María Nieves Salaverri Arantegui: “¿Cómo no ocuparte del otro, si tú tienes tanto?”

Ursulina, Medalla al Mérito en el Trabajo

maria-nieves-salaverri(Javier Morán– Foto: M. Villamuza) Regia ciudad de Oviedo. Poblado gitano de Matalablima: 32 chabolas, 100 habitantes adultos y 62 niños. Sin colegio. Pero en 1977, las cosas cambian. María Nieves Salaverri Arantegui (Vitoria, 1932), religiosa de las Ursulinas de Jesús desde 1949, dejaba la docencia en el selecto colegio de Santa María del Naranco y con su plaza de maestra por oposición se iba a una chabola de 15.000 pesetas. Latas, cartones, y perros aullantes fueron su nuevo entorno. Algo mejoraron las cosas cuando se levantó una segunda escuela, ya prefabricada, donada por la Fundación SM, de los religioso marianistas, sobre la que se pintó la bandera gitana: azul del cielo, verde del campo y una rueda de carro.

Allí trabajó “tía Nieves” hasta 1997, cuando dejó la función pública oficial, pero no la vital. Hoy Matalablima es una pulcra zona urbanizable, pero los gitanos siguen en Oviedo: en “El Cascayu”, medio gueto; o en la prisión de Villabona, o en el mercado dominical de El Campillín, escenarios donde les implora que sus hijos no dejen de acudir al colegio. El Ministro de Trabajo le acaba de conceder la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.

Autobiografía exprés.

Hace 59 años entré al convento. Me había educado en el colegio de las Ursulinas y siempre quise ser santa. En mi casa eran muy religiosos. Me gustaba pasarlo bien y era traviesa, pero al cumplir los 17 años, al convento, al acabar el Bachillerato.

¿La vocación?

Lo que más me gustaba era la adoración. Las monjas hacían postraciones y me llamaba la atención todo ese misterio; y lo de ser santa. Lo demás era accesorio. Nuestro carisma es adorar al Verbo encarnado en el seno de María. Ese abajamiento es lo que adoramos. Pero no se me ocurrió si iba a ser maestra u otra cosa.

¿Por qué la docencia?

Justamente el día que entramos de postulantes, se abrió la Escuela de Magisterio de La Iglesia que llevaban las Vedrunas. A cinco de nosotras nos metieron en un coche y nos llevaron a examinarnos de ingreso. 

¿El salto a Matalablima?

En un grupo de oración carismática conocí a unos jóvenes que iban al poblado. Me dijeron que era una pena que los niños no tuvieran clase nada más que los fines de semana. Al tener la plaza de maestra podía ir y crear una escuela. Me pareció estupendo poder estar ocupándome de ellos; además, en justicia. Nunca me ha faltado de nada, y era de justicia hacer eso. ¿Cómo no ocuparte del otro, si tú tienes tanto? Nadie se va a llevar nada al otro mundo.

¿La experiencia?

La escuela de Matalablima era pública pero teníamos robada la luz del poste, igual que las chabolas. Lo bonito es ver creciendo a niños y personas que, si no, no hubiesen podido crecer nunca, en ningún sentido. Hay muchos niños que no saben querer porque nunca les han querido.

¿Sigue habiendo racismo?

Mucho. Tengo gitanas que de niñas han estado en la escuela, hecho aprendizajes, talleres y prácticas y no les dan trabajo aunque tengan su título. Es muy difícil.

¿Quieren integrarse?

Quieren ser como todo el mundo, y no quieren ser los últimos de los últimos. Tienen su dignidad.

¿Se ha notado la labor educativa en los jóvenes?

Un poco de cambio hay. También en la forma de tratar los hombres gitanos a la mujer gitana. Al ir a la escuela juntos, van viendo que no pueden ser tan machistas. 

Le dan la medalla junto a Santiago Carrillo…

Y también a Concha Velasco, Alfredo Landa y Sara Montiel

¿Y qué le pareció?

En el barrio, las señoras mayores, muy contentas. Entonces me dije: “Bueno, pues yo también contenta”.

¿La Iglesia? 

Que vamos para atrás, y es una pena. El Evangelio es otra cosa, sencillez, humildad, estar al servicio de. A veces no parece que estemos en eso.

En esencia

Una película: La duda, que me han hablado de ella.

Un libro: La vida iluminada, de Joan Chittister.

Una canción: Habrá un día en que todos… 

Un deporte: no practico nada. El fútbol, al que iba con mi padre.

Un rincón: el oratorio.

Un deseo frustrado: que todos tengan vivienda. 

Un recuerdo de infancia: el parque de La Florida, en Vitoria. 

Una aspiración: vivir en paz.

Una persona: Jesús de Nazaret.

La última alegría: mi sobrina nieta, que nació en mayo del año pasado.

La mayor tristeza: la muerte de mi hermano Emilio. 

Un sueño: que todo el mundo viva en paz.

Un regalo: suelo regalar cosas del mercadillo de los domingos, al que voy a ayudar a una gitana a vender. 

Un valor: la justicia.

Que me recuerden por… ser buena persona.

En el nº 2.654 de Vida Nueva.

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