Sueños de verano

religiosos-de-vacaciones(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Ya en julio, la comunidad entra en diáspora y aparece un término nuevo en casa: las vacaciones. No deja de causarnos pudor. Preferimos hablar de visita familiar, cambio de actividad, tiempo de formación… Algo así como si la vida consagrada no necesitase descanso. Os quiero hablar de Ana, Moisés, Raúl y Carlos Luis. Cuatro consagrados reales. Quizá no se llamen así. Lo importante no son sus nombres, pero sí sus historias. Tres de ellos están en esa década especial que son los cuarenta; el cuarto, en los treinta. Cuatro con actividades muy diferentes y una cuenta común: “Una procesión que va por dentro”.

Ana me habla de cómo espera el verano con ansia. La solución a tantos “peros”: el verano. La respuesta a tanta soledad: el verano… Un curso de bastante incomprensión y poco trabajo… Ana es de las pocas “jóvenes” de su congregación. No entiende su destino y, lo que es peor, no se atrevió nunca a preguntarlo. Hay poco diálogo y muchos frentes abiertos. Cree que tanto amor puesto en una opción de vida está recibiendo silencio. Se agarra al verano. Tiene confianza en lo que en él puede suceder… Escuché, respeté y me entristecí… No oí puertas abriéndose con salida.

Moisés viene de un curso intenso. Con pocas alegrías y algunos quebrantos. Cree en la misión compartida y sufre por ella. De vez en cuando le vuelven aquellos sueños con los que un día se inició en la consagración. Es constante en la oración y en la Eucaristía. Tiene esperanzas que se dan de bruces con el realismo de un horario demasiado intenso. Experimenta la lucha entre su yo y el nosotros que quiere disfrutar con sus hermanos. Le está costando el encaje del proyecto provincial… Está preguntándose… Ha tenido varios planes para este verano… Siempre los tiene. Después de muchos diálogos, está resuelto a dedicar un mes al silencio y al acompañamiento personal… Moisés, este verano, va a experimentar la soledad con el Maestro. Necesita ajustarse.

Raúl es un joven consagrado laico. Lo tiene claro. Está sereno. Acaba de hacerse un buen trayecto desde su comunidad para recibir acompañamiento espiritual. Quiere crecer. No se conforma. Hay muchas cosas de su vida que son envidiables, pero le cuesta verlas. Es una dificultad frecuente, pero en él notoria. Quiere a su fraternidad, pero no sabe si lo está mostrando. A sus escasos treinta y cinco no experimenta la esquizofrenia entre la acción y la contemplación. Es austero. Irradia esa sencillez que, por sí sola, convence. Compagina la misión con la carrera de Historia. Lee el presente con paz e intuye el futuro con alegría. Oyéndolo, uno tiene la sospecha de que en su congregación no lo están disfrutando lo suficiente. Hay mucho valor… mucho don en su vida transparente. Le espera un verano distinto. Va a seguir educando, dándose, a niños carentes de todo en Centroeuropa.

Carlos Luis es exponente de la vida consagrada formada con rigor y entrega. Sus estudios de Sagrada Escritura siempre empapados en el contexto de la formación y el acompañamiento de generaciones más jóvenes. Dos años de convivencia en los 80, un encuentro en Roma a fines de los 90 y un congreso de la CLAR en Colombia, en este 2009. Pasan los años pero mantiene esa mirada limpia que te anuncia que cree lo que vive. Está sereno, consciente de hacerse adulto, contento, con esperanza y lucidez. Carlos Luis es un buen religioso, entre muchos, de aquellas generaciones de la Pontificia de Salamanca. Concluyó su formación ya en Venezuela, donde permanece. Allí el verano no es el nuestro. Volveremos a coincidir alguna vez, ¿quién sabe?… Casi es lo de menos. Lo importante es que está, es y tiene claro que la vida es para darla.

MIRADA CON LUPA

Provoca dolor oír hablar de los consagrados con simpleza. También cuando se generaliza… El don de la consagración tiene tantas historias como personas. Lo que se vive, ama, goza o sufre no se suele hablar. Sobre esto no se escribe… Son tiempos en los que, más que nunca, “la procesión va por dentro”. Y además, como hijos de esta era, creemos que tiene que ser así… La consagración necesita abrirse, esponjarse, crecer… pero no sólo en verano. Los grandes relatos de nuestras familias religiosas están construidos con gestos, silencios y algún dolor que tienen nombre: Ana, Moisés, Raúl, Carlos Luis y otros muchos.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

Compartir