con el que fue mi primer libro, Historia de un entusiasmo, que fue demasiado indulgente con el M-19. En cualquier caso, se ha escrito mucho sobre la lucha armada, pero muy poco sobre la desarmada, más invisible, más paciente e igual de peligrosa. Pero mi novela la salvó Mateo, porque él siempre está preguntando, cuestionando. Otra historia de militancia hubiera sido muy aburrida. No tenía sentido. Yo tenía el propósito de que el lector abriera la primera página y se encontrara con un muchacho ahogado en sus propias dudas, con dificultades para salir a enfrentar al mundo, muy apegado a su madre. Y quería que quien tuviera Demasiados héroes cerrara el libro y se despidiera con un muchacho convertido en adulto, que a lo largo de las páginas ha logrado consolidarse como un ser humano pleno y adquirir las herramientas necesarias para seguir por sus propios medios. Para mí ha sido lo más difícil.

¿Cómo la búsqueda del perdón… entre padres e hijos?

En la novela hay distintas búsquedas de perdón. Se puede perdonar algo como el abandono, como en el caso de Mateo, pero en el caso de Lorenza es muy distinto. Ella fue quien abandonó y no regresó ni siquiera cuando su padre murió. En ella lo que hay es una búsqueda del perdón como una necesidad de empezar de nuevo, más allá de la religión.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.671 de Vida Nueva.

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