Santiago García Aracil: “Las causas de la crisis son éticas y vienen de lejos”

El presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, apela a la dignidad humana

garcia-aracil(Miguel Ángel Malavia) El domingo 14 se celebra la solemnidad del Corpus Christi, también Día de la Caridad. Con tal motivo, Vida Nueva entrevista a Santiago García Aracil, arzobispo de Mérida-Badajoz y presidente de la Pastoral Social de la CEE.

Son cada vez más las voces que dicen que a la actual crisis económica la precede otra de valores. ¿Cuál es el diagnóstico de esa pobreza ética?

Una crisis así no tiene raíces a flor de tierra, sino muy profundas. Las causas son muchas y vienen de lejos. Pertenecen al ámbito de las ideologías, de la ética. El ansioso apetito de bienestar material, el desenfrenado protagonismo del ego; la ciega competitividad basada principalmente en el ánimo de lucro sin escrúpulos; la interdependencia internacional de corte principalmente materialista y económico; la deficiente ordenación de los planes educativos casi exclusivamente fundamentados en la orientación de las personas para el “hacer”; el descuido de una respetuosa formación de la persona en lo que pueda aportarle razones profundas y consistentes para valorar el bien común, la verdadera justicia entre las personas, los grupos y los pueblos; y un concepto muy reduccionista del progreso, son motivos que subyacen a una crisis que, erróneamente, se cifra en su dimensión económica. 

No niego la importancia del problema económico. Creo que todavía son pocos los esfuerzos realizados y que deberían ser mejor ordenados desde instancias políticas, financieras y de cooperación internacional. Pero si las causas son antiguas, profundas y diversificadas, es absolutamente necesario que comencemos a pensar, a dialogar, a proponer y a programar vías de solución. En caso contrario, dejando que lo urgente desplace la atención de lo verdaderamente importante, no sólo no podremos salir de la injusticia que está en las raíces del problema, sino que crecerá el deterioro humano aunque se disimule ocasionalmente con otras manifestaciones engañosas.

¿Nos encontramos ante una oportunidad real y tal vez única para revertir algunos principios del sistema económico y social imperante que se han demostrado injustos?

Los sistemas económicos y los modelos sociales adecuados para una justa distribución global de la riqueza son constitutivamente cambiantes. Así ocurre con todo lo humano, salvo en aquello que pertenece a la esencia misma de la persona y a los valores fundamentales. Éstos son anteriores a las leyes que pretendan ser justas, a los consensos sociales que busquen el bien común y el respeto a la dignidad y a las libertades fundamentales de las personas, los grupos y los pueblos. Esta crisis debe llevarnos a replanteamientos muy serios y compartidos, que enriquezcan la base de las necesarias negociaciones, y que cuenten con la generosidad política, económica e ideológica. 

¿Cuál es la propuesta de la Iglesia para dar la vuelta a una situación que ha dado pie a la desigualdad social? 

La Iglesia defiende las actitudes y los procedimientos que brotan de un profundo respeto a la dignidad de la persona y a los derechos fundamentales de los seres humanos y de los pueblos. Así lo viene manifestando bien claramente en el magisterio del Concilio Vaticano II y de los Papas. Se trata de elaborar unos principios de justicia y equidad exigidos por la recta razón, teniendo en cuenta a todos los hombres en su integridad; considerando el orden de sus necesidades materiales, de las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa; y considerándolo en su ámbito social, nacional e internacional. Dichos principios han de fundamentarse en la solidaridad, que, a su vez, está en la base de la justicia. 

¿La Iglesia puede encabezar, con la fuerza de la voz y el testimonio, esa ‘revolución’ ética que conlleve a un mundo más justo e igualitario?  

La Iglesia debe ser levadura en la masa de los pueblos para que fermente en el mundo cuanto concierne a la plenitud de las personas en su ámbito individual, familiar y social, y de cuanto debe contribuir a la recta ordenación de los principios, de las leyes y de las estructuras que han de sustentarlas. Más allá, la Iglesia no tiene por qué liderar modelos o estrategias políticas, económicas o laborales. Sin embargo, corresponde a los cristianos, a cada uno según su condición particular, comprometer su esfuerzo personal o asociativo en la orientación del orden temporal de acuerdo con la verdad, la justicia, el amor y la paz. Este cometido tiene, en algunos ámbitos, un verdadero carácter de revolución, contraria a toda violencia, y siempre acorde con el buen entendimiento de todos. 

En el nº 2.664 de Vida Nueva.

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