“La resurrección no es una teoría”, alienta Benedicto XVI

La tragedia del terremoto en los Abruzzos reviste el mensaje de Pascua de un significado especial

victimas-seismo-abruzzos1(Antonio Pelayo– Roma) La Semana Santa de este año ha quedado teñida por la inmensa tragedia del terremoto que en la madrugada del 6 de abril sembró muerte, destrucción y dolor en la ciudad de L’Aquila y toda la región de los Abruzzos. Benedicto XVI fue puesto al corriente de lo sucedido cuando aún no eran del todo conocidas las magnitudes de la catástrofe. Tras unos minutos de oración por las víctimas en su capilla privada, hizo llegar al arzobispo de la ciudad, Giuseppe Molinari, un telegrama en el que mostraba su “consternación” por la “dramática noticia del violento terremoto” y su cercanía a “los supervivientes y a cuantos de diversas maneras se prodigan en las operaciones de ayuda”.

A lo largo de toda la semana, el Papa ha manifestado de diversas maneras su dolor y sus deseos de compartir los efectos de la desgracia con los miles de víctimas que en pocos segundos perdieron a sus familiares -294 fallecidos a la hora de cerrar esta crónica-, sus casas y sus esperanzas e ilusiones. Joseph Ratzinger anunció el día 8 que iría al escenario de la tragedia “apenas sea posible”. La visita está sujeta a que las autoridades civiles den su visto bueno para que el Papa pueda desplazarse en condiciones razonables de seguridad, pero no han faltado quienes opinan que la presencia del pastor en medio de sus ovejas malheridas en el cuerpo y en el alma debería haberse producido en las primeras 48 horas tras el seísmo…

¿Cómo anunciar la alegría de la Pascua cuando las noticias cada día nos hablan de nuevas muertes, destrucciones, historias humanas truncadas para siempre? Éste era el desafío del Pontífice el Domingo de Resurrección, cuando, tras la misa en la Plaza de San Pedro, dirigió su mensaje pascual Urbi et Orbi desde la loggia central de la Basílica. “A todos vosotros -comenzó- dirijo de corazón la felicitación pascual con las palabras de san Agustín: ‘La Resurrección del Señor es nuestra esperanza’. Con esta afirmación, el gran obispo explicaba a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperáramos pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida. Cristo ha resucitado para darnos la esperanza”.

Vida triunfal

“Esta solemnidad -sigue el mensaje pascual, de estructura y género literario muy diversos a los de otros años- nos permite responder a este enigma (¿qué hay después de la muerte?), afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesucristo ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. (…) Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su ‘pascua’, su ‘paso’ que ha abierto una ‘nueva vía’ entre la tierra y el cielo. No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba”.

El anuncio de la Resurrección del Señor -continuó- ilumina las zonas más oscuras del mundo en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y al nihilismo, a esa visión del mundo que no logra trascender lo que es experimentalmente constatable y se abate desconsolada en un sentimiento de la nada, que sería la meta definitiva de la existencia humana. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, el ‘vacío’ acabaría ganando. Si prescindimos de Cristo y de su Resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su experiencia sería ilusoria”.

monjas-en-via-crucisEn la última parte de su bello mensaje pascual -que leyó sentado, teniendo a su lado a los cardenales diáconos Julián Herranz y Agostino Cacciavillan-, el Papa dijo: “Si es verdad que la muerte ya no tiene poder sobre el hombre y el mundo, sin embargo quedan todavía muchos, demasiados signos de su antiguo dominio. Si, por la Pascua, Cristo ha extirpado la raíz del mal, necesita, no obstante, de hombres y mujeres que lo ayuden siempre y en todo lugar a afianzar su victoria con sus mismas armas: las armas de la justicia y de la verdad, de la misericordia, del perdón y del amor. Éste es el mensaje que con ocasión del reciente viaje apostólico a Camerún y Angola he querido llevar a todo el continente africano, que me ha recibido con gran entusiasmo y dispuesto a escuchar. En efecto, África sufre enormemente por conflictos crueles e interminables, a menudo olvidados, que laceran y ensangrientan a varias de sus naciones, y por el número cada vez mayor de sus hijos e hijas, que acaban siendo víctimas del hambre, la pobreza, la enfermedad. El mismo mensaje lo repetiré con fuerza en Tierra Santa, donde tendré la alegría de ir dentro de algunas semanas. La difícil pero indispensable reconciliación, que es premisa para un futuro de seguridad común y de pacífica convivencia, no se hará realidad sino por los esfuerzos renovados, perseverantes y sinceros para la solución del conflicto palestino-israelí”.

