La encíclica social de Benedicto XVI

Caritas in veritate

manos-levantadas(Antonio Pelayo– Roma) La tercera y más esperada encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate (La caridad en la verdad) ha sido oficialmente presentada al mundo el 7 de julio. Lleva la fecha del 29 de junio, pero su publicación se ha demorado para hacerla llegar en tiempo útil a las Nunciaturas y, a través de ellas, a los más de cuatro mil obispos; de paso, se han facilitado las filtraciones, de manera que el Corriere Della Sera de ese día ya podía publicar dos páginas enteras con amplios extractos de la carta pontificia. Horas después, el cardenal Raffaele R. Martino, presidente del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’, ofrecía en una rueda de prensa bastante concurrida sus juicios e impresiones.

caritas-in-veritateVayamos, antes de entrar en honduras, a las generalidades. La encíclica, en su versión española, consta de 136 páginas y está dividida en seis capítulos, a los que hay que añadir una introducción y una conclusión algo más breve. En el primer capítulo se recoge el mensaje de la Populorum Progressio publicada por Pablo VI hace algo más de cuarenta años, y que es la referencia más directa para esta nueva aportación a la Doctrina Social de la Iglesia. En el segundo capítulo, Joseph Ratzinger se concentra en el tema del “de-sarrollo humano en nuestro tiempo”, definido como policéntrico. “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el contenido del tercer capítulo, mientras el siguiente, el cuarto, está dedicado al “desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”. En el quinto capítulo se aborda la temática relativa a la familia humana y, en él, se incluyen reflexiones sobre proble- mas tan de nuestro tiempo como las migraciones y la reforma del estatuto de las Naciones Unidas. Por fin, el Pontífice propone en el sexto y último de los capítulos una reflexión sobre “el desarrollo de los pueblos y la técnica”, en el que no podían faltar algunas agudas observaciones sobre los medios de comunicación social.

Ya es de todos sabido que la publicación de Caritas in veritate se ha retrasado varios meses. Una primera redacción bastante completa de la misma concluyó sus fases de consulta cuando estalló con toda su fuerza la crisis económica y en el Vaticano juzgaron con muy buen criterio que no podían dar de lado este aspecto de la cuestión. Los expertos, pues, se vieron obligados a rehacer el texto que Benedicto XVI ha revisado con su habitual precisión y enriquecido con múltiples afirmaciones y reflexiones personales.

De una primera lectura -demasiado rápida por desgracia- se saca la impresión de que la multiplicación de “aportaciones” no ha podido ser armonizada de modo suficiente y que hubiera sido, sin duda, muy útil una limpieza de repeticiones y circunloquios que han alargado el texto sin necesidad. Un rumor no confirmado, pero atendible, recoge la insatisfacción de Benedicto XVI por no haber podido “redondear” más esta encíclica, pero ya no era posible demorar más tiempo su publicación, teniendo en cuenta, además, que del 8 al 10 de julio se reunían en L’ Aquila [la localidad italiana que fue devastada por un terremoto el pasado mes de abril] los máximos responsables políticos y económicos de las ocho economías más potentes del planeta.

Las intuiciones de Pablo VI

Aunque sea el más breve de los seis capítulos, considero que el primero, dedicado a la Populorum Progressio del Papa Montini, tiene su importancia. No se trata en modo absoluto de un gesto protocolario ni de honrar un aniversario (rememorando lo que se hizo con la Rerum Novarum de León XIII), sino de recoger las grandes intuiciones de ese texto papal que hay que situar -se dice en el n.10- en “la tradición de la fe apostólica, patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual la PP sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos” (aunque no lo diga, Benedicto XVI defiende también “su” encíclica de esta acusación). “Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano (n.11) en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige”. Además se recuerda que también Pablo VI acuño la frase: “El progreso en su fuente y en su esencia es una vocación… la vocación es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable. El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y los pueblos”. “La sociedad  cada vez más globalizada -se dice más adelante, en el n.19- nos hace más cercanos, pero no más hermanos”.

