El Papa se sincera con los obispos sobre el ‘caso Lefebvre’

En una intensa y atípica carta, Benedicto XVI explica por qué ha levantado las excomuniones

papa-escribiendo(Antonio Pelayo– Roma) Arranco esta crónica semanal con la carta que el 10 de marzo Benedicto XVI dirigió a todos los obispos del mundo “sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre”, difundida por la Sala de Prensa el jueves 12 en sus versiones italiana, alemana, francesa, inglesa, española y portuguesa. 

el-papa-y-rabino-haifaLa carta del Santo Padre al episcopado mundial merece, sin género de dudas, el máximo interés. Nosotros la publicamos íntegra en www.vidanueva.es porque representa un elemento imprescindible para comprender quién es de verdad Joseph Ratzinger, con qué pautas doctrinales y humanas ha asumido y asume su función de pastor universal de la Iglesia, y cuáles han sido los verdaderos criterios que le llevaron a suspender la ya famosa excomunión de los prelados lefebvristas.

Cuando el 21 de enero de 2009 la Congregación para los Obispos emanó su decreto levantando la excomunión a los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X, muchos echamos en falta que no fuese acompañado de una explicación autorizada; por ejemplo, con una carta similar a la que el Papa escribió en su día (7 de julio de 2007) para presentar la Carta Apostólica Summorum Pontificum autorizando la celebración de la Eucaristía según el antiguo ritual previo a la reforma conciliar. La Nota de la Secretaría de Estado del 4 de febrero pasado intentó, sin lograrlo del todo, poner las cosas en su sitio y aclarar algunas cuestiones fundamentales, pero llegó demasiado tarde, y en Roma se desataron las lenguas, se multiplicaron las críticas y, desde luego, se palparon con consternación los efectos perniciosos causados por lo que, en su origen y raíz, no era otra cosa que un gesto de “paterna benevolencia” del Santo Padre destinado a facilitar la unión en el seno de la Iglesia.

Benedicto XVI -al que se ha acusado injustamente de vivir recluido entre sus libros y ajeno a lo vaivenes de la opinión pública- comienza su carta reconociendo que su decisión “ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo”. El Papa señala en primer lugar la “perplejidad” de muchos obispos, a pesar de que muchos de ellos “estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación”. A ese desconcierto episcopal había que añadir que “algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento”. La presente carta quiere ser -en palabras de su autor- una “palabra clarificadora” y “un modo de contribuir a la paz en la Iglesia”.

“Imprevisible” Williamson

El primer punto abordado es el “caso Williamson”, que, como reconoce Joseph Ratzinger sin ambages, fue para él “una contrariedad imprevisible”. “El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válida pero no legítimamente -afirma la carta-, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por lo tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y los judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi personal trabajo teológico”.

Es algo que sólo puedo lamentar profundamente”, sentencia el Papa, que reconoce con una sencillez poco habitual en las externaciones pontificias lo siguiente: “Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias”.

Pocas líneas más adelante, hace esta confidencia de orden personal: “Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado que debían herirme con una hostilidad dispuesta al ataque”.

El segundo punto (como “desacierto”, lo califica) es la falta de explicaciones sobre “el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009”. Benedicto XVI parte del principio de que “la excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación sacerdotal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. (…) El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa, al fin y al cabo, en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad no tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia”.

A los defensores del Concilio

obispo-williamsonComo solución a este “desacierto”, el Papa anuncia que la Pontificia Comisión ‘Ecclesia Dei’ (creada en 1988 para favorecer el regreso de los separados al seno de la Iglesia y que preside el cardenal Darío Castrillón) quedará asociada a Doctrina de la Fe. Como de pasada, Ratzinger aclara aún más la cuestión de la aceptación del Vaticano II: “No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe debe quedar muy claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive”.

Tras estas páginas “aclaratorias”, Benedicto XVI entra a fondo en el tema de las prioridades de su pontificado y en las líneas que le guían desde el 19 de abril de 2005, cuando fue elegido Papa, definiendo las razones de su comportamiento en esta crisis de los lefebvristas:

La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: ‘Tú… confirma a tus hermanos’. (…) En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer a Dios presente en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”.

En otro párrafo de esta segunda parte de su carta, el Pontífice deriva como “consecuencia lógica” de la primera, la segunda prioridad de su pontificado: la unidad de los creyentes. “Su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos -al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso”.

Siguiendo, con una lógica que nadie puede poner en discusión, su razonamiento, Benedicto XVI explica su decisión, que califica como “humilde gesto de mano tendida”, y lo hace preguntándose si “puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto”. “¿Puede dejarnos totalmente indiferentes -sigue- una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? (…) ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?”.

Generosidad

Ratzinger -que ha discutido y tratado con Marcel Lefebvre y sus seguidores durante años- no oculta que ha encontrado en ellos algunas veces “soberbia y presunción, obcecación sobre unilateralismos”, y otras veces “impresionantes testimonios de gratitud” y “apertura de los corazones”. Sin embargo, formula de nuevo, con otros conceptos, la misma cuestión: “¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir también que en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión -escribe como abriendo su corazón a sus hermanos los obispos- de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no hay que tener tolerancia alguna; contra el cual se pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele -en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede ser tratado con odio, sin temor ni reservas”.

padre-lombardiBenedicto XVI evoca, como ya lo hizo en su día ante los seminaristas de Roma, un pasaje de la carta de san Pablo a los Gálatas, en el que después de recordarles que hay que “ser esclavos unos de otros por el amor”, les amonesta para que no se muerdan entre sí, porque, “atención, si os mordéis y devoráis unos a otros terminaréis por destruiros mutuamente”. El Papa constata con una tristeza que no quiere ocultar que “desgraciadamente este ‘morder y devorar’ existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada”, pero confía en que el Señor nos guiará y guiará a la Iglesia “incluso en tiempos turbulentos”.

Tiene razón el padre Federico Lombardi cuando afirma que esta carta papal es un documento poco habitual ya que “nunca antes durante su pontificado Benedicto XVI se había expresado de una forma tan personal e intensa sobre un tema discutido”. “Con la lucidez y la humildad que le caracterizan -asegura el director de la Sala de Prensa-, reconoce los límites y los errores que han influido negativamente en el caso y con gran nobleza no descarga la responsabilidad sobre los demás, manifestándose solidario con sus colaboradores”.

En el nº 2.653 de Vida Nueva.

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