Erri de Luca: “Estudiar la Biblia me ayudó a vivir”

El autor italiano presenta en España ‘El día antes de la felicidad’ y ‘Don quijote y los invencibles’

erri-de-luca(Juan Carlos Rodríguez) Erri de Luca (Nápoles, 1950) fue miembro de la Lotta Continua, pero también ex obrero de la Fiat y conductor de convoyes humanitarios en Bosnia. Hoy sigue siendo un alpinista devoto y un prestigioso experto en hebreo antiguo y asuntos bíblicos sin ser creyente. Tiene mucho de resistente, de un hombre de otro tiempo con múltiples vidas y todas vividas con intensidad. También es un reputado novelista, muy leído en Italia y España, desde que escribió, hace 20 años, su primera obra, Aquí no, ahora no. Pero, sobre todo, se le conoce por sus últimas novelas: El contrario de uno y En el nombre de la madre, bella recreación de cómo una madre, la virgen María, vivió su propio embarazo. Ha estado en España para presentar El día antes de la felicidad (Siruela), su última novela, y la obra de teatro Don Quijote y los invencibles.

Aunque usted sea un reconocido “no creyente”, la Iglesia católica le admira como autoridad por sus estudios bíblicos.

Me alegro mucho de que también sea así en España. No lo sabía. Sé todo lo que se me respeta en Italia. Es curioso que se me aprecie así en el mundo católico, incluso más que en el mundo hebraico. Creo que, simplemente, se me admira porque trato con mucho respeto la Biblia, no me tomo ninguna confianza, ninguna ligereza. Mis traducciones van directamente a la fuente y trato de darle fuerza, restituyéndole detalles o apreciaciones que se habían omitido y perdido. Es un servicio que un no creyente como yo hace a la comunidad católica, hebraica y religiosa en general.

¿Cree que necesitamos quizás en estos tiempos una vuelta a las fuentes originales?

Sólo puedo decir lo que me ocurre a mí. Todo lo que hago, mi único interés, está guiado por remontarme a la fuente, al origen. Es obvio que cada vez nos alejamos más cronológicamente de aquel origen bíblico, y por tanto, nos será más complejo volver atrás. Así que no hay que esperar más. Como el salmón que considera que cuando ha acabado su ciclo vital regresa al origen y remonta el río, creo que el cristianismo debería volver al origen porque le hará retomar fuerzas. Juan Pablo II intentó subrayar el valor de la fuente y del Antiguo Testamento. 

Como Benedicto XVI…

No tanto como Juan Pablo II. No es su objetivo principal.

¿Cuándo comenzó su interés por la Biblia?

Fue durante mi vida como obrero. La jornada se comía todas mis energías y quería hacer algo mío. Entonces comencé a leer el Antiguo Testamento una hora antes de ir a trabajar y estudié el hebreo antiguo. Luego, esas frases que leía, rumiaban en mi cabeza y me acompañaban durante las horas de trabajo. Como cuando comes una aceituna y te quedas con el hueso en la boca. Te queda el regusto. Para mí, esa lectura y ese estudio tenía un sentido físico, me ayudaba a vivir.

¿Qué vio en ella? 

Me interesó porque no la considero literatura en sentido comercial. La literatura siempre quiere acercarse al lector, cautivarlo. A esas historias parecía que no les importaba el lector.

En cierto modo, es lo que usted hace con su literatura, ¿no?

Yo cuento hechos que antes han sucedido. No invento nada. Soy un contador de historias reales. Por eso, en mis novelas todo sucede como si pasara por segunda vez. Y cuando uno vuelve a contar algo, lo hace ya discriminando lo que no es esencial. Eso me permite evitar lo superfluo.

Es lo que hace en el libro ‘En el nombre de la madre’. ¿Por qué sintió la necesidad de contar de nuevo esa historia?

No tenía necesidad. Todas las historias son magníficamente gratuitas. Son nuestro modo de hacernos compañía desde los tiempos de la caverna y transmitirnos herencia, conocimientos, experiencia. Sólo existe el placer de contarla desde otro punto de vista, del punto de vista de una muchacha. Lo que para mí contaba es no herir las sensibilidades de los feligreses ni tampoco forzar la imaginación de los no creyentes.

