Aranguren, centenario de un pensador cristiano

Una exposición en la Residencia de Estudiantes conmemora los cien años del nacimiento del filósofo

aranguren(Juan Carlos Rodríguez) El 9 de junio se ha cumplido el centenario del nacimiento de José Luis L. Aranguren (Ávila, 1909-Madrid, 1996), a quien recuerda una exposición, Aranguren: filosofía en la vida y vida en la filosofía, en la Residencia de Estudiantes. El objetivo es “reivindicar la figura y la obra” de una de las personalidades “más relevantes y vigentes” del pensamiento contemporáneo español, según la comisaria, Ana Romero. “Es una exposición austera que no enaltece, sólo da a conocer cómo era mi padre. A él le habría gustado mucho, porque era austero y aquí no hay medallas ni premios, sólo su trayectoria vital”, opina Felipe López Aranguren, su hijo.

aranguren-2Fotografías, cartas, dibujos, libros y diferentes documentos a través de los cuáles se muestra el viaje de Aranguren desde los años cuarenta hacia la apertura de su conciencia crítica -que coincide con su llegada a la universidad- a mediados de los cincuenta y que le lleva a interesarse por la filosofía como realidad social, para finalmente converger en su amplia presencia pública, a partir de los sesenta y, sobre todo, de los años de la Transición. La exposición se ha organizado cronológicamente en cuatro partes –Tradición y crítica (1945-1955), Nuevos espacios para la filosofía (1956-1965), Pensamiento itinerante (1966-1976) y El oficio del intelectual (de 1976 en adelante)-. Estos espacios cronológicos se han articulado, a su vez, en torno a tres reflexiones constantes en la vida y la obra de Aranguren: la religión, la ética y la política. “En esta exposición hemos querido contar todas sus facetas -dice Romero- y narrarlas en paralelo a la historia de España”.

Sin embargo, subyace en la muestra esa visión de “ese hombre profundamente religioso”, como lo llama su discípulo, Javier Muguerza, sobre esos otros Aranguren: el reconciliador político, el obediente estudiante de Derecho, el profesor de Literatura en América, el renovador universitario, el represaliado, el amigo de artistas y poetas, el encantador de periódicos de la Transición y una de “las voces más escuchadas” de la España de los 80. La familia del filósofo ha donado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) alrededor de 20.000 documentos, todos los que el catedrático y ensayista fue acumulando a lo largo de su vida, y sobre los que se ha realizado el montaje, aunque tan sólo se exponen algunos de ellos, apenas doscientas piezas. “Es el legado de un filósofo crítico que abrió con su obra nuevos espacios a la reflexión cultural española. También presenta al intelectual atípico que supo sacudir las conciencias morales y políticas de la época”, según Ana Romero. Como esos libros básicos, de autores fundamentales para entender la España del siglo XX que hacía leer a sus alumnos en su exilio californiano: Luis Martín Santos, Carmen Laforet, Juan Benet, Sánchez Ferlosio, Cela o J. L. Abellán. O aquellos otros que configuraron su primer santuario intelectual: San Agustín, D’Ors, Zubiri, Ortega, Machado, Rilke, Kierkegaard… “En definitiva, la exposición muestra a Aranguren a partir de sus prácticas, sus libros, sus actuaciones, sus imágenes, y la interacción de todo ello en un espacio y un tiempo determinados, los que le tocó vivir”. La muestra ha sido organizada por el Instituto de Filosofía del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) y la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.

aranguren-3Tradición y crítica (1945-1955) marcan el inicio de la trayectoria intelectual de Aranguren. Buen ejemplo de ello es el entorno del que se nutre (Ortega, Zubiri y D’Ors); la estrecha relación que establece con los poetas Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y José María Valverde; la influencia de Dionisio Ridruejo y Laín Entralgo, o su trabajo como articulador de las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián, reuniones que pone en marcha a finales de los cuarenta y donde consigue convocar a numerosos pensadores extranjeros en unos momentos en que España no era precisamente un foco de reflexión. El final de esta etapa lo encarna el artículo que publicó en 1953 sobre los exiliados en Cuadernos Hispanoamericanos, titulado “La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración”, que muestra el papel que desempeñó en el comienzo del diálogo cultural e intelectual con los escritores del exilio. Es entonces cuando abre Nuevos espacios para la filosofía (1956-1955), a partir de su acceso a la cátedra de Ética y Sociología en la Universidad Central de Madrid. Ahora, sus publicaciones muestran un activo compromiso con presencia universitaria. Singular es el material referido al funcionamiento del Seminario Eugenio d’Ors, en el que es visible su preocupación por la democratización de la enseñanza, las normas pedagógicas y éticas exigibles.

Pensamiento itinerante

La consabida expulsión de la cátedra por el Gobierno de Franco lo condena a convertirse en Pensamiento itinerante (1966-1976) por universidades y centros docentes europeos y americanos. En 1969 es nombrado profesor permanente de la Universidad de California en Santa Bárbara. Del reflejo político y social de la separación de la cátedra hablan los titulares publicados en la prensa y los documentos que confecciona la Oficina de Información Diplomática para distribuir entre las oficinas en el extranjero, que marcan la pauta y la consigna de la repuesta. La ausencia física de Aranguren, paradójicamente, amplificó su presencia en el panorama intelectual español. En 1976 vuelve a la cátedra y al “oficio del intelectual”. Los temas que ahora le interesan están relacionados fundamentalmente con la cultura, la política y los problemas sociales, aunque no abandonará su crónica anual sobre el Foro del hecho religioso. Porque la religión es básica a la hora de comprender su figura. Manuel Fraijó reflexiona en el catálogo sobre el itinerario religioso de Aranguren o, más bien, sobre lo que tantas veces se ha llamado “la sostenida dimensión religiosa del pensamiento de Aranguren”. Son muchas las páginas que dedicó al estudio de la religión. Como recuerda Fraijó, alguna vez escribió que se había dedicado “por igual” a la ética y a la religión. Según afirma, fue “una religiosidad abierta, crítica, e incluso heterodoxa”, que, como la de tantas otras personas, “caminó del brazo del tiempo y de la historia”. Pedro Cerezo, otro destacado discípulo, consideraba a su maestro “un hombre rotundamente religioso” que vivió el lado positivo de la religión, su vertiente amable y consoladora, pero que también apuró “la experiencia de la noche oscura”, la cara negativa de la soledad y la desolación. “Hombre de talante ‘bifronte’ -ha escrito Cerezo-, estaba en el mundo como un ser perplejo, desorientado a veces, y probablemente con fuertes crisis de fe; pero, al tiempo, le acompañaba una tibia esperanza, una certidumbre oscura de que ‘Dios no se ha podido quedar atrás'”. Según Cerezo, la religiosidad de su maestro en una doble aceptación: la del misterio del mundo, y la de la coherencia de los valores respecto a un valor incondicional. Eso no era óbice para su acción católica intelectual, que ha sido definida como un tránsito del “catolicismo al cristianismo” o, dicho de otro modo, a su voluntad de “salvar” las esencias de lo católico. Miret Magdalena dijo que “es muy posible que, en su generación, ningún otro pensador laico arrimase tanto el hombro para vivir, explicar y defender su catolicismo”. Su obra Catolicismo, día tras día sea tal vez su expresión más lograda de lo que, en cierto modo, fue su divisa: el catolicismo no debe quedar al margen de cuanto se mueve en el ámbito de la cultura.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.664 de Vida Nueva.

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