En el segundo capítulo se entra ya en el análisis del desarrollo humano en nuestro tiempo, lo cual le lleva a hablar de la crisis actual. “Nos preocupa -escribe- justamente la complejidad y la gravedad de la situación económica actual, pero hemos de asumir con rea- lismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor. La Crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromisos, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas”. “La riqueza mundial crece en términos absolutos -es otra observación del Papa-, pero aumentan también las desigualdades”.

ciudad-de-nocheRefiriéndose a la globalización del mercado (que ha estimulado la búsqueda de áreas en las que emplazar la producción a bajo coste), la encíclica constata que “estos procesos han llevado a la reducción de la red de seguridad social a cambio de mayores ventajas competitivas”. También se habla de la movilidad laboral, positiva en principio, pero que “cuando la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la desregulación se hace endémica, surgen formas de inestabilidad sicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida, incluido el del matrimonio”. Otro problema escandaloso es el del hambre, que no depende tanto de la escasez material cuanto de la insuficiencia de recursos sociales. “Falta (n.27) un sistema de instituciones económicas capaces tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional”.

Vida y desarrollo

También en este capítulo, Benedicto XVI subraya que el respeto a la vida no puede disociarse del desarrollo de los pueblos. “Cuando una sociedad (n.28) se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social”.

Hay que plantearse nuevas soluciones, proclama el autor. Hoy sobre todo “se requiere que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo”.

Llegados casi a la mitad del texto pontificio nos encontramos con fórmulas muy concretas, como la siguiente (n.35): “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica”; o esta otra: “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es sobre todo responsabilidad de la comunidad política”.

Más adelante, y bajando ya a temas muy concretos, se afirma que son necesarios cambios profundos en el modo de entender la empresa. “La gestión de la empresa -se dice- no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de las empresas: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia”. Y a este propósito se recuerda a Juan Pablo II en la Centessimus Annus: “Invertir tiene siempre un significado moral, además de económico”. Se le da, lógicamente, su debida actualización con estas afirmaciones: “Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato… tampoco hay motivos para negar que la deslocalización que lleva consigo inversiones y formación puede hacer bien a la población del país que la recibe”.

Vuelve el Papa actual a citar a su predecesor Pablo VI al comenzar el capítulo cuarto, afirmando que “la solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber”. “La economía -recalca ahora Benedicto XVI- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, pero no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Son interesantes, sin duda, las reflexiones sobre la relación del hombre con el medioambiente: “El hombre (n.48) interpreta y modela el ambiente natural mediante la cultura, la cual es orientada a su vez por la libertad responsable atenta a los dictámenes de la ley moral. Por tanto, los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las generaciones sucesivas, sino que ha de caracterizarse por la solidaridad y la justicia internacional”. En este contexto, también se reflexiona sobre los problemas energéticos: “El acaparamiento por parte de algunos Estados, grupos de poder y empresas de recursos energéticos no renovables es un grave obstáculo para el desarrollo de los países pobres… además se debe añadir que hoy se puede mejorar la eficacia energética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda de energías alternativas”, dice el Papa.

Autoridad mundial

ninos-pobres-banandoseLa colaboración de la familia humana es el núcleo del quinto capítulo de la encíclica, que se abre casi con esta frase: “El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia”. En el n.56 se insiste en que “la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene lugar en la esfera pública con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica, y en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa carta de ciudadanía de la religión cristiana”. Más adelante (n.67), se afirma que “para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del am- biente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial“.

Después de evocar el clásico principio de subsidiariedad, que “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista”, también lo invoca para exigir que “el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario”, y para recordar que “el principio de subsidiariedad debe mantenerse íntimamente unido al principio de solidaridad y viceversa”. Sobre las ayudas internacionales al desarrollo, el Santo Padre insiste en que “sigue siendo verdad que el recurso humano es el más valioso de los países en vías de desarrollo: es el auténtico capital que se ha de potenciar para asegurar a los países más pobres un futuro verdaderamente autónomo”.

Siempre sobre un problema tan concreto como es el de las migraciones, el texto insiste en que “la política [sobre este problema] hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes… ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales”.

Por fin, el sexto capítulo tiene como eje el desarrollo de los pueblos y la técnica, advirtiendo que “el desarrollo de los pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando los ‘prodigios’ de la tecnología” (n.68).

Sobre nuestros queridos medios de comunicación, se nos recuerda que “pueden ser ocasión de humanización no sólo cuando gracias al desarrollo tecnológico ofrecen mayores posibilidades para la comunicación y la información, sino sobre todo cuando se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.668 de Vida Nueva.

Compartir