‘Voces y signos’ inundan la catedral de Burgos

‘Voces y signos’ inundan la catedral de Burgos

Exposición de Javier Pérez y Alberto Corazón en el templo gótico

pila-bautismal(Juan Carlos Rodríguez) Voces y signos, tañidos, lamentos y gozos. La catedral de Burgos renueva el lenguaje litúrgico. De algún modo, ya lo había intentado, pero es ahora con Javier Pérez y Alberto Corazón cuando el templo burgalés exhibe la verdadera dimensión del arte contemporáneo en contraste o complemento del templo gótico, insertándolo no sólo en el espacio expositivo del claustro bajo, sino dejándolo discurrir por el exterior y el interior de la catedral, renovando así “la relación entre arte y liturgia”, según el propio Javier Pérez (Bilbao, 1968). El escultor ha concebido veinte campanas negras de vidrio soplado -realizadas por el Centro de Investigación de Artes del Vidrio de Marsella- para circundar el claustro gótico. Caen a diferentes alturas, mostrándose como “un coro monástico o una comitiva fúnebre”.

Doce tañen como se espera de una campana, pero tienen como badajo inquietantes brazos de resina amarrados a una cuerda, que se mueven como si tuvieran vida propia mediante un pequeño mecanismo motorizado. Este tañido constante y repetitivo alerta, según explicó el autor, “de forma amenazante sobre la condena a la que todos estamos sometidos, una condena sin fisuras”. Las restantes, ocho, se encuentran habitadas y su alma es un auténtico misterio, hasta que reproducen solitarios susurros, ansiosas respiraciones, súplicas o irreconocibles rezos, que van aumentando de intensidad dando paso a una compleja y ahogada polifonía compuesta por Joan Sanmartí e interpretada por Mariona Sagarra y el grupo vocal de música antigua Reservata de Barcelona. “Hay un riesgo obvio que tiene que ver con la arquitectura del claustro cuando uno interviene en un lugar así -afirma Pérez-. Es tan potente que cualquier afán de competir con ella está condenado a una derrota segura. Por eso, quise intervenir a través del sonido, porque me pareció una manera más sutil de abarcar el espacio del claustro. La intervención es mínima visualmente y, sin embargo, es muy potente”

El artista vasco ha concebido exclusivamente para la seo burgalesa estas Voces, que a la composición de las veinte campanas de vidrio soplado que aprovechan la especial acústica del templo ha unido 59 tétricas calaveras, como si fueran 59 cuentas, que se extienden por el pozo central del patio, lo rodean, acercándose peligrosamente al vacío. Cuentas, restos óseos en bronce, sostenidas por dos grilletes en los extremos a modo de cruz. Voces, según el propio Javier Pérez, que invitan a reflexionar sobre “el inevitable paso del tiempo”. Las dos piezas llevan nombres inapelables: Lamentaciones, que es lo que representan las campanas, una evolución de la instalación que realizó en 2004 para el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en el Palacio de Cristal de Madrid. Y Rosario (Memento mori), que es el título de la composición de calaveras. Terrible, pero también contundente y disuasorio.

A Alberto Corazón (Madrid, 1948) el propio templo burgalés le llevó a reflexionar sobre el origen de todo como base de su creación. Y el “origen de todo” es el agua, la tierra y el fuego. Origen también de la liturgia y del arte. De ahí que Corazón reproduzca la llama de amor viva y el verbo, un retablo admirable. El resultado es una pintura mural de dos metros por cinco, óleo sobre lienzo, con la zarza ardiente de Moisés “como ramas incendiadas en medio de la tormenta”, según la cita de Saint-John Perse. En la muestra se pueden contemplar objetos, iconografías, creaciones que juegan exclusivamente con colores, y, cómo no, lo que el artista definió como el trazo más precioso: las palabras escritas sobre el papel. Aunque las palabras no les alcanzan a Javier Pérez ni a Alberto Corazón para expresar “la emoción al adentrarse en la catedral y sentir sus viejas piedras y su nueva espiritualidad”. Y agua, tierra y fuego, los tres elementos, son “esenciales desde el punto de vista simbólico y espiritual”, según Corazón, por eso se funden en Signos. Y por eso el diseñador recrea todas las piezas necesarias para la comunicación divina. Lo hace junto al fuego, en el centro de la sala, con una gran pila bautismal de bronce. 

Lugar de energía y piedad

campanas-negras

Además, Corazón ha recreado una especie de capilla en la que pretende recoger la esencia del templo catedralicio “como lugar cargado de energía y piedad”, un retablo con el que se recupere algo de su esencia primigenia “para que la obra, las pinturas y los objetos puedan volver a expresar lo indecible”, indicó Corazón. En él, el verbo se hace carne, el altar recupera la presencia de los tres elementos -simbolizados en tres casullas, una para cada uno de ellos-, un sagrario y un vía crucis con ocho estaciones que se corresponden con las Canciones del alma de san Juan de la Cruz, redescubiertas por el polifacético artista, que insta a no perderse sus versos: “Oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada…”. Transformación que también protagoniza el propio templo. Alberto Corazón lo destacó: “Estoy contento de participar en un proyecto cultural creciente, que es una metáfora de la propia catedral, que no se diseñó como una pieza completa sino que se le fueron añadiendo cosas y ahora sigue creciendo con el arte”. 

El presidente del Cabildo Catedralicio, Juan Álvarez Quevedo, destaca que con exposiciones como ésta “el arte se hace catedral”. La exposición es el quinto capítulo del proyecto Siglo XXI: Arte en la catedral, un programa que nació hace cinco años con el objetivo de reactivar la histórica relación entre la Iglesia y los creadores estableciendo un diálogo abierto entre el arte religioso y las manifestaciones plásticas más actuales. Para conseguirlo se encarga anualmente a dos artistas contemporáneos la realización de obras inspiradas en la catedral y creadas para ser expuestas en su claustro bajo. Por él han pasado  Carmen Calvo y Miquel Navarro (2005), Martín Chirino y Gerardo Rueda (2006), José Manuel Ballester y Stephan Balkenhol (2007) y Bernardí Roig y Marina Núñez (2008), que juntos han alcanzado las 420.000 visitas. La muestra está promovida por el Cabildo Catedralicio y Caja de Burgos, institución que adquiere parte de las obras realizadas para la ocasión, para luego donarlas al patrimonio del templo burgalés. Cuando finalice esta muestra el 6 de septiembre, la catedral contará con una colección de 16 piezas de arte contemporáneo nacidas de la inspiración de diez prestigiosos creadores. “Este proyecto tiene un doble objetivo que va desde la promoción del arte contemporáneo hasta la conservación y promoción del enorme patrimonio del templo burgalés”, según Álvarez Quevedo. Y lo consigue con elecciones tan acertadas como la de Javier Pérez, uno de los escultores de mayor proyección internacional de su generación. Entre su extensa biografía, que comienza en los años noventa, se encuentran exposiciones realizadas en museos internacionales como La Ancienne Dounae o el Musées de Strasbourg. Por su parte, Alberto Corazón, diseñador y escultor, es uno de los artistas españoles más destacados. En su trayectoria destaca su participación en exposiciones internacionales y su contribución a la proyección del arte español con varios textos de vanguardias históricas. La muestra ha estado comisariada nuevamente por Rafael Sierra, como una alusión  a la muerte, la fugacidad de la vida, el misterio, los ritos, la trascendencia, el amor… En cierto sentido, el arte, aunque pasen los siglos, sigue representando lo más misterioso del ser humano.

jcrodriguez@vidanueva.es 

En el nº 2.663 de Vida Nueva.

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