Con motivo de su festividad, reivindica un mayor protagonismo dentro de la sociedad
(Marina de Miguel) Se habla del mundo rural, pero nada se lleva a la práctica, a la acción. Tenemos leyes pensadas para protegerlo, pero muchas no se han puesto en marcha o funcionan a traspiés”. Carmen González, presidenta del Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos, resume la gran carga reivindicativa que tiene el Día del Mundo Rural (15 de mayo), una jornada alegre por ser San Isidro, pero también una ocasión para denunciar que “cada vez hay menos agricultores y que no interesan políticamente”.
Esta labor de apoyo y representación de quienes a menudo son relegados a un segundo plano no se queda en la celebración de la fiesta, va más allá y entronca con problemas tan actuales como la crisis económica. Prueba de ello es el lema elegido: El derecho a la alimentación, reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
La comida y el agua son derechos antes que bienes económicos”, explica el presidente del Movimiento Rural Cristiano, Santiago Álvarez Cabezón, indicando que de ello depende que “todas las personas puedan crecer con dignidad, libertad, justicia, paz y equidad”. Así recuerda la primera multiplicación de los panes que realizó Jesús y cómo compartiendo el alimento de forma justa, todos pudieron saciar el hambre.
En la erradicación de este “tsunami silencioso” que padecen más de 860 millones de personas en el mundo, Álvarez mantiene que juega un papel crucial “la voluntad política” pues, “sólo los gobiernos pueden poner en práctica este compromiso social, político y económico”.
Otra de las exigencias que se hace desde Rurales Cristianos es “la soberanía alimentaria”: el alimento es un medio necesario para sobrevivir. “Los pueblos tienen que tener derecho a decidir qué cultivar, con qué medios y con qué finalidad. No como en África, donde la economía actual lleva a muchos países a cultivar productos que no necesitan o materias capaces de ser transformadas en agrocombustibles”, apostilla el presidente.
Carmen González habla de compromisos que asumir de forma individual, como tener hábitos de consumo racionales y respetuosos con el medio ambiente; boicotear los productos de las grandes multinacionales, promoviendo el consumo de los locales o evitar el uso de semillas genéticamente modificadas. “Pero, sobre todo, empezar por dar respuesta a los hambrientos que tenemos más cerca, a la gente que está sufriendo la crisis y no puede, por sus propios medios, comer diariamente”. “El mundo rural -sostiene-, está empezando a sufrirla, en cuanto a que muchos no encuentran quien les compre sus productos. Y si lo hacen, ves en las tiendas cómo se han duplicado los precios, cuando ellos han recibido una miseria. Es incoherente que sobren alimentos y que haya hambre”.
Igual de preocupado se muestra Álvarez, para quien las únicas soluciones posibles pasan por conseguir más apoyos para la agricultura familiar y promover una conciencia cooperativa, que lleve la producción a la comercialización y se supriman los intermediarios.
VOZ DE LOS MÁS POBRES
Como Iglesia universal y pertenecientes a la Acción Católica, Rurales Cristianos presta su voz a los hermanos agricultores de los países más pobres. Así, se hacen eco de la situación que se vive en Palestina o gestionan comedores y centros de día en países en vías de desarrollo, como Nicaragua.
Ya dentro del ámbito de las diócesis, participan en las parroquias, en las catequesis o tendiendo una mano a los alejados y personas mayores, cuando éstos requieren su ayuda.
Muy significativa es la labor que se realiza con los jóvenes, -“a los que no llega nadie”, matiza Carmen González-, pues en su mayoría proceden del fracaso escolar. “Debido a que cada vez hay menos niños y jóvenes y a que se marchan a estudiar a los pueblos cabeza de comarca, es muy importante inculcarles la experiencia del mundo rural pues, si no apostamos por ellos, está claro que este mundo desaparecerá”.
En el nº 2.660 de Vida Nueva.