Carlos Gutiérrez: “El monasterio provoca que los jóvenes se planteen preguntas”

Prior del monasterio de Sobrado

carlos-gutierrez(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) La jornada Pro Orantibus del día 7 de junio nos estimula para encontrarnos con la vida consagrada contemplativa. Esa parcela de la vida consagrada, imprescindible, que nos recuerda el sentido del silencio y la contemplación; la gratuidad y el misterio. Sobrado dos Monxes (A Coruña) es un monasterio al borde del Camino de Santiago. Hace años, una comunidad del Císter llenó de vida sus claustros, y esos mismos claustros están sirviendo para que, no pocos, descubran a Dios en la vida. Carlos Gutiérrez es el prior de la comunidad. Esta semana nos ayuda a entrar un poco más en la vida monástica.

¿Quién es Carlos Gutiérrez Cuartango? 

La verdad es que me cuesta decir algo sobre mí que me defina. Quizás los que me rodean podrían decirlo mejor que yo mismo. Me siento un simple ser humano, cada día más feliz de sentirme hombre, amante de mis hermanos, de todo lo humano, de la creación, de nuestro bellísimo planeta, pequeñito en medio del inmenso cosmos, cada día más sensible y vulnerable al sufrimiento y al dolor, feliz de la vida que llevo en el monasterio desde hace 28 años y que me ayuda a crecer en humanidad, desde abajo, y me permite sentirme uno con todo. 

¿Cómo es un día normal para el prior de Sobrado?

Mi jornada se desenvuelve siguiendo el mismo ritmo de la comunidad: oración litúrgica, lectio divina y trabajo, entre las 4:45 y las 21:45. La verdad es que mi trabajo no es manual, que es lo propio de los monjes, sino de despacho, siempre disponible a los hermanos, a los asuntos comunitarios y oficiales.

¿Cuál es la lectura que hace de la sociedad y de la vida consagrada?

No puedo dejar de ver la sociedad como el ámbito en el que se desarrolla la vida humana. Me alegro con todas sus conquistas humanizadoras, y me duelen las realizaciones que nos apartan de nuestra vocación de hijos de Dios. Pero los seres humanos somos como somos, capaces de lo mejor y también de lo peor, y sabiendo esto, y no sé por qué, mi mirada es esperanzada, confiada en que a pesar de todo siempre vamos a mejor, con la certeza de que todo colabora para una vida más lograda y de que al fin todo acabará bien.

La vida consagrada me parece que es un regalo inestimable para nuestro mundo tan necesitado de gestos de generosidad y gratuidad. Cada día me asombro más de esta manera tan peculiar y divina de estar en el mundo.

¿Qué aporta la vida monástica a una sociedad del Primer Mundo?

Creo que, sin pretenderlo y sin proponérselo, está en condiciones de aportar varias cosas importantes: sentido de trascendencia, sentido existencial, cuidado por lo sencillo, valor de la gratuidad, experiencia de humanidad, calidad en las relaciones interpersonales, posibilidad de vivir el aquí y el ahora como tiempo real y fecundo, acogida y comprensión de cualquier ser humano, la posibilidad de convivencia por encima de las ideologías… No sé, la verdad es que soy un enamorado del estilo de vida que llevo y es fácil que me deje llevar de la pasión, pero creo que en el “sinsentido” de nuestra vida se manifiesta una luz maravillosa.

¿Qué es lo que más valora la juventud de una comunidad monástica?

Algunas de las cosas que acabo de decir, pero quizás sin formularlo de la misma manera como lo acabo de hacer. La juventud se siente acogida, comprendida, querida… Encuentra un ámbito desconocido -el ambiente de silencio, soledad, sobriedad…- al que no está acostumbrada y, por lo tanto, sugestivo, capaz de plantearle preguntas. Si además ven que los monjes pueden ser felices, que se quieren, que están “al loro” de lo que sucede “fuera”, les puede incluso “chocar”. Algunos descubren que en este clima les resulta más sencillo encontrarse a sí mismos, otra manera distinta de vivir; si bien a otros, por la misma razón, puede suscitarles rechazo.

MIRADA CON LUPA

Toda la vida consagrada debe ser contemplativa, si quiere tener algo que decir. Algunos lo explicitan. Nos recuerdan que es posible. Gritan con su silencio que los signos del Salvador hablan por sí solos. No cabe duda de que nos asalta un gran interrogante. ¿Cómo llegará la Palabra a las generaciones más jóvenes? ¡Cuánto esfuerzo y dinámica! ¡Cuánto hacemos con ellos para ganarlos… y, a veces, diluirnos! La Escritura nos recuerda que se le buscó en el artificio, lo sorprendente y majestuoso… y no estaba. Los monasterios llenos, o casi vacíos y llenos de años, son la mejor catequesis, la mejor parábola del valor de la Palabra. La Iglesia local tiene que valorarlos, cuidarlos, visitarlos y disfrutarlos… y un día al año no basta. 

lagonzalez@vidanueva.es 

En el nº 2.663 de Vida Nueva.

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