Libros

Cristianismo y ciencia


Esta obra de John F. Haught (Sal Terrae, 2008) es recensionada por José Manuel Lozano-Gotor.

libro-cristianismo

Cristianismo y ciencia. Hacia una teología de la naturaleza

Autor: John F. Haught

Editorial: Sal Terrae

Ciudad: Santander

Páginas: 288

(José Manuel Lozano-Gotor Perona) Creo que la teoría de la evolución debe verse como un gran regalo de Charles Darwin a la religión”. Esta frase del eminente biólogo F. J. Ayala (El Cultural, suplemento del diario El Mundo, 6 de febrero de 2009) capta a la perfección el tenor de la obra del estadounidense John F. Haught, teólogo católico y una de las voces más reputadas en el diálogo entre teología y ciencias. La mayor parte de los escritos de Haught está dedicada a pensar a “Dios después de Darwin” bajo la experta guía de Teilhard de Chardin y su visión de la progresiva “cristificación” del universo

Conforme al subtítulo del libro, Haught se propone ofrecer el andamiaje para elaborar una teología de la naturaleza, o sea, para concebir a la naturaleza como creación, más aún, como espacio de revelación de Dios. Pero, en una era de la ciencia, semejante empresa es vista con recelo: ¿no nos dice la ciencia ya todo lo que merece la pena decirse sobre la naturaleza?

La ciencia parece perfilarse como única vía segura de conocimiento, e incluso hay quien insinúa que sólo tiene existencia real lo que puede ser descrito científicamente. Tales sublimaciones ideológicas de la ciencia -el cientifismo y el naturalismo- son, a juicio del autor, los grandes obstáculos para el diálogo fructífero entre teología y ciencia, no la ciencia en sí. De ahí que sea fundamental recordar los límites del método científico, que, en aras de la exactitud y la predecibilidad, excluye por principio aspectos tan básicos de la existencia humana como el sentido, la finalidad o la esperanza. Por mucho que avance el conocimiento, la ciencia nunca despojará al mundo de su halo de misterio… y ése es ya el terreno de la experiencia religiosa.

Doble clave

Para los cristianos, la revelación de Dios en Cristo nos brinda acceso a ese Misterio que envuelve al mundo. Atendiendo a esa revelación, aprendemos a interpretar la naturaleza desde una doble clave: la humildad de Dios y la promesa divina. La primera nos habla de un Dios que quiere la existencia de algo distinto de Él y se auto-limita libremente para hacerla posible y ser capaz de mantener con dicha alteridad una relación continua que no suprima la autonomía de la creación, ni su concreción más excelsa: la libertad humana. Pero también nos recuerda que ese Dios no permanece indiferente ante el sufrimiento de sus criaturas, sino que desciende junto a ellas a fin de compartir la oscuridad de su existencia e iluminarla en lo posible. Por otra parte, el énfasis en la promesa divina plasma la convicción de que el abajamiento de Dios abre para la creación la senda evolutiva hacia una plenitud futura en la que toda criatura será lo que está llamada a ser. Lo interesante es que estas dos ideas no sólo son conciliables con la visión evolutiva del mundo, sino que resultan potenciadas y enriquecidas por ésta.

Sobre semejante trasfondo, Haught intenta extender al conjunto de la naturaleza la esperanza de la resurrección con miras a contrarrestar la tesis naturalista de que el estado básico del universo es la muerte y de que la vida no representa más que una fugaz y azarosa excepción. El cristiano no puede aceptar esta visión porque, para él, el universo está sostenido y embebido por el Espíritu de la Vida.

Especial mención merece el capítulo sexto, dedicado a reformular el problema del mal y el sufrimiento en el mundo. Haught aboga por desacoplar la teodicea de la idea de expiación y colocarla en el horizonte de un futuro redentor y consumador. En la práctica, esto significa entender el sufrimiento asociado a la vida como el coste inevitable de la constitución de seres libres: Dios no puede crear ya acabado y perfecto desde el principio un mundo que sea escenario de libertad, porque ésta -por su propia índole- ha de surgir espontáneamente en la naturaleza, no es determinable de antemano. El autor insiste en que un mundo que incluya el potencial de la libertad no puede ser sino inacabado, evolutivo y pendiente de perfección futura. Por necesario y enriquecedor que sea este planteamiento, uno se pregunta si basta para suscitar esperanza a la vista de los abismos a los que se asoma la experiencia humana.

En el nº 2.664 de Vida Nueva.

Actualizado
12/06/2009 | 08:33
Compartir