Año sacerdotal

(José Ignacio González Faus) Parece claro que la decisión romana de dedicar un año al sacerdocio obedece a un empeño bienintencionado de rehabilitar la imagen del ministerio eclesial y fomentar las vocaciones. Con esta misma intención, me permito reproducir aquí parte de un correo electrónico de un muchacho que acababa de concluir su tesis doctoral en teología, en una de las facultades más acreditadas del mundo. Acabada la redacción de su tesis, regresó un tiempo a su país para ayudar en una parroquia, esperando la fecha de la defensa de la tesis, y planteándose la decisión de si seguir como laico, ordenarse sólo de diácono, o de presbítero. 

Tuve contactos electrónicos con él durante tres años, porque la materia de su tesis era la cristología. De uno de sus últimos correos traduzco algunos párrafos que pueden ayudar a meditar: “Ya estoy en mi tierra. Me he venido para hacer una experiencia pastoral, tal y como le pedí al obispo. Me han destinado a trabajar en una parroquia de la periferia de… Este trabajo pastoral quiero que forme parte de mi discernimiento para el futuro. Si en los próximos meses se confirma mi vocación al ministerio presbiteral, podría ordenarme de diácono en diciembre. Pero aún no sé si es éste mi camino, y quiero verlo…

Te confieso que un punto importante de mi discernimiento es esta Iglesia nuestra tan profundamente clerical. Mi pregunta fundamental es si quiero ingresar en un clero superficial y con pocos escrúpulos (salvo excepciones muy honrosas), más preocupado por el dinero, poder, celebraciones magníficas y aparatosas, pero que persigue a los que intentan ser fieles al mensaje de Jesús. Tengo muchos amigos curas que sufren calumnias y acusaciones y son duramente perseguidos por otros miembros del clero (sobre todo los que ocupan cargos más importantes en la diócesis), por ser buenos e intentar ser fieles al mensaje de Jesús. ¿Quiero yo someterme a eso? Esa es una pregunta importante en mi proceso de discernimiento… La pregunta sobre si ‘vale la pena’ me acompaña constantemente en el cuadro actual de nuestra iglesia. Y esa pregunta tiene más peso que temas como el del celibato. Me gustaría saber algún día cómo se las arreglaron otros con esas persecuciones, acusaciones e injusticias sufridas en el ejercicio de su ministerio. Creo que su experiencia me ayudaría mucho en mi discernimiento.

Como te he dicho trabajo en la parroquia de S. XX, en un barrio de clase media baja y pobre en la periferia de la capital… Ahora vivo en la casa parroquial y estoy contento de que me hayan enviado a esta comunidad, que es viva y participativa y con gentes muy cálidas y acogedoras. Los fines de semana la iglesia está siempre llena. Este cura me parece que personifica la imagen del ministro ordenado que presentabas en tu libro Hombres de la comunidad“.

Quitemos importancia al elogio final, pero tomemos en serio palabras que brotan de una persona competente y con la mejor buena voluntad del mundo. No diré de momento el resultado de su discernimiento, sino sólo aquellas palabras de Jesús: “Quien tenga oídos para oír que oiga”.

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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