Sola contra el mundo

¿Cuáles fueron sus fuentes?

Tan sólo dos evangelios, Mateo y Lucas, y toda la tradición hebraica antecedente, porque aunque esté en el Nuevo Testamento, es una historia del Antiguo Testamento. Se trata de un embarazo fuera de la ley y, en su caso, era particularmente grave: ella estaba destinada a ser apedreada por el pueblo. Pero lo podemos contar hoy porque ha terminado bien. Eso es lo que nos gusta de esta historia. Es la historia de una chiquilla de 14 años que, en tan sólo un instante, se convierte en otra criatura. Y la misión que le ha sido encomendada desencadena en su interior una fuerza que llaman “gracia”, pero en realidad es una fuerza de lucha, de combate. Se queda sola contra el mundo, desafía sus leyes, y es considerada una adúltera. Incluso su marido duda, al menos una noche. En cambio, ella, no duda nunca de ese mensaje que le anuncia como Madre de Dios.

Otra madre, esta vez la suya, está muy presente en su última obra, ‘El día antes de la felicidad’.

Ella me la contó. Es la historia de Nápoles antes de la insurrección contra las tropas nazis en 1943. La historia la contaban las mujeres porque los hombres no estaban. Ellos habitaban en el frente o en la cárcel o emboscados. Nápoles es una ciudad indefendible, por tanto es muy fácil de invadir, pero lo que no se puede invadir es el corazón de los napolitanos. La insurrección fue una pura acumulación de tensión. Fue una mezcla de pequeñas historias. Una combinación de miedo, cotilleos y también de comicidad. 

Una ciudad de la que no tardó en irse…

Sólo puedo volver a Nápoles a través de la literatura. Aquella Nápoles no era como la de hoy, ni más ni menos verdadera, pero distinta, una ciudad que entonces era no sólo una ciudad del sur italiano, sino del, digamos, sur mundial, con todas las pegas y problemas que eso implicaba. Tenía la más alta mortalidad infantil y la más alta densidad de Europa. Era una ciudad tomada por los americanos, la sede de la VI Flota. Entonces se parecía a Manila, a Saigón.

Don Gaetano, su protagonista, tiene mucho de Don Quijote…

No sé. No pensaba en él. Don Quijote es un héroe perfecto, incomparable con ningún otro. Don Gaetano sólo simboliza la herencia, que es un acto masculino, paterno. Es el padre el que transmite y entrega la pertenencia a un lugar. A través de sus relatos, el chico se da cuenta de que no es un huérfano, sino el hijo de una ciudad de la que tiene que aprender a marcharse.

Pero tiene algo de ese “héroe irreductible” que para usted es el Don Quijote que protagoniza su obra de teatro ‘Don Quijote y los invencibles’…

Los auténticos invencibles, como Don Quijote, no son los que ganan siempre. Son los derrotados, los vencidos que siempre caen y vuelven a ponerse en pie. Como, por ejemplo, los emigrantes de hoy día. Irreductibles, porque tras encajar reiteradas derrotas jamás se rinden, ni se acobardan. Los invencibles no son los que ganan las batallas, sino aquellos que, continuamente derrotados, nunca dejan de levantarse para afrontar otra batalla.

Volviendo a la novela, también es una alegoría de la felicidad. 

La felicidad es un golpe imprevisto. Ésa es la razón por la que no se puede contar con ella para nada, porque a lo sumo, es un empujón de alegría. De hecho, estoy convencido de que la mayor parte de las veces que pensamos en la felicidad es para referirnos al pasado, como memoria. La felicidad es una cita para la que uno nunca está preparado, aunque sabe que la va a tener, pero no sabe cuándo. Aunque hay que olvidarla tan rápido como llega, porque como viene se va. 

Estos tiempos no son precisamente proclives a la felicidad… 

Hemos pasado de un siglo político a un siglo económico. No se me ocurre peor insulto a nuestro tiempo.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.660 de Vida Nueva.

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