En un tiempo de carestía global de alimentos -dijo cerca ya de la conclusión-, de desbarajuste financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de cambios climáticos preocupantes, de violencia y miserias que obligan a muchos a abandonar su tierra buscando una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante un porvenir problemático, es urgente descubrir nuevamente perspectivas capaces de devolver la esperanza”.

Al felicitar en diversas lenguas -este año fueron 63-, empezó: “Buena Pascua a vosotros, hombres y mujeres de Italia, en particular a los que sufren a causa del terremoto”. La numerosísima multitud prorrumpió en un gran aplauso solidario que llegó, sin duda, a L’Aquila, donde la misa pascual fue celebrada por el arzobispo en una tienda de campaña entre nuevos temblores de tierra, por fortuna, leves.

Jornada muy especial para unir el dolor de Cristo y el de los siniestrados por el seísmo era el Viernes Santo. Ese día, por especial concesión del Papa, tuvieron lugar los solemnes funerales y el entierro de la mayoría de las víctimas del terremoto. El Papa mandó a su secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, para presidir la Eucaristía y pronunciar la homilía. Envió también un cáliz e hizo portador de un especial mensaje suyo a su secretario personal, Georg Genswein, que lo leyó ante la conmovida multitud, incluidos los presidentes de la República, Giorgio Napolitano, y el Gobierno, Silvio Berlusconi. “En estas horas dramáticas -decía el mensaje- en las que una espantosa tragedia se ha abatido sobre esta tierra, me siento espiritualmente presente en medio de vosotros para compartir vuestra angustia, implorar a Dios el reposo eterno para las víctimas, el pronto restablecimiento de los heridos y para todos la valentía de continuar esperando sin ceder al desaliento”. 

‘Queda el amor’

papa-pascuaBertone dijo en su homilía, ante los más de 200 féretros alineados en tres hileras paralelas -en algún caso, el de los niños sobre el de alguno de sus progenitores-: “Nos inclinamos ante el enigma indescifrable de la muerte que, sin embargo, es también ocasión preciosa para comprender cuál es el valor y el auténtico sentido de la vida. La muerte nos hace tocar con la mano que todo puede desaparecer en un segundo -sueños, proyectos, esperanzas-. Todo acaba, sólo queda el amor. Queda sólo Dios, que es amor”.

Por la tarde tuvo lugar la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica vaticana, liturgia presidida por el Papa en la que, sin embargo, la homilía estuvo a cargo del predicador de la Casa Pontificia. “¿Por qué en el terremoto de los Abruzzos de estos días -se preguntaba el capuchino P. Raniero Cantalamessa ante el Papa y toda la Curia- se han derrumbado tantas casas recientemente construidas? ¿Qué es lo que indujo a usar arena del mar en vez de cemento armado?”. Preguntas a las que respondió con palabras de san Pablo, definiendo como “idolatría” la desenfrenada avaricia y la codicia del dinero.

De manera casi idéntica, el lenguaje de las meditaciones que acompañaron las catorce estaciones del Vía Crucis este año no se refugiaba en los tonos melifluos tantas veces usados por los predicadores proclives a la facilidad. Su autor ha sido el salesiano Thomas Menamparampil, obispo de Guwahati (India), que ha escrito unos textos incisivos y valientes con una meditación sobre la esperanza como prólogo: “Queremos decirnos a nosotros mismos que todo no está perdido en los momentos de dificultad. Cuando las malas noticias se suceden, nos oprime el ansia. Cuando la desgracia nos golpea de cerca, perdemos el valor. Cuando una calamidad nos convierte en sus víctimas, la confianza en nosotros mismos se ve sacudida y nuestra fe puesta a prueba. Como Job, buscamos el sentido de las cosas. Es verdaderamente en Cristo donde comprendemos el pleno significado del sufrimiento”. Palabras que parecían proféticamente predestinadas a aclarar y aliviar el dolor y la desesperanza provocados por el terremoto en tantas personas creyentes o menos creyentes.

Desafiar con la justicia

Benedicto XVI este año no llevó la cruz en ninguna estación, y siguió el piadoso ejercicio arrodillado en un reclinatorio frente al Coliseo. Le sustituyeron su vicario para la diócesis de Roma, cardenal Agostino Vallini; dos discapacitados; unas jóvenes indias; dos muchachos de Burkina Faso, y dos franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. “El modo de Jesús para combatir en favor de la justicia -dice el texto de meditación para la tercera estación- no es el de suscitar la ira colectiva de las personas contra el opositor, con la consecuencia de que son empujadas a formas de una mayor injusticia. Al contrario, es desafiar al enemigo con la justificación de la propia causa y suscitar la buena voluntad del opositor de tal manera que desista de la injusticia con la persuasión y la conversión del corazón. El Mahatma Gandhi llevó a la vida pública esta enseñanza de Jesús sobre la no-violencia con éxito sorprendente”.

papa-viernes-santoAl concluir el rito de las catorce estaciones, el Santo Padre afirmó que “mientras se yergue la Cruz sobre el Gólgota, la mirada de nuestra fe se proyecta hacia el amanecer del día nuevo y gustamos ya el gozo y el fulgor de la Pascua”. Y añadió: “Ahora oremos con María, la Virgen Dolorosa, oremos con todos los adolorados, oremos sobre todo con los afectados por el terremoto de L’Aquila; oremos para que también brille para ellos en esta noche oscura la estrella de la esperanza, la luz del Señor Resucitado”.

El Jueves Santo, el Papa celebró por la mañana, en la Basílica Patriarcal, la llamada misa crismal, en el curso de la cual se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y el santo crisma que se utilizan a lo largo del año en la administración de diversos sacramentos. Concelebraron varias decenas de cardenales y centenares de sacerdotes residentes en Roma. Anunció que había decidido enviar parte de los santos óleos y del crisma al arzobispo de L’Aquila -quien, al quedar semidestruida su bella catedral, no pudo reunir a su presbiterio ni celebrar la misa crismal-, como “un signo de profunda comunión y cercanía espiritual. Ojalá que estos santos óleos puedan acompañar el tiempo del renacimiento y de la reconstrucción, curando las heridas y sosteniendo la esperanza”.

apelayo@vidanueva.es

AYUDA A LA IGLESIA CHINA

Del 30 de marzo al 1 de abril tuvo lugar la segunda reunión de la Comisión creada por el Papa en el año 2007 para seguir de cerca y analizar la situación de la Iglesia en China. Las  notas de la Sala de Prensa sobre el particular son más bien sobrias y sólo permiten saber que el tema central de la misma ha sido la formación de los seminaristas y la permanente de los sacerdotes.

En el comunicado conclusivo se informaba del “profundo dolor” que había causado en la Santa Sede la detención -mientras se celebraba la reunión- de monseñor Jia Zhiguo, de 74 años, obispo de Zhengding, que, se dice, “no se trata de un caso aislado, ya que otros eclesiásticos son privados de la libertad o sometidos a indebidas presiones y límites en sus actividades pastorales”.

Al recibir en audiencia a los cardenales, obispos y expertos que forman dicha Comisión, Joseph Ratzinger les ha estimulado a “ayudar a los católicos de China a dar a conocer a otros la belleza y la racionalidad de la fe cristiana”. La normalización de la Iglesia en China, tan deseada por el Pontífice, no se dibuja por ahora en un horizonte cercano. Será necesario demostrar una paciencia similar a la proverbialmente atribuida a los chinos.

En el nº 2.656 de Vida Nueva